Tras haber pasado no pocos años viviendo allende nuestra matria andaluza, volví hace pocos meses con la extraña sensación de desconocer lo que me iba a encontrar, o más bien de no saber cómo me iba a encontrar, o quizá sintiendo ambas cosas, quién sabe (esto de los sentimientos y las emociones es terreno complejo, máxime cuando unos y otras maduran y se enriquecen infinitamente con las experiencias vividas lejos de donde uno nace). Retorné tras dejarme un buen pedazo de alma en lugares tan variopintos como Cardiff, Bruselas o Manacor, expectante ante la porción de rutina existencial que me aguardaba ahora aquí. Y una vez hecho el tránsito, me temo que en pleno 2021 cierto anclaje social (englobo aquí lo económico, lo cultural -una parte de ‘lo cultural’-, lo político, etc.) sigue constriñéndonos, lo cual inquieta. Es como si en nuestro Sur algunas cosas fuesen más despacio, y no por nada, sino por lo mucho que han mutilado las posibilidades de auto-desarrollo de un pueblo que muchas veces ha ido un paso por delante de los del entorno. Como si protagonizásemos un documental de los que, lejos de producirse con los adelantos técnicos actuales, anda aún tirando de medios típicos de algún lustro atrás. Y como personaje fundamental de semejante filme: ¡las marmotas!
Al servilismo mamón de las marmotas de Andalucía le cantaron hace ya 22 años unos hippies mu locos pero mu cuerdos, bajo la música y letra de Juan Carlos Aragón Becerra (Los Yesterday, chirigota de Cádiz), como colofón a unos versos 3×4 que con el paso del tiempo se han convertido en letra reivindicativa, en bandera de un andalucismo que quiere zafarse al fin del letargo y recuperar la luz. Un canto no contra las ‘marmotas’ de Andalucía, ojo, sino contra las estrategias políticas o mediáticas empleadas durante tanto tiempo de Despeñaperros pa’rriba para arrodillar a miles de mujeres bajo la celda física y pensante de la marmota. Analizar las estrofas de dicho pasodoble es sinónimo de querer ir mucho más allá, de preguntarse un montón de cuestiones, de la necesidad de ser críticos y -sobre todo- autocríticos. Versos que sirvieron a muchos para descosernos los párpados y empezar a distinguir respuestas donde antes solo vislumbrábamos imágenes borrosas.
Puede que a finales de los años noventa se gestase una generación de mentes que desde entonces han querido saber más y más acerca de las razones históricas por las que en Madrid conviene postrar a Andalucía como la chacha de su mansión, como el payaso chistoso de su fiesta, como el sirviente que traga con todas las condiciones socioeconómicas
que se le imponen… Pero aunque esa generación comenzase a tomar conciencia de tales dimensiones, estas siguen hoy estando presentes. Y por supuesto que también en estos últimos años se han desarrollado otras muchas vertientes que generan ilusión, proyectos admirables, inspiradores, situaciones que tienden a cambiar, estudios e investigaciones que vuelven a sacudirse los complejos y a desempolvar una memoria que aún no han logrado arrebatarnos, organizaciones e iniciativas de diverso tipo que se mueven en pos de una Andalucía no lacaya y sí protagonista de su propio destino… ¡Pero no veas lo que resiste la presencia de la marmota!
La parte del documental aquí referida la corrobora uno a poco que abre las ventanas de su piso o que camina por las calles del barrio: ahí está, por todos lados, esa mentalidad que no rechista ante los niveles de paro (¡de desempleo, que no es lo mismo!) en nuestros pueblos y ciudades; ni ante las cifras de desarrollo formativo en comparación con otras comunidades; ni ante la bestial brecha de género que aquí se da; ni ante las condiciones que miles de mujeres sufren en esos empleos en los que se desloman (camareras de piso, empleadas del hogar, ámbito de la dependencia, tareas específicas en el campo, limpiadoras…) y que precisamente por eso -por ser ellas y no ellos quienes más sufren el deslome- siguen sin ser reguladas como ocurriría en caso inverso; ni ante los bocados con los que la España más ultraconservadora y ultracatólica devora a diario esa parte de nuestra memoria que tanto desprecia, por ser esta la memoria de un pueblo plural, mestizo y rebelde; ni ante las directrices que están convirtiendo a la RTVA en un ente mediático ideal para los principios cortijeros de los señoritos de taco gordo; ni ante los blazares que en nuestra tierra agrandan cada vez más el agujero existente entre los pocos muy privilegiados y los muchísimos que sobreviven… Esa mentalidad incrustada en la fachada de nuestras casas, cual capa de cal que todo lo tapa, que tanto cuesta cambiarla…
En este punto del documental, una nueva criatura entra en escena: ¡la hormiga!
Hace unos días vi El despertar de las hormigas, película de 2019 dirigida por Antonella Sudasassi que, en cierto modo, conecta con todo lo anterior. La cinta costarricense refleja el día sí y día también de esa mujer incomprendida pero fuerte, silenciada pero imbatible, esa mujer que, ‘como no trabaja’, se dedica a levantarse temprano cada mañana para cocinar el desayuno de marido e hijas, disponer la mesa para que ellos se sienten y jalen a gusto, lavar los dientes a las peques, recoger y fregar los platos, limpiar la casa, coser vestidos para las vecinas y así sacarse unas perras, preparar la tarta de la reunión familiar del fin de semana, ir al colegio para recoger a las niñas, limpiar la mierda de las botas y de los utensilios de faena del marido, ayudar a las niñas con las tareas del cole, hacer la compra, preparar la cena, duchar a las niñas, llevarlas a la cama, contarles un cuento, mostrarse una hembra dispuesta a seguir pariendo -por más que ella no quiera-… Y todo eso mientras nadie la escucha, mientras su opinión y sus deseos caen en la indiferencia ajena… Esa mujer capaz de desempeñar todas esas tareas porque, ‘total, no trabaja’…
La película de Sudasassi refleja las muchas razones por las que aún hay tanto que reivindicar. Muestra lo necesaria que resulta hoy la lucha para alcanzar la igualdad en cada rincón del mundo (en cada rincón, también a nuestro alrededor). Lleva al espectador (a la sociedad) a mirase al espejo y reconocer la hipocresía y la injusticia de que las que formamos parte. Por eso, cuando el filme termina, aún persistente en la retina la imagen de las hormigas escalando la mesita del salón, subidas al cepillo del pelo, a la cuchara, al tarro de miel, a la lamparita, conquistando algunos de esos típicos objetos que se cruzan en el curro cotidiano de una ama de casa, uno piensa en esa otra hormiga que nunca para de trabajar y que saca adelante su casa, su familia y lo que se ponga por delante… Esa hormiga llamada mujer.
Y es ahora cuando hilamos historias: marmotas en Andalucía, hormigas en Costa Rica, da
igual el ejemplo animal que busquemos, pero este documental hay que pararlo.
Pararlo y algo más: cambiarlo. Y que nadie entierre la esperanza (esta nunca se pierde), porque el cambio, efectivamente, se está produciendo. He ahí que veintidós años después, el canto a las marmotas de Los Yesterday no haya caído en el olvido. He ahí también que las hormigas de Sudasassi (que recibió premios cinematográficos en diversos lugares del mundo) despiertan al final de la película y dicen: “Hasta aquí hemos legado”. Porque el cambio se está dando y no hay quien lo pare. El cambio sigue adelante, liderado por dosis ingentes de justicia social, de conciencia ecologista, de pensamientos interculturales, de actitudes que se adentran en el sentido de lo cooperativo y lo comunitario, pero liderado sobre todo por dosis imparables de un feminismo que no da ni un paso atrás. El cambio es más necesario que nunca, no puede esperar más, no aguanta que se expandan las marmotas ni que se someta y se silencie a las hormigas. El cambio, los cambios no pararán. Y eso lo saben los estamentos de poder, los manejadores de cotarros, así se explica que intenten evitarlos por medio de todo su arsenal mediático, gritando esa pamplina de: “¿Pero qué quieren cambiar, si no hay na que cambiar. ¡Ya existe la igualdad!”. Que “no hay na que cambiar” y que “existe la igualdad”, afirma el despotismo privilegiado… ¡Teskieyá!
