En diciembre de 2021 la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, prestigiosa institución de Sevilla, organizó unas Jornadas con una serie de conferencias con el título “La incorporación de México a la cultura occidental”.
El título de la actividad despierta cierta curiosidad y desconcierto si se plantean preguntas como: ¿de qué México se trata cuando se afirma que se incorporó a la cultura occidental?; ¿de qué “incorporación” se habla y cómo se produjo?; y, por último, ¿en qué “cultura occidental” se integró el hoy gran país americano? Estas cuestiones surgen inevitablemente al leer la convocatoria de la mencionada actividad porque interesan al sentido de lo que se haya pretendido proyectar con las conferencias.
Para reflexionar sobre el asunto no es preciso recordar toda la historia del actual México, ni tampoco la de toda la “cultura occidental”. No hay espacio ni tampoco es el lugar para hacerlo. Pero sí conviene, al menos, mencionar algunos procesos históricos relacionados directamente con la actividad mencionada para comprender su sentido.
El primero es que el territorio del actual México y otros adyacentes fueron objeto de una conquista, básicamente armada y violenta a partir de la década de 1520. Esta fue emprendida por castellanos que fueron apoyados por una cantidad importante de indígenas movidos por los conflictos interétnicos que existían en el territorio. Y a continuación, a partir de dicha conquista, se llevó a cabo una colonización forzada de la inmensa mayoría de la población indígena, incluyendo los que inicialmente habían ayudado a los conquistadores. Recordemos que hablamos de aproximadamente 10 a 15 millones de personas cuya colonización fue de carácter material y cultural, sobre la base de la fuerza de trabajo de los mismos indígenas sometidos. A ellos hay que añadir, en menor medida demográfica, la aportación de la población africana trasladada a América de manera obligada. Recordado esto, parece muy difícil sostener que alguien con responsabilidad en lo que hoy es México decidiera incorporarse voluntariamente a “la cultura occidental”. Si acaso, habría que reconocer que México fue anexionado y no de manera pacífica.
Por otra parte, en la realidad social del México actual existen casi 17 millones de indígenas, es decir, más del 15% de la población nacional. Y casi el 7% de la población del país se declara hablante de algunas de casi 50 lenguas indígenas vivas en México, aparte del castellano. Esta realidad refleja la fuerza de las culturas originarias que les permitió sobrevivir, con una alta cuota de su acervo y resistir la imposición de la lengua de Castilla por los colonizadores durante siglos. ¿En qué medida estos indígenas fueron incorporados a la cultura occidental? Es muy difícil precisar, pero referirse a la “incorporación de México…” parece una simplificación de la realidad étnica que existía en el mundo mesoamericano en el momento de la conquista castellana y que en buena medida se conserva hoy.
Otro proceso que tuvo lugar durante el periodo colonial fue el de la formación de poderosas minorías regionales que, en términos económicos y políticos, constituyeron la base de las futuras oligarquías que dirigieron el México independiente. Esta observación hay que hacerla extensiva a la mayoría de los actuales países centroamericanos, con sus correspondientes singularidades, que formaron parte del virreinato colonial llamado Nueva España. Aquel proceso tuvo lugar en el marco de un modelo político centralizado en la monarquía castellana y posteriormente española. En el mundo colonial español no existió ningún órgano representativo de los colonos en el plano territorial, salvo en el ámbito municipal. Sin pretender hacer un juicio de valor, esta fue una diferencia con respecto a lo que sucedió en alguna otra experiencia colonial europea en América. Esta falta de costumbre en negociaciones y debates políticos durante la colonia se tradujo, tras la independencia, en una gran debilidad en el funcionamiento del modelo democrático en México y en la mayoría de los países colonizados por España.
Por último, hay que recordar que la primera fundación castellana en México fue la de la actual ciudad de Veracruz y tuvo lugar en abril de 1519. Dos años antes, en 1517, Martin Lutero había publicado sus 95 tesis sobre las bulas papales en la catedral de Wittenberg. La evolución del pensamiento cristiano ha cursado diversas vías desde el Renacimiento. Pero no se discute que las derivaciones del enfrentamiento de Lutero con Roma abrieron espacios en los terrenos de la libertad de pensamiento y de la investigación científica en regiones de Europa donde España no estaba incluida. La evolución de la filosofía política, de la ciencia experimental, de la revolución industrial, de las revoluciones burguesas y de la vida democrática en la transición del siglo XVIII al XIX tuvieron lugar en regiones de Europa occidental donde no se encontraba España. En otras palabras, creer que existe “la” cultura occidental implica obviar fuertes diferencias -de nuevo sin deducir valores- que han hecho que distintos pueblos del continente hayan vivido experiencias muy diferentes entre sí.
Por todo eso, regresando al punto de partida, ¿qué México fue incorporado a qué cultura occidental?
Esta pregunta conduce a recordar la concepción sobre la historia de América que ha predominado durante largo tiempo en España. Para llegar a ello conviene antes recordar que durante el último cuarto del siglo XIX se fueron consolidando en el ámbito internacional las nuevas ciencias sociales. Algunas ya tenían importantes antecedentes, como sucedía con la Economía y la Historia, pero esta última, entendida como una auténtica ciencia social moderna, tomó cuerpo entonces. Junto a ella también se consolidaron la Antropología y la Sociología. En la transición del siglo XIX al XX, varias de estas ciencias comenzaron a combinarse entre sí enriqueciendo la formulación de sus problemas y análisis. En varios países europeos y en los Estados Unidos esto era evidente en monografías y en revistas periódicas especializadas.
En esta línea, la Historia, avanzaba en el plano internacional en todos los terrenos, incluyendo la historia de América. Así, por ejemplo, en 1918 el historiador norteamericano Clarence H. Haring había publicado su libro Trade and Navigation between Spain and the Indies in the Time of the Habsburgs. No era un estudio propiamente de historia económica, pero fue una obra pionera que tuvo gran impacto y puso las bases para que años después otros especialistas avanzaran en aquel terreno. Y, por poner otro ejemplo, en 1935 el historiador francés Robert Ricard publicó en Francia La “conquête spirituelle”. Essai sur l’apostolat et les méthodes missionaires des Ordres mendiants en Nouvelle-Espagne de 1523-24 à 1572. Era otro caso del tipo de avances en la investigación histórica en la que R. Ricard no se interesaba solo por la organización de la Iglesia o de la administración de los sacramentos, sino también del problema de las lenguas, de la estructura social indígena o del uso del teatro entre las técnicas de la enseñanza de la doctrina.
Mientras tanto y por contraste en España este camino fue algo más lento y, en lo que se refiere a la Historia de América, evolucionó orientado en una dirección diferente. En 2007 el Dr. Salvador Bernabeu, científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, realizó un serio estudio sobre el americanismo español en vísperas de la Guerra Civil. Lógicamente, Sevilla, con su Universidad y el Archivo General de Indias, jugó un papel muy importante en dicho proceso que estaba en concordancia con el protagonismo que la ciudad tuvo en la historia colonial de América, directa e indirectamente, durante siglos.
La investigación americanista española y, específicamente, sevillana en aquellas décadas estuvo muy marcada por el interés en asuntos institucionales y los relacionados con los viajes del llamado “descubrimiento”, así como de las primeras conquistas y colonizaciones de los castellanos en América. Pero, como sucedió con la totalidad de la sociedad española, la victoria golpista en la Guerra Civil alteró profundamente el curso de los acontecimientos. Las autoridades militares, civiles y los intelectuales que habían patrocinado y ejecutado el golpe de estado en España transformaron las estructuras académicas y científicas del país. A partir de 1939 el franquismo invadió ideológicamente, entre otros espacios, las universidades y los centros de investigación. En Madrid, por ejemplo, eliminó la prestigiosa Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Esta había sido creada en 1907 para promover la investigación y la formación científica en España y fue presidida hasta 1934 por Santiago Ramón y Cajal. En su lugar se creó en Madrid del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Junto a Madrid, Sevilla jugó, de nuevo, un papel destacado en la operación de reorientar la investigación y la enseñanza superior al servicio del nuevo pensamiento dominante. Entre 1931 y 1939 existió en la Universidad de Sevilla un Centro de Estudios de Historia de América. El Dr. Isidoro Moreno, catedrático de Antropología Social de dicha Universidad, ha investigado este órgano y los profesores vinculados al mismo. Entre ellos que se encontraba su impulsor, el Dr. Juan María Aguilar y Calvo, catedrático de Historia de España Moderna y Contemporánea, que fue depurado tras el golpe militar y que murió en el exilio. Aquel centro también fue suprimido por las nuevas autoridades académicas colocadas en la Universidad por quienes habían roto el orden constitucional en España.
En el nuevo régimen político y en el terreno de la historia de América, la conquista y la colonización de los nuevos territorios de Castilla se convirtieron en un polo de referencia esencial en la construcción de las bases ideológicas de la dictadura.
En lugar del Centro desaparecido en la Universidad, el CSIC realizó en Sevilla una operación combinada. Esta operación fue liderada por el Dr. Vicente Rodríguez Casado, miembro del Opus Dei, que fue el auténtico factótum del americanismo sevillano entre las décadas de 1940 y 1960, aunque en los últimos años actuaba desde Madrid. V. Rodríguez Casado reclutó personas de diferentes tendencias políticas, pero simpatizantes y, como mínimo, tolerantes con el franquismo. Con ellas, de un lado se creó, en 1942, un centro del CSIC, la Escuela de Estudios Hispanoamericanos (EEHA) con investigadores propios y otros vinculados. Y, simultáneamente, el propio V. Rodríguez Casado se incorporó como catedrático de la Universidad de Sevilla donde impulsó la creación de la Sección de Historia de América en la Facultad de Filosofía y Letras, también en 1942. En esta última impartían docencia algunos de los miembros de la EEHA y profesores más jóvenes reclutados por el protagonista de toda esta operación.
