Se cumplen 83 años del asesinato de Blas Infante, perpetrado en la noche del 10 al 11 de agosto de 1936 en el kilometro 4 de la antigua carretera de Carmona, a las afueras –entonces- de Sevilla. Desde la Fundación que lleva su nombre, como se hace anualmente, se ha convocado a todas las asociaciones, colectivos, entidades y personas que lo reconocen como “Padre de la Patria (quizá mejor Matria) Andaluza” a participar en la ofrenda floral y el acto conmemorativo. La convocatoria es abierta, apartidista y no institucional, es decir, no la protagoniza ningún partido político (aunque algunos puedan estar presentes), ni ayuntamientos ni otras instituciones (aunque algunos de sus miembros puedan asistir) y la Fundación solicita que si está presente algún personaje mediáticamente conocido rehuse a convertir la ocasión en una oportunidad para hacer publicidad política de ninguna sigla, para que no haya otros protagonistas que Blas Infante y el Pueblo andaluz.
En los últimos años, no faltan críticas por el hecho de que participen en la ofrenda (casi siempre con bajo perfil) algunas organizaciones cuya visión de Andalucía no se corresponde con el pensamiento infantiano. Allá ellas con sus contradicciones. La Fundación no se autoadjudica el privilegio de repartir carnets de andalucismo, ni en el acto, a pesar de realizarse en terrenos que son de su propiedad, al igual que el monumento, ha querido aplicar ningún derecho de admisión. Hacerlo sería contrario a los continuos llamamientos que, durante toda su vida, realizó Infante dirigiéndose sin excepción a todos los andaluces para “unirse por el ideal de una Andalucía grande y redimida”. La asistencia, por consiguiente, es libre aunque sería una provocación incalificable que acudieran individuos o grupos que desprecian, insultan o manipulan al homenajeado o hacen ostentación de los símbolos de aquellos que lo asesinaron.
Convendría recordar, para que nadie se llame a engaño ni tenga tentaciones oportunistas, que la sentencia que un inicuo Tribunal de Responsabilidades Políticas dictó contra Infante, casi cuatro años después de su asesinato, dice que le fue aplicado el Bando de Guerra por “revolucionario” y por “andalucista”: porque “formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista o regionalista andaluz”. Aunque esto último no responde exactamente a la realidad, porque nunca trató de crear un partido político, ya que consideraba a estos como máquinas electoreras gobernadas internamente de modo caciquil, sí es muy cierto que la calificación que más cuadra al ideólogo nacido en Casares es la de “andalucista revolucionario”. Se da la paradoja de que sus verdugos tenían más claro el por qué lo asesinaron que algunos de quienes hoy repiten su nombre lo tienen de por qué lo hacen. Ello hace aún más necesaria la presencia en ese acto, sencillo y siempre emocionante, de los andaluces y andaluzas “de conciencia”: de quienes entienden el andalucismo como palanca para la transformación revolucionaria (es decir, radical y a la vez pacífica) de esta nuestra nación por obra de los propios andaluces.
Es evidente, sobre todo para quienes tenemos ya más de sesenta años, que el grado de conciencia andalucista es hoy menor de la que emergió el 4 de diciembre de 1977 y se ratificó el 28 de febrero de 1980. Hay periodos que constituyen una aceleración histórica de la conciencia a la vez de clase y de país, y aquel fue uno de ellos. Andalucía, que era el mayor problema social del estado español, “amenazaba” por convertirse también en principal problema político al acentuarse la conversión del sentimiento andaluz (que siempre ha sido y es muy amplio) en conciencia nacional andaluza. Ello ponía en peligro los objetivos de la “reforma política” pactada entre los reformistas del franquismo y la oposición reformista -que no rupturista- de este y por ello fue neutralizado su potencial mediante pactos de estado y utilizando los instrumentos de la propia “autonomía”. Y vaciando los símbolos de su verdadero significado, incluyendo en este apartado al propio Blas Infante.
Creo imprescindible recordar esto porque solo desde un análisis adecuado del pasado, abierto a la autocrítica, es posible situarse adecuadamente en el presente y orientarse sin anteojeras oportunistas o sectarias ante el futuro. No solo de un futuro como meta: esa Andalucía Libre por la que murió Blas Infante, una Andalucía basada en la equidad, sin desigualdades estructurales de clase, de género y étnicas, en unas relaciones sociales radicalmente democráticas en todos los ámbitos de la existencia, en el desarrollo creativo de nuestra cultura y en la soberanía colectiva y personal, sino también del futuro como camino para llegar a esa meta.
