Mujeres Andaluzas que hacen la Revolución

2010

Mujeres andaluzas que hacen la Revolución nació a finales de 2017 con un único propósito: el de nombrar. Por justicia social, por equidad real, por derecho propio. “Lo que no se nombra, no existe” es una cita de George Steiner que resume en siete palabras toda una declaración de intenciones que el feminismo ha sabido ejemplificar muy bien, desarrollando toda una teoría en base a la invisibilización que las mujeres sufren en muchos ámbitos de la vida y la sociedad, así como una falta de reconocimiento a las labores que el sistema patriarcal nos ha permitido ejercer.

Cuando era pequeña, muchos de los consejos que recibía de las mujeres que me rodeaban iba, precisamente, en esa dirección: “No le hagas caso, que así se cansa más pronto”; “No lo nombres mucho, que así duele menos”; “No lo pienses, que así es más fácil”. Desde pequeña, me enseñaron a no nombrar, a ignorar todo aquello que no era relevante para el transcurso de los días, o que solo podían empeorarlos.

Igual ha pasado con las mujeres en la historia. Hemos sufrido en nuestras carnes propias lo que significar ser invisibilizadas, ignoradas. Sabemos las consecuencias que tiene el no mirar, el no hablar. El no nombrar. Porque somos mujeres y hace demasiado tiempo que el mundo gira hacia otro lado. Nuestra historia, nuestra cultura, nuestros conocimientos, incluso nuestro lenguaje, es aquello que llaman universal, el de la humanidad, lo neutro. O lo que es lo mismo: el del hombre.

Primeramente, la construcción histórica no nos menciona como agentes transformadores, ni si quiera como parte activa del transcurso del tiempo. Aparecemos como meras observadoras pasivas del devenir, dando exactamente igual nuestro papel en los hechos. Y es que, los discursos hegemónicos nos hablan de que la mujer nunca pudo llegar a realizar las labores del hombre, por esa división sexual del trabajo. Más allá de ese discurso, que poco a poco vamos comprobando que también es falso,  al buscar otras realidades que sí cuenten con nosotras, hemos aprendido que no hace falta coger fusiles ni dirigir ejércitos para que también tengamos derecho de buscar nuestra historia: Igual no cogimos los fusiles, pero si dimos de comer a las milicias. Igual no fuimos las reinas absolutas y todopoderas de estados y países, pero sí conspiramos para poner y quitar a los califas. Y como no somos nosotras quienes decidimos qué es historia, y qué no, ni cuáles son los hechos relevantes para construirla, sino que son esos señores que podían tener un título que los reconociera como “sabeores” dentro de una academia que no permitía la entrada de las mujeres, son muchos los relatos, las historias, las formas de ver la vida y de lucharla, de crear conocimiento y expandirlo, que nos hemos perdido.

La mujer andaluza, además, sufre esa doble invisibilización que la aleja de sus referentes más cercanas. Somos mujeres, somos andaluzas. LA persecución que la historia de Andalucía ha sufrido a lo largo de los siglos no nos sitúa en un reconocimiento en ella mucho mejor. Con el discurso del extranjerizante, como bien decía Antonio Manuel en este mismo medio, sumado a ese silencio perpetuo, a una declaración jurada de extinción de la historia andalusí, así como la infravaloración de nuestra identidad, las mujeres pierden el doble.

No tenemos historia, ni dentro ni fuera de nuestro territorio. No existimos como agentes de creación. Los símbolos, los saberes, no son los que hablan de nosotras (mujeres), ni del lugar que hemos ocupado en el mundo, (Andalucía).

Las andaluzas crecemos mirando para afuera, pensando en las creadoras americanas o europeas, tomando como referentes a mujeres que vivieron otras realidades, porque las de aquí, las que nos mencionan los problemas que sufría la mujer andaluza, los lugares que ocupaba, esas mujeres desaparecen poco a poco.

Cuando comencé con la página de “Mujeres andaluzas que hacen la revolución”, mi principal preocupación era no encontrar mujeres en la historia andaluza, que realmente hubieran sido extirpadas de ella, silenciadas para siempre. Que sus historias, rodeadas de discursos meritocráticos, no hubiese transcendido a las crónicas del momento. Y es que yo también, que nunca me había mirado en el espejo de la identidad andaluza, estaba cosida a base de discursos que me susurraban que la mujer andaluza solo es pasividad, sometimiento y folklore. Yo también había sido víctima de esos estereotipos andaluzofóbicos que ni nos nombran, ni nos quieren nombrar. Porque el día que las mujeres de Andalucía comencemos a nombrarnos como poseedoras de mil cosmovisiones, de cientos de realidades y de dignidad, ese día, no habrá estereotipo que nos sitúe un ápice por debajo de nadie.