En la investigación y la docencia, toda la labor estuvo orientada en la Universidad de Sevilla -como en las de Madrid y Barcelona, además de en el centro del CSIC creado en Madrid- a la exaltación del papel jugado por Castilla/España en la conquista y la colonización de América. Ello se hacía en un tono acrítico e hispanófilo dando por sentado que, según el pensamiento de esta versión del americanismo, América nunca fue una colonia de Castilla, a pesar de la naturaleza económica y política de las relaciones que las vinculaban.
Tanto la investigación como la docencia se desarrollaron sobre ciertas bases que las caracterizaron durante décadas. En primer lugar, en una derivación lógica de los principios ideológicos implantados, todo el trabajo se dedicó exclusivamente al periodo colonial. Durante largos años y salvo contadísimas ocasiones nunca se planteó estudiar ni siquiera la independencia de las colonias, y mucho menos los siglos XIX y XX en los países americanos.
En segundo lugar, prácticamente el único archivo en el que se investigaba fue el Archivo General de Indias (AGI). Huelga decir que el AGI es un tesoro documental realmente extraordinario y faltan adjetivos para definirlo. Fundamentalmente -pero no solo- contiene la riquísima documentación del órgano de la Administración central de la monarquía que gestionaba la América colonial, el Consejo de Indias. Pero, aunque sin comparación con el AGI, en los países americanos hay una gran diversidad de archivos nacionales y locales, cuyos fondos lógicamente no tenían que enviarse a Castilla/España, que también son riquísimos y que no se suplen con la documentación del AGI. Pues bien, el americanismo sevillano durante muchos años puede decirse que no visitó archivos americanos. De este modo llevó a cabo lo que puede calificarse como una investigación tuerta, sin restar ni un ápice de importancia al invaluable AGI.
Podría pensarse que en la España de la posguerra no sobraban los recursos para trasladarse a investigar en América. Algo habría de razón si se argumentara así. Sin embargo, por ejemplo, V. Rodríguez Casado sí disponía de recursos para viajar concretamente a Perú, pero no para investigar, sino para preparar, desde 1953 y en sucesivos viajes, la creación de una universidad vinculada al Opus Dei, concretamente la de Piura.
Otro rasgo del americanismo sevillano fue que continuó investigando durante años preferentemente sobre cuestiones institucionales y administrativas. Disciplinas que en otros países contaban ya con un vasto recorrido, como eran la Demografía, la Historia económica o la historia del mundo indígena estuvieron fuera de su interés. En relación con la historia de la Iglesia, tema preferido por la nueva tendencia historiográfica, Fernando de Armas, uno de los profesores de Historia de América de la Universidad de Sevilla, publicó en 1953 Cristianización del Perú, 1532-1600. Obviamente se trataba de un remedo de la obra de R. Ricard sobre México, pero a pesar de transcurridos 18 años, el estudio de F. de Armas era mucho más estrecho en cuanto a formulación del problema de análisis y adolecía del carácter acrítico referido arriba.
Estas fueron las características más destacadas del americanismo sevillano en la investigación y en la docencia durante muchos años, y su huella perduró pasadas aquellas décadas. Pero no solo lo hizo en el ámbito de la Universidad o de la EEHA, sino que ha trascendido al espacio público de la ciudad. Así, quien puede considerarse uno de los últimos y genuinos representantes de aquel americanismo con su forma de entender la historia de América, el Dr. Luis Navarro García, ha sido distinguido en estos últimos años por el Ayuntamiento de la ciudad de Sevilla, con un alcalde del Partido Socialista Obrero Español, que ha dedicado su nombre a un jardín que se encuentra ante la entrada del AGI. Otros profesores de Historia de la Universidad de Sevilla, como Ramón Carande, Juan de Mata Carriazo o Francisco Morales Padrón también tienen calles con sus nombres, aunque en ningún caso la distinción se aprobó en vida de los interesados. Pero los homenajes del Ayuntamiento de Sevilla al Dr. Luis Navarro García han ido más allá y también ha colocado una placa con su nombre en su casa natal anunciando que él nació allí. Esto lo coloca al mismo nivel que Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda o Antonio Machado, salvo que ninguno de ellos tampoco recibió esta distinción en vida.
El Dr. Luis Navarro García fue uno de los conferenciantes en la actividad organizada por la Real Academia Sevillana de Buenas Letras con el título -lo recordamos-: “La incorporación de México a la cultura occidental”. Parece que existe coherencia entre dicho título y lo que hemos explicado sobre el americanismo en Sevilla.
Autoría: Antonio Acosta. Catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla.