El día que salió la momia del dictador

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La momia del dictador ha salido, por fin, del Valle de los Caídos. Hemos tardado 44 años en sacarla, pero más vale tarde que nunca. Se ha puesto fin a una anomalía democrática que era insostenible en un Estado de Derecho. Toda la mañana del 24 de octubre estuve pegado al televisor para ver las imágenes de un día muy esperado por los familiares de víctimas del franquismo. Lamentablemente, muchas víctimas no han podido verlo, pues el dictador ha estado enterrado con honores más de cuatro décadas, se dice pronto, algo impropio de una sociedad democrática. Por tanto, han sido dos veces víctimas: primero, del silencio impuesto por la dictadura, y después, del olvido pactado por los artífices de la transición.

El día que exhumaron al general golpista fue agridulce. Sentí una satisfacción enorme al ver cómo los restos del dictador salían de aquel siniestro lugar, pero también sentí indignación al ver cómo el féretro salió a hombros de la familia, prepotente y soberbia, que se atrevió a gritar “Viva Franco”. El gobierno les retiró la bandera franquista con la que pretendía cubrir el ataud, pero no se atrevió a sancionar el grito con el que hacían apología de la dictadura. También sabemos que en el interior de basílica, la ministra de Justicia fue increpada continuamente por un familiar de los Franco y, al mismo tiempo, la familia del dictador alentaba una concentración de nostálgicos del franquismo, en la que participó el golpista Tejero, aunque con poco éxito.

Infame homilía

No conforme con esto, la familia del dictador celebró una misa con responso, y con permiso del gobierno, en el cementerio de Mingorrubio donde fue reinhumado. Mientras el verdugo reposa en un panteón, sus víctimas siguen enterradas en fosas comunes, ¿Hasta cuando? La ceremonia privada se convirtió en un homenaje al responsable de 114.000 desaparecidos. El sacerdote Ramón Tejero, hijo del golpista Antonio Tejero, pronunció una infame homilía que ofende a la decencia humana: “…y lo hacemos juntos a los restos mortales de su Excelencia D. Francisco Franco, que tantas veces se postraba como católico ejemplar ante el Misterio Eucarístico que ahora vamos a celebrar”.

Ramón Tejero hizo una soflama nacional-católica, que parecía escrita por un fanático o un psicópata: “Esa patria celeste de la que goza ya nuestro caudillo, un humilde servidor de Cristo Redentor, que supo donar en gratuidad su vida y el espíritu de un fiel cristiano que sentía cómo la gracia santificante hacía hogar en su alma y lo lanzaba a la entrega generosa y sacrificial de su ser a Dios y a España, como cristiano fiel y español ejemplar”.

El sacerdote golpista tuvo, además, la desfachatez de llamar “civilización del amor” a un régimen despiadado, que cometió crímenes contra la humanidad y se ensañó con los vencidos: “Seamos, como lo fue el caudillo, constructores de un mundo nuevo que cimentado en los valores evangélicos se transforme en una verdadera Civilización del Amor”.

Y en un alarde de cinismo, convirtió al verdugo en víctima: “Dichoso usted mi General que, por defender la Fe Católica y el Santo Nombre de Jesucristo, ha recibido insultos, calumnias y persecución, en la Vida y en la muerte, por eso ahora puede reconocer los rostros de esa multitud incontable de hombres, mujeres y niños que con vestiduras blancas y palmas en las manos, están alrededor del Cordero inmolado, ya que han derramado su sangre.

Una homilía que, lejos de mostrar arrepentimiento y espíritu de reconciliación, llamó soldado de Cristo a un criminal de guerra: “Por todo esto, a pesar de tener que volver a inhumar los restos de Francisco Franco, el gozo de saber y sentir que ya goza de la Patria Celeste, nos ayuda a serenar el espíritu y nos mueve a dar gracias a Dios por el Don de este soldado de Cristo que donó en gratuidad su vida por Dios y por España… Damos infinitas gracias a Dios por él, por Francisco Franco. Amén”.

La pregunta es inevitable: ¿cómo es posible que, después de 40 años de democracia, la familia Franco sea capaz de desafiar a un gobierno democrático? ¿Y cómo pueden hacer apología del franquismo, sin que caiga sobre ellos el peso de la ley? La respuesta es fácil: nadie les ha pedido cuentas jamás y, por eso, se sienten impunes. Estamos hablando de una familia corrupta, que se enriqueció y expolió obras de arte durante la dictadura, que especula y hace negocios turbios durante la democracia, y que actualmente es propietaria de 22 inmuebles, entre los que destaca el Pazo de Meirás, en Galicia.

Y para colmo de disparates, La Sexta noche olvidó invitar a un familiar de las víctimas para hablar sobre la exhumación del dictador. En cambió, consideró de mayor impacto mediático entrevistar a Francis Franco, nieto del caudillo por la gracia de Dios, que una vez más utilizó este programa televisivo, en hora de máxima audiencia, para hacer apología de la dictadura y acusar al gobierno de profanador. Atresmedia, el mayor grupo de comunicación del país, se ha convertido en una productora sin código ético, que sólo entiende de negocio.

¿Qué hacer con el Valle de los Caídos?

Sin embargo, la exhumación de Franco no es suficiente. La tumba del golpista José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, también debe ser retirada del Valle de los Caídos. Recordemos que Primo de Rivera conspiró contra la República y promovió en 1933, durante un mitin en el madrileño Teatro de la Comedia, la dialéctica de los puños y las pistolas. Asimismo, el partido fascista que fundó tuvo una participación destacada en el golpe militar contra la legalidad democrática y fue responsable de miles de asesinatos, mediante los tristemente célebres paseos.

Por este motivo, la tumba de José Antonio también debe ser trasladada a un lugar desconocido, donde la ultraderecha no pueda rendirle culto. Una vez que sean retiradas las tumbas de los dos golpistas, ¿qué hacemos con las víctimas enterradas en Cuelgamuros, sin permiso de sus familiares? Pues el Estado de Derecho tiene la obligación legal y moral de hacer, todo lo posible, por devolver sus restos a las familias para que puedan darles una sepultura digna.

Y por último, ¿qué hacemos con el Valle de los Caídos? Es necesario desmontar la cruz de 150 metros que corona el mausoleo fascista, pues simboliza la Cruzada, nombre con el que los obispos dieron su bendición al golpe militar de Franco. Un símbolo nacional-católico que es incompatible con la Constitución de un Estado democrático y aconfesional. Finalmente, hay que desacralizar el recinto y convertirlo en un espacio de memoria para recordar a los visitantes que en ese siniestro lugar, levantado con el trabajo esclavo de miles de presos republicanos, se violaron los derechos humanos.