Como vengo insistiendo hace años (aunque parece que con no mucha fortuna) sigue siendo cierto en nuestros días lo que afirmara Blas Infante: para Andalucía, para su futuro como Pueblo, antes que nada está el ser (el autorreconocimiento, la activación de la conciencia) y luego el poder (el aspirar a autogobernarse, actuando como sujeto político nacional). Él señalaba este orden de prioridades, aunque reconocía que un cierto poder (en las instituciones políticas) podría ayudar a avanzar con más rapidez en el primer y central objetivo.
¿Cómo han actuado las organizaciones político-electorales (los partidos) que reclamándose andalucistas han existido en las sucesivas etapas de este movimiento, desde el siglo XIX hasta hoy? Dejando a un lado los “andalucismos” de mentira, con los que actualmente se disfrazan, en blanco y verde, de forma descaradamente oportunista cuando así les conviene, las sucursales de los partidos estatales, hay que admitir que, lamentablemente, no han tenido suficientemente en cuenta este pensamiento infantiano: no han tenido como objetivo central hacer avanzar el ser (la conciencia de Pueblo) y se han centrado en conseguir éxitos electorales que, cuando existieron, no colaboraron de forma relevante a ese objetivo, ni pudieron repetirse al no desarrollar bases sociales suficientes para ello. El ejemplo del PSA, luego PA, es paradigmático en este sentido: por imposición de sus dirigentes, y a pesar de que sí contaba con miembros verdaderamente nacionalistas (aunque no todos lo eran) se dedicó, sobre todo, a “hacer política”, actuando de partido-bisagra como un fin en sí mismo y, todo lo más, a tratar de mostrarse bueno en la gestión. En lugar de centrarse en los fines, que debieran haber sido construir cimientos sólidos, activando la conciencia de Pueblo de los andaluces/zas, centró su actividad en defender los intereses del partido, confundiendo la herramienta con el sujeto político. Su trayectoria errática y su dilatada agonía fue el resultado directo de ese error: creer que el “sujeto político” es el partido y no Andalucía como pueblo, haciendo equivaler los intereses del partido a los intereses de Andalucía. (A otros partidos les ocurre algo muy parecido con la clase y los intereses de clase, pero este es un tema que no puedo desarrollar aquí ahora).
Viene todo lo anterior a cuento de la sorprendente, al menos para mí, iniciativa de la coordinadora de Adelante Andalucía de restringir su presencia en las próximas elecciones generales a una sola provincia. No pertenezco a ese partido -aunque no tengo problema en reconocer que lo he votado en las recientes elecciones municipales-, pero, como antropólogo, y aún más, como andalucista blasinfantiano, y por tanto soberanista-confederalista, no me puede ser ajeno su presente y, aún más, su futuro. Por eso me atrevo a expresar mi opinión sobre la propuesta que puede leerse en la web del partido y que, de ratificarse, supondría un harakiri político: un suicidio muy poco tiempo después de nacer como proyecto. Pienso que no es un secreto para casi nadie que bajo esas siglas conviven colectivos y personas indiscutiblemente andalucistas junto a un colectivo desgajado de Podemos, el de Anticapitalistas, que, en este momento, al menos yo, no sé a ciencia cierta si son un partido o continