En un marco global de libre mercado en el que el capital sigue siendo pieza angular, la lucha frente al cambio climático tiene, por lo civil o lo criminal, un fondo económico. La voluntad y el énfasis de las acciones de agentes públicos y privados deben analizarse desde un ángulo de coste de oportunidad, coste de la inversión, penalización por la no actuación, y, en el peor de los casos, como coste hundido.
En el tablero macroeconómico se ha superado, aunque algunos diablos sigan dando coletazos, el debate del negacionismo. Existe, debemos partir de esa base, un consenso general de que las actividades económicas, industriales, energéticas y comerciales de las personas ha provocado una aceleración en los cambios naturales del planeta, llevando a la desaparición de especies, catástrofes ambientales y humanas y un aumento global de la temperatura y composición de la atmósfera que siembra ciertas dudas sobre la viabilidad de la vida en la tierra tal como la conocemos en un futuro próximo.
En este escenario, ha aparecido en el 2020 una nueva variable, originada de forma directa o indirecta, precisamente por la rotura de los ciclos naturales provocados por el hombre, el virus SARS COV 2, conocido como la COVID19 que está provocando cientos de miles de muertes y tambalear los sistemas económicos de todo el mundo.
Los efectos de las pandemias sobre la economía, hasta la fecha la historia así lo demuestra, son más largos y pronunciados en el tiempo que las consecuencias sanitarias. La pandemia modifica las percepciones y comportamientos de los agentes económicos. Las familias (que aún pueden hacerlo) se vuelven más ahorradoras y conservadoras, alargando la vida útil de los bienes, evitando gastos supérfluos, endeudándose menos, postergando las grandes decisiones de compra. Y las empresas, arrastradas por el menor volumen de consumo, comercio y ventas, empeoran sus cifras, cayendo en una espiral de despidos, cierres, pérdida de rentabilidad y mayor endeudamiento. Analistas anuncian ya de que ciertos sectores están llenándose de ángeles caídos, esto es, empresas aparentemente grandes y poderosas, pero sin fuerza propia, a punto de desplomarse. Las aerolíneas comerciales o las cadenas hoteleras son un claro ejemplo, pero el mal va extendiéndose rápidamente. El sector financiero empeora su posición neta debido a la peor calidad de la deuda, las insolvencias y las moras. El enfriamiento de la economía puede verse prolongado por la existencia de bucles viciosos en sectores claves que no sean capaces de tirar lo suficiente de la inversión y el empleo.
Los estados para contrarrestar este efecto no tienen otra que volcarse con la inyección de capital, inversiones y ayudas que, como no pueden nutrirse de la caja circulante porque también está disminuyendo la recaudación fiscal, acuden también al endeudamiento a largo plazo, presionando a los bancos centrales. Políticas de gasto y monetarias expansivas, sin miramientos para evitar un mayor desastre, aún así, tendremos los contribuyentes una percepción de la disminución de la calidad en servicios públicos asistenciales. El denominado estado de bienestar volverá a sufrir otro zarpazo en los próximos años.
En toda esta espiral negativa puede encontrarse rastro de esperanza en la coyuntura macro estatal, sobre todo en la de la UE, los estados se encuentran fuertes. Puede que solo por eso, y por la gravísima amenaza de todo lo anterior, haya habido esta vez una respuesta clara, rápida y casi contundente de Europa mediante la aprobación del llamado “Fondo de Recuperación, Próxima Generación UE”. La situación de los tipos de interés en mínimos históricos ayuda sin ninguna duda, es muy barato hacer circular dinero. También ayuda, paradójicamente que vengamos de otro reciente ciclo de crisis, la de 2008 que había obligado a descender las políticas sociales bruscamente (véase por ejemplo el descenso del 60% en el Plan Nacional de Viviendas de España), pero que permite ahora llevar a cabo una serie de políticas contracíclicas que pueden tener un gran valor para superar el mayor reto colectivo en décadas, esperemos verlas plasmadas en los próximos presupuestos generales del estado.
Es el momento oportuno, a un coste financiero excepcionalmente bajo, de incentivar proyectos públicos y privados que generen empleo y riqueza, pero con criterios de racionalidad, que mejoren la gobernanza y frenen el cambio climático, que se utilice la tecnología para hacer más sostenible, más limpio el planeta, que se mejore la cohesión y la justicia social. La UE ha puesto en marcha la convocatoria más importante bajo el marco Horizon 2020, el programa de I+D+i europeo que va a financiar con más de mil millones de euros proyectos “verdes” de innovación e investigación que permitan una transición justa frente a la crisis climática y contribuyan a proteger la biodiversidad y los ecosistemas europeos. Es una importantísima idea fuerza recogida en la declaración de intenciones del programa europeo, no desdibujemos el objetivo, sólo, pongamos el máximo empeño en cumplirlo.
Ahora que se cumplen cincuenta años de la publicación del ensayo The Social Responsability of Business is to Increase its Profits de Friedman, el auge de los certificados de responsabilidad social, como son, por ejemplo, los B Corps, evidencian la voluntad de los agentes económicos privados de sumarse al nuevo contrato social, tratando de superar con ello la supremacía de los accionistas, en el que se ha evidenciado como el error del código fuente del capitalismo.
Aún con ello, las decisiones de gastos e inversión de los próximos meses y años van a necesitar un claro empuje en forma de incentivos, fiscalidad, demanda de los consumidores, o todo a la vez. El mecanismo decisional de los directivos es el mismo, ya se trate de política producción, de recursos humanos, de nuevos productos o mercados, o en la lucha contra el cambio climático. Es un problema de coste-beneficio en el que el gasto, el coste de las inversiones, el coste de oportunidad y los impuestos a pagar por reducir el impacto ambiental de su actividad industrial y comercial se compara con el valor actual del flujo futuro de costes del calentamiento global y deterioro del medio en el que operan.
Recientes investigaciones vinculan la estimación de la tasa de descuento de los costes futuros del cambio climático al tipo de interés real de equilibrio, algo no medible directamente pero que, se calcule como se calcule, tiene unos valores cada vez más bajos. Este análisis es coherente con la actual ralentización en la difusión del conocimiento y una competencia menos intensa. Tasas de descuento más bajas hacen aumentar el valor presente de la corriente de flujos financieros futuros, tanto de sus beneficios como de sus costes. En otras palabras, la situación de coyuntura financiera global hace ahora más barato actuar contra el cambio climático. La crisis del coronavirus permitirá mantener este escenario de coste-beneficio según lo expuesto anteriormente en los próximos años. Incluso es previsible una mejora de algunas variables clave que aumentan la competitividad del sector privado gracias a las políticas contracíclicas de los estados.
La pandemia del coronavirus puede ser entendida en términos económicos como la puntilla de un modelo agotado y nocivo por decadente, el del neoliberalismo expansivo del siglo XX, el del crecimiento ilimitado e injusto, el del consumismo voraz y efímero, el que exprime los recursos, o esta pandemia puede ser vista como una ventana de oportunidad para reivindicar un modelo económico en un marco democrático y transparente, que ponga en valor el capitalismo como una valiosa herramienta para el bien común. La causa que permita al capitalismo servir como vehículo de progreso justo, transversal y sostenible.
En la medida en que la sociedad global entienda y asimile que un foco de origen de esta pandemia sanitaria está en nuestro irresponsable modelo de crecimiento económico sin valorar los límites naturales, estaremos más preparados para compartir y hacer nuestro el giro en los planteamientos empresariales, fiscales, normativos y sociales que deben producirse cuanto antes, un viraje global que deberemos todos aplicar hasta en nuestros hábitos y decisiones más cotidianas.
En todos los libros de motivación, superación personal, autoayuda,…, en todos esos libros que me producen tanta urticaria, aparece la frase, “en las peores crisis están las mejores oportunidades”. Puede ser. Lo que si es cierto es que el hambre y la necesidad agudizan el ingenio, y en eso estamos todos de acuerdo, el momento actual es de imperiosa necesidad. Tenemos que entender que, para afrontarla y superarla, el mejor futuro posible es aquel en el que quepamos de manera digna, todos.