Aún sin salir del aumento de fallecidos por el coronavirus, los «gurús» del FMI, entre otros, ya están poniendo en aviso y por ello vendiendo nervios y miedos sobre el «apocalipsis económico» que está por venir. El argumentario adoptado es pronosticar con sus números macroeconómicos que en el Estado español el cierre de 2020 llegará a un paro del 20,8% y el producto interior bruto (PIB) caerá un 8%. Que te pille «confesado» ante el «dios» mercado de trabajo.
Se acerca un «nuevo abismo» social sabiendo que una de las incertidumbres de la producción en grandes empresas, fuertemente jerarquizadas y con distribución de la riqueza desigual, es la transformación constante de las relaciones laborales que generan conflictos para que el beneficio del capital y mantenimiento de la plusvalía queden blindados frente al más mínimo reclamo de ampliación o violación de cualquier derecho laboral. Para evitarse ese conflicto laboral, y con ello social, estas empresas de grandes capitales articulan estrategias que desactivan cualquier manifestación de conflicto entre la clase asalariada y la empresa.
En parte, estas estrategias se ocultan desde dos posturas que entienden la producción como una manifestación postfordista; la regulacionista (Estado como proteccionista de las empresas) y la institucionalista (institucionalización social basada en la creencia de que es la empresa el único generador de riqueza). Así, la clase empresarial, con gran habilidad de adaptación sobre las coyunturas económicas es como consigue trasladar las incertidumbres empresariales hacia la clase asalariada y desempleada.
La transformación puesta en marcha en los últimos años no ha sido tanto en incidir en la cadena de producció, como en las condiciones laborales. Después de la «crisis» del 2008 se aprobó la reforma laboral del 2012 (RDL/3/2012), en los que uno de los estándares de esta transformación fue la flexibilidad laboral. Se habla, estudia e investiga por doquier el cómo influye esta flexibilidad en la organización empresarial internamente, pero la pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo esta flexibilidad interna empresarial transforma las condiciones sociales y el entorno de las personas (interacciones sociales) que sufren este paradigma capitalista organizacional?
La precariedad, el sometimiento y la disponibilidad absoluta a la empresa, son garantes de un estilo de vida condicionado por la situación que genera unas relaciones laborales que manifiestan incertidumbres; desconfianzas, falta de estabilidad, bajos salarios, menos derechos laborales, amenaza constante de pérdida de trabajo e ineficientes coberturas por desempleo para cubrir las necesidades básicas de supervivencia. Pregunten, valga como ejemplo, por algunos pueblos de la campiña de la provincia de Sevilla por el rol social que tiene la fábrica de PROCAVI ubicada en el municipio de Marchena.
Estas incertidumbres dan sentido a un estilo de vida determinado donde las relaciones de las personas en lo social con sus grupos sociales más cercanos ( familiar, amistad, compañeros de trabajo, etc) están influenciadas directamente desde el entorno de las relaciones laborales. Esto pone en cuestión si la flexibilidad laboral es una variable independiente o dependiente, ya no solo en el mercado de trabajo, sino del cómo se está presupuestando a nivel global el día a día de la sociedad.
Por lo tanto, la legitimación del sistema capitalista tal como lo conocemos hoy no viene tan solo por el aspecto económico, que lo es sin duda en gran medida, sino también por la introducción de un modelo organizativo empresarial que se «cuela» en la vida más íntima de las personas fuera del sistema productivo y, por ello, se convierte en un gran componente interaccional en las relaciones sociales.
De este modo, la reproducción social del sistema productivo, además de estar legitimado colectivamente, transforma sin la necesidad de encontrar resistencia ni conflicto los hechos sociales interpersonales. No en vano, y no es de extrañar, cómo algunos de los pequeños comercios que conocemos como «comercios de barrio» adoptan con sus personas empleadas relaciones laborales digna de «esclavitud» laboral y social.
Otra cuestión sobre la que reflexionar es el proceso por el que la persona asalariada acepta las medidas flexibilizadoras de su puesto de trabajo. Para ello, es importante considerar un elemento fundamental para un sistema que explota sin límite a la fuerza de trabajo, esto es, que el propio sistema genera necesidad de primer orden vital y de consumo superfluo en la vida más íntima de las personas.
La necesidad acompañada de un discurso unitario sobre el mercado de trabajo ( el todos remamos en la misma dirección), por parte del poder económico, ocasiona legitimidad colectiva. El conflicto es absorbido por la aceptación de lo que se conoce como la «doble moral contradictoria», que consiste en saber que la situación en lo laboral genera conflictos pero estos son canalizados por la necesidad económica y por ello las condiciones estructurales son aceptadas sin resistencia.
He aquí de la importancia de una teoría en la praxis del conflicto social que haga aflorar los conflictos latentes «legitimados» frente a las posturas institucionalista y regulacionista. Y para que no te pille sin «confesar» ante el «dios» mercado de trabajo no dejes que te cuelen la tan insolidaria competitividad «santificada» del sálvese quien pueda, mientras se presenta al empresario como un bienaventurado salvador, como el único generador de riqueza y solidaridad social.
Autoría: Raúl Navarro. Sociólogo e investigador social en Irísaz SC.