El general golpista, Gonzalo Queipo de Llano, ha salido por fin de la Basílica de la Macarena. El militar más sanguinario de la represión franquista, responsable de la desaparición de 45.000 andaluces, ha sido expulsado del templo sevillano. Se trata de uno de los mayores éxitos del movimiento memorialista andaluz, junto con la exhumación de la fosa de Pico Reja. En esta fosa, con 1.300 desaparecidos, los arqueólogos han recuperado ya los restos de más de 500 víctimas de Queipo. Y entre las víctimas, el padre de la patria andaluza Blas Infante y el poeta granadino Federico García Lorca, a los que ordenó “dar café, mucho café”, que era su siniestra consigna para cometer crímenes de lesa humanidad. Pues no estamos hablando de guerra y trincheras, sino de tapias y cunetas, de tiros en la nuca por parte de verdugos con armas pero sin alma, y contra personas decentes, que no podían defenderse. Y con semejante historial delictivo, el genocida Queipo ha salido de la Macarena para ir al infierno.
En la Hemeroteca, podemos consultar la larga lucha contra la junta de gobierno de la Hermandad de la Macarena, que lleva 20 años resistiéndose a realizar este acto de justicia y decencia histórica. La Hermandad podría haber sacado a Queipo por iniciativa propia, pero no quiso hacerlo. Cuesta creer que la mayor corporación religiosa de Andalucía, que predica el mensaje cristiano y el amor al prójimo, quede marcada en la historia como cómplice de un genocida. Pues recordemos que el psicópata del sur – como lo llama el historiador británico Paul Preston – autorizaba a sus sicarios “a matar a las víctimas como perros” y se hizo célebre por sus proclamas radiofónicas, cargadas de odio. Soflamas canallas, que soltaba desde los micrófonos de Radio Sevilla, en las que se burlaba de sus víctimas. Cuando supo que una avalancha humana, con más de 5.000 niños, intentaba escapar desde Málaga hacia Almería, por la carretera de la costa, se permitió bromear: “Grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación, que los bombardeó”.
Y en otra soflama, la más conocida e infame, también amenazaba con fusilar y violar: “Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad – vociferaba Queipo -. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora, por lo menos, sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen o pataleen”. Esta campaña de terror radiofónico explica la huida masiva de la población civil, presa de pánico.
¿Acaso la junta de gobierno de la Macarena desconocía estas proclamas? Sí que las conocía, pero hizo caso omiso, y durante todos estos años ha protegido la tumba del que llamaba su “hermano honorario”, a pesar de que sabe perfectamente que fue un criminal de guerra. Recordemos también que el genocida Queipo resistió, parapetado en la Basílica de la Macarena, la primera ley de memoria, impulsada en 2007 por el gobierno de Rodríguez Zapatero, que fue tímida e insuficiente. Finalmente, el Partido Popular no la derogó, pero la dejó morir de inanición. El propio presidente Mariano Rajoy, en una actitud provocativa e insultante para las víctimas del franquismo y sus familiares, se jactaba de asignar un presupuesto de cero euros a las políticas de memoria histórica. Peor aún, aplicó la doble moral: todo para las víctimas del terrorismo, nada para las víctimas del franquismo.
En 2017, diez años después, llegó la segunda ley de memoria democrática de Andalucía, impulsada desde la Junta por Izquierda Unida, cuando gobernaba en coalición con el PSOE. Pero el genocida Queipo, también resistió en la Macarena, desafiando al Parlamento Andaluz, que la había aprobado por unanimidad, con la abstención de la derecha. Esta ley corrió, más o menos, la misma suerte que la primera. PSOE y Ciudadanos no se atrevieron a enfrentarse a la poderosa Hermandad de la Macarena para desalojar a Queipo, y cuando la derecha llegó a la Junta, tampoco desarrolló el reglamento, sin el cual la ley no es operativa. Además, amenaza con derogarla para poner en marcha una Ley de Concordia que intenta legitimar la equidistancia entre víctimas y verdugos. Es decir, un caballo de Troya contra la Memoria democrática. Y con la tercera ley de 2022, por fin hemos sacado a Queipo de la Macarena. Aunque esta vez no se ha ido en helicóptero como lo hizo Franco, cuando salió del Valle de los Caídos, pues la familia ha pedido un desahucio discreto. Se lo han llevado de madrugada, a la misma hora en la que sus sicarios daban el “paseo” a sus víctimas.
A la hermandad más emblemática de Sevilla, con más de 16.500 nazarenos, no le ha bastado con una ley ni con dos, han sido necesarias tres leyes de memoria democrática para echar de la basílica al máximo responsable de La Desbandá, el mayor criminal de guerra, que masacró a población civil indefensa. Queda pendiente la eliminación de su título nobiliario y la expropiación del cortijo de Gambogaz, en el municipio sevillano de Camas, para que sea patrimonio público. Y junto al genocida, también ha sido expulsado del templo otro general, menos conocido, pero lo mismo de criminal: el auditor de guerra Francisco Bohórquez, la mano derecha de Queipo, que ejecutó miles de sentencias a muerte. Y es indignante que un bisnieto de Bohorquez se niegue a condenar los crímenes de su bisabuelo y se convierta asimismo en cómplice. Tampoco podemos olvidar la placa que todavía rinde homenaje al dictador Franco en la fachada de la basílica, que debe ser retirada. Este templo ultracatólico nos recuerda la colaboración de la Iglesia con el golpe militar del 36, que dejó 150.000 desaparecidos.
¿Y qué hacemos con la propia Basílica de la Macarena? Sabemos que el general golpista impulsó una colecta popular para levantar el templo sobre los cimientos de Casa Cornelio, donde se reunían anarquistas, comunistas y colectivos de izquierdas. Este lugar de encuentro de la Sevilla Roja fue cañoneado en 1931, hasta convertirlo en una montaña de escombros. Y años más tarde, sobre sus ruinas, se alzó la Macarena, como símbolo de la España nacional católica. Sería de justicia, pues, resignificar la basílica, lo mismo que hará el gobierno con el Valle de los Caídos, que pasará a denominarse Cuelgamuros. Pero me temo que para eso, haría falta una cuarta ley de memoria. Al menos, que se sustituya la placa dedicada a Franco por otra que recuerde el bombardeo contra Casa Cornelio, la casa de sindicalistas y trabajadores. Los hermanos de la Macarena deberían reflexionar y hacer 71 años de penitencia, tantos como el genocida Queipo ha estado enterrado con honores en su templo. Y aún así, será difícil borrar la mancha indeleble que esta corporación religiosa ha dejado en la memoria de Sevilla y de Andalucía.