El futuro inimaginable

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En La Historia me absolverá, el alegato de autodefensa que hizo Fidel Castro por el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, se justificaba la acción patriótica en base a seis problemas que padecía la nación cubana: «el problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política.»…

Andalucía… casi 70 años después, aquejada por décadas de regresión social, democrática y política, es difícil evitar la resonancia de los problemas que destacó Fidel en cualquier radiografía posible de la Andalucía del siglo XXI: el problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud.

Una sociedad atravesada por profundas inequidades culturales, sociales y económicas no surge de la nada. Resultado de muchos años de guerra (de clases) sin importantes batallas, de derrotas políticas, de planificaciones neoliberales y clientelares, este ecosistema institucional y cultural andaluz ha operado distintas reducciones: reducción de la política a la actividad parlamentaria, reducción del conflicto social al acuerdo entre “agentes sociales”, reducción de los ideales a los programas de “pan y mantequilla” o “cuchillo y tenedor” (Rosa Luxemburgo), reducción de la resistencia contra el lugar “natural” adscrito (por las élites del norte político) al estoicismo resignado de “parar a la derecha”, reducción de la disidencia democrática a la gobernanza institucional, reducción, en fin, del debate intelectual y cultural a las tertulias y columnas de opinión de “periodistas” y mandarines orgánicos del sistema político.

En esta atmósfera, puede resultar paradójico el contraste entre la experiencia que tenemos de un ritmo trepidante de la vida y del devenir social y, a la vez, una política detenida y encapsulada en el presente, sin apenas referencias en el pasado ni contenido político proyectado en el futuro. Las miradas en que buscar reminiscencias o anhelos no se dirigen hacia atrás ni hacia adelante.

Es «la gran centralidad del presente, de un presente que lo cubre todo, hipertrofiado e incluso omnipresente, como el principal tiempo histórico y marcadamente autorreferencial«1. Es siempre el tiempo presente sin otro horizonte que la buena gestión de las cosas, la política atrapada en el presentismo, aderezada con alguna cháchara vacía sobre modernizaciones y progreso. El historiador italiano Enzo Traverso define así el presentismo: “se caracteriza por una temporalidad comprimida en el presente, en el que pasado y futuro se condensan y el presente es el único horizonte que hay, porque nos falta una idea de futuro. Esta es la temporalidad de la etapa neoliberal del capitalismo… un mundo que está encerrado en el presente. Antes, cuando dominaba la ‘dialéctica histórica’, el presente era el momento de intersección entre el pasado y el futuro. Se establecía una relación entre el pasado como campo de experiencia y el futuro como horizonte de expectativa, lo que implicaba una idea de la historia como movimiento, evolución o transformación hacia el futuro.”2

Clásicamente, las condiciones para una política crítica y radical exigieron la reivindicación de cierto linaje representado por experiencias anteriores, aunque también hacía falta disponer de una pulsión imaginativa y de cierta voluntad de ensoñación. La ausencia de confianza en el avance del mundo ratifica que, tal vez, el mayor síntoma de la experiencia de la derrota sea la incapacidad para imaginar.

Como en una rueda de hamster, la sociedad andaluza se desvitaliza corriendo en un círculo vicioso cerrado: paro y precariedad laboral – consumo y banalidad cultural – destrucción de recursos – desigualdades… Es el vacío de un horizonte posible que estuviera abierto a otras lógicas. La política democrática y progresista transitó, no sólo en Andalucía, claro está, desde el “eclipse de la cuestión estratégica” (Daniel Bensaid) hasta la misma desmentalización de toda posibilidad anticipatoria y emancipatoria. La resignación ante el orden natural de las cosas que imponen los dominantes (la lógica de los propietarios, la despolitización de la vida democrática) se expresa como mera identidad (republicanos, de izquierdas, internacionalistas…), una estrategia de consolación frente a la ausencia de hojas de ruta, de hipótesis estratégica y de toda voluntad destituyente. La “desorientación depresiva” (Alain Badiou), el “miedo al miedo”, el hecho de que los ricos no están ya asustados, todo ello convierte los procesos electorales en limitados momentos para votar negativamente: contra aquellos que nos dan miedo. Se llama a la necesidad de votar, no porque se juegue alguna posibilidad emancipatoria, sino para evitar la desdemocratización de la democracia mínima que disfrutamos, bajo el deseo negativo de “parar a la derecha”.

Decía Theodor Adorno «íntimamente, todo el mundo sabe, lo admita o no, que las cosas podrían ser de otra manera. Las personas podrían vivir no sólo sin hambre y probablemente sin miedo, sino como seres libres»3. En las décadas postMuro de Berlín las nuevas formas de experiencia política (movimientos antiglobalización, indignados, ocupadores de plazas, primaveras…) sólo consiguen activar un ciclo corto de movilizaciones para agotarse en muy poco tiempo. Luego, todo el caudal social regresa desmoralizado al estrecho contorno de la política despolitizada en la que no caben alternativas a la cuestión de la propiedad, al progreso capitalista con sus relaciones depredatorias entre la sociedad humana y la vida natural ni al problema de construir una verdadera democracia. La llamada melancolía de la izquierda (rechazo a olvidar, ideales resurgentes a través de la experiencia de las derrotas, redención de los antepasados humillados, insatisfacción con el presente, el valor de la ensoñación y el deseo) se transfigura en su negación maníaca (voluntarismo, optimismo insulso e irresponsable, excitación y actividad sin objetivos, moralismo)4.

Y entonces, ¿cómo rearmar un proyecto político emancipatorio (un nuevo sueño rojo, y verde y violeta…), en ausencia de movilizaciones, atrapados en un ciclo interminable de derrotas y en un tiempo político sin referencias en el pasado ni conciencia anticipatoria (E. Bloch)?.

Tener un programa electoral no sirve hoy de mucho. Todos sabemos ya que cualquier posible disidencia y cualquier verdadero programa contrahegemónico resultan impotentes en los actuales sistemas electorales. Entrelazarse con una memoria de experiencias políticas, aunque resultaron vencidas, y con un horizonte estratégico, a modo de modesta utopía que permita pensar un mundo en movimiento, no atrapado en el ámbar del presentismo, parecen condiciones necesarias para imaginar y representar otro mundo posible.

Mientras tanto, en esta Andalucía hegemonizada por políticas antisociales y alienantes, quizás podría servir de puente estratégico y de la necesaria y ausente pedagogía política hacer uso, aún añadiendo además la cuestión de la destrucción ecológica, del diagnóstico que enunció Fidel en La historia me absolverá, porque son también nuestros grandes problemas estructurales: el problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud. Abordar con radicalidad intelectual y estratégica el debate político de esta heridas vivas podría significar el regreso de una política democrática que se reconozca en una memoria (de dignidad) y en un futuro (de emancipación).

1Memoria de la revolución. Edgar Straehle. Cátedra Walter Benjamin, 2020

2https://www.kavilando.org/lineas-kavilando/formacion-genero-y-luchas-populares/7060-las-utopias-del-siglo-xxi-si-surgen-tendran-una-dimension-conservadora-enzo-traverso-historiador-italiano

3Citado por Perry Anderson en “El rio del tiempo”. nlr 26 may-jun de 2004

4La melancolía de la izquierda. Francisco Sierra Jiménez y Fernando J. García Selgas