Ya pueden atarse bien los machos esos machos, porque por más que sigan fomentando los criaderos de marmotas y de hormigas, no hay quien pare este nuevo documental que gotita a gotita se está filmando venciendo sumisiones, postraciones y desigualdades. Un documental que necesitará mostrarse firme ante los gritos recalcitrantes que sin duda continuarán rugiendo, y que no son originales, sonaron otras veces, ya entraron en cólera contra quienes se rebelaron en Francia contra el Antiguo Régimen hace más de dos siglos, y contra la clase trabajadora que en tantos países empezó a reclamar derechos frente a la tiranía del Capital hace más de un siglo, o contra quienes clamaron en Estados Unidos por el fin del racismo, o contra quienes un 15-M llenaron de dignidad cientos de plazas, y así en muchas otras ocasiones a lo largo de la historia. Gritos rabiosos que, sabedores del cambio en marcha, no cesan, y que oímos a diario poniendo en marcha todo tipo de acciones para tratar de desarticular el significado de avances que buscan romper cadenas. Sí, cadenas, bien forjadas durante demasiados años por quienes detentaron poder a costa de la sangre, sudor y lágrimas de tantísima gente, especialmente de tantísimas mujeres. Todo eso ha de recoger también el nuevo documental andaluz.
Estamos inmersos en una época profundamente cambiante, bien por desgracias sanitarias sobrevenidas, o bien por nuevas dinámicas transformadoras que ya antes del cataclismo pandémico ganaban terreno. Ciertas transiciones están germinando. Otras necesitan más tiempo. Y en lo que a Andalucía se refiere, quizá algunas de esas transformaciones requieran madurar un poco más, toda vez que durante décadas se nos ha sesgado nuestro espíritu y se nos ha inyectado miedo a base de caciquismo, de almas temerosas de dioses, y de porras en las calles… ¡Pero la memoria retiene, y merece ser honrada! El legado del brillo tartésico (la cuna más luminosa de la civilización en su día) se transmitió en nuestros corazones, somos tierra de vanguardia desde antaño, así que también aquí florecerán los cambios. Están floreciendo. Nuestra Arbonaida, con su verde-oliva y su blanco-mar, está cada vez está menos teñida de marmotas y hormigas, y ahora está mejor defendida por felinas que no se dejan amedrentar y por aves de altos vuelos. ¡Feminismo y andalucismo de la mano, eso es tela marinera! Feminismo y andalucismo, vaya dupla bonita, y potente. Y vaya argumento de peso cuando uno comprueba la gente joven que poco a poco se va integrando en esa dupla, para creer en sociedades mejores y más justas. No es una quimera, no; se puede y se debe luchar por ello. Estamos, en definitiva, ante las nuevas y nuevos protagonistas del documental andaluz, gente fuerte, con voz propia, no servil, independiente, que lidera, que ayuda, que acoge, que inspira… Ahora que lo pienso, son señales de otra Andalucía, una diferente a aquella a la que hace años dije “hasta pronto” en un aeropuerto…
Ya ven, en apenas unos pocos párrafos la inquietud inicial ha dado paso al optimismo regenerador de los nuevos tiempos. La era de las marmotas (y los marmotos) andaluzas agoniza. Hagamos imparables los cambios: que el documental de la vida siga evolucionando, y que la igualdad sea la nueva protagonista.
Autoría: Juan Diego Vidal Gallardo. Periodista y escritor moronense. Mirada siempre atenta a la(s) cultura(s), las causas sociales, la diversidad, la igualdad o el colectivismo.