La historia de la humanidad demuestra que el progreso, el desarrollo tecnológico y la modernidad, además de mostrarse como imparables, crean progresivamente más riqueza material. Pero al mismo tiempo, cual evidente coste de oportunidad, perjudican seriamente la naturaleza. El caso de la desecación de la laguna de La Janda en la provincia de Cádiz es un ejemplo paradigmático ya que, si bien posibilitó y lideró la época con mayor crecimiento económico de la zona, también provocó un gran impacto medioambiental. La cuestión no es sencilla, no se puede valorar de forma maniquea, no se trata de situarla en el blanco o en el negro sino dentro de una diversa gama cromática de grises.
La laguna de La Janda encerraba gran riqueza biológica, hoy en día competiría con Doñana por ser considerada como la joya de la corona del medioambiente europeo. Actualmente, con los presupuestos vigentes la sociedad no permitiría que se llevara a cabo ese proyecto, pero en la década de los sesenta se trataba de crecer y crecer. Tras diversos proyectos fallidos, con el apoyo inestimable del régimen franquista, pasó de ser el mayor humedal de Europa a convertirse en el latifundio más rentable del continente. En una tierra como esta donde el latifundismo clásico siempre ha generado muy poco empleo, muchas injusticias y pésimas condiciones de vida para los jornaleros, la abundante mano de obra que la transformación demandaba fue percibida como un milagro. Entre grullas y jornales la gente opta mayoritariamente por lo segundo, para ella es una verdad de “perogrullo”. El truco o trato ofrecido podría estar camuflado pero no era inofensivo. La coartada del empleo, del progreso y de la modernidad han justificado siempre la desecación. Tanto éxito tuvo esa argumentación que el poder, la autoridad y el prestigio generado han llegado hasta nuestros días.
El 2 de febrero de 2020 distintas asociaciones (Asociación Amigos de la Laguna de La Janda, Ecologistas en Acción, Fundación Savia, Greenpeace, Red Andaluza de Nueva Cultura del Agua, Ríos con Vida y SEO/Birdlife) coincidiendo con el Día Mundial de los Humedales, convocaron la II Marcha por la recuperación de la laguna de La Janda. Estas reivindicaciones ecologistas tienen mucho predicamento en sectores foráneos y movimientos vanguardistas. Una gran parte de la población local no participa, no se suman a la protesta, ya que mantiene interiorizado el significado económico de la desecación. Son dos puntos de vista diametralmente opuestos e igualmente entendibles y respetables.
El estado de emergencia climática en el que nos encontramos hace que el ecologismo (junto al feminismo) sea, actualmente, el movimiento más dinámico. El debate está planteado y abierto en canal. Los negacionistas del cambio climático tienen a la comunidad científica en contra y a las evidencias diarias cual espada de Damocles; pero están respaldados por un amplio sector de la población que busca la felicidad consumiendo y gastando. El resultado de esta lucha viene reflejado por la victoria, hasta ahora, de los de siempre, de los que tienen intereses pecuniarios, de los que se aprovechan del consumismo compulsivo en el que estamos inmersos. Es la oligarquía de toda la vida que adapta su lenguaje y sus principios ideológicos a los tiempos que corren para mantener su posición privilegiada.
Partiendo de la base de que la situación medioambiental actual es ya insostenible, se antojan necesarios determinados consensos sobre la problemática relación del hombre y la naturaleza. Con el agua al cuello (a veces literalmente), las nuevas circunstancias nos exigen realizar transformaciones en el sistema. La cuestión no es sencilla hasta tal punto que la única forma de abordar el asunto es asumiendo su complejidad.
Estamos inmersos en un laberinto cuya salida se intuye complicada pero las alternativas son claras: o se mantiene el paradigma desarrollista permitiendo que la bicicleta siga en movimiento para evitar su caída u optamos por el desarrollo sostenible compatibilizando realmente el crecimiento con el respeto al medioambiente. O prima el cortoplacismo que fomente la satisfacción de todo tipo de necesidades humanas o lo hace el medio plazo teniendo en cuenta que la tierra debe ser un préstamo para las próximas generaciones. O se sigue manteniendo el pragmatismo impuesto tradicionalmente o se impone el “idealismo”, que acarreé cambios en el sistema aunque impliquen el abandono de muchas necesidades actualmente consideradas como irrenunciables. Esta dualidad, esta dicotomía, esta encrucijada, este enfrentamiento entre dos puntos de vista tan distintos enrevesa la situación y nos coloca en un embrollo del que hay que salir. Es la complejidad de la realidad a la que estamos condenados y en la que inevitablemente, como escribía Cernuda, tenemos que tomar partido, partido hasta mancharnos.