Lo anterior nos introduce necesariamente a todos los andalucistas en el debate sobre el qué hacer, aquí y ahora. Sin duda, existen diversas estrategias y tácticas sobre qué y cómo hacer. Lo que no es nuevo. Ya Blas Infante tuvo que enfrentarse a esta cuestión crucial. Nos dejó escrito que había, entre los andalucistas de su época, quienes eran partidarios de priorizar el acceso a ámbitos de poder: la consecución de instrumentos políticos institucionales para desde ellos activar la conciencia andalucista. Y había quienes optaban por privilegiar, antes que esto, la labor didáctica, multidimensional y la práctica no solo “política” para desarrollar la conciencia de pueblo a través de la difusión de la identidad histórica y cultural de Andalucía para, desde esa base, y en estrecha relación con los gravísimos problemas sociales y culturales que sufrimos, debidos principalmente a nuestra situación de colonia interna, primero de Castilla y luego del heredero de esta, el estado español -dependencia económica, subordinación política y alienación cultural- hacer emerger una potente conciencia nacional. Infante, sin rechazar ninguna de las dos vías, señalaba que había que ocuparse antes de nada de consolidar en las conciencias el Ser de Andalucía, porque sin que este fuera potente el acceso a instrumentos de Poder sería poco eficaz y posiblemente efímero. A buen seguro, su propia experiencia, las veces que se aventuró en empresas electorales junto a, o incrustado en, partidos estatales –aunque estos se proclamaran federalistas- tendría bastante que ver con este posicionamiento.
Personalmente, me inscribo en esta línea. “Despertar a Andalucía”, como trató de hacerlo en su tiempo Infante durante las dos décadas de su producción y actividad política, vuelve a ser hoy la tarea fundamental tras más de treinta y cinco años de anestesia inyectada a los andaluces para desidentificarnos y hacernos creer que somos tal como les interesa que creamos que somos a quienes se benefician de nuestra alienación, subordinación y dependencia. Y este despertar difícilmente lo lograremos a golpes de eslóganes políticos por más justos y evidentes (para nuestro imaginario ideológico) que estos puedan ser. Tampoco recogiendo las migajas electorales que puedan ofrecernos organizaciones que no tienen a Andalucía como sujeto político central, a cambio de verdiblanquear sus fachadas o sus papeletas de voto. Entiendo que, sin rehusar a utilizar los instrumentos institucionales, sobre todo a nivel local cuando ello sea posible y conveniente -el municipalismo ha sido, desde el siglo XIX, un eje central del andalucismo y Blas Infante contemplaba a Andalucía como un “anfictionado” (una confederación) de municipios y cantones (comarcas)- , el esfuerzo principal deberíamos ponerlo en impregnar de andalucismo, a la vez histórico, cultural y político, a la sociedad civil andaluza y a sus asociaciones y colectivos, de todo tipo, que no sean correas de transmisión de intereses u organizaciones ajenos –y generalmente contrarios- a ese objetivo de despertar a Andalucía. Mostrar, a través de nuestra práctica, que, en el caso andaluz, como en el de todo Pueblo, tenga o no estructuras estatales, las luchas sociales y la lucha nacional son dos dimensiones indivisibles de una misma lucha. Porque la emancipación personal no será posible sin la liberación colectiva nacional, ni esta sin aquella.
Por supuesto, nadie tenemos la verdad absoluta en relación al qué hacer y de ahí la necesidad de diálogo sincero, democrático y respetuoso entre las diversas familias andalucistas. Diálogo que debería producirse distanciándonos todos de sectarismos, oportunismos y estériles personalismos. Superando las desconfianzas y los sentimientos de agravio o de supremacismo. Difícil, quizá muy difícil, más aún en una época de gran fragmentación. Pero imprescindible. El homenaje conjunto a uno de nuestros símbolos compartidos, al que todos reconocemos la condición de maestro y máximo ideólogo político, Blas Infante, en este 83 aniversario de su asesinato, podría ser una buena ocasión de mostrar nuestra disposición por emprender este difícil camino del diálogo. Como también podría ser el próximo 4 de Diciembre la meta inmediata para mostrar en actos y en una o varias manifestaciones públicas que el andalucismo sigue vivo y que más gente de lo que muchos piensan siguen teniendo en la mente, y en el corazón, esa utopía –que no quimera- de una Andalucía Libre formada por mujeres y hombres libres y en la que nadie sea extranjero. Que es la Andalucía por la que luchó y murió Blas Infante va a hacer este sábado 83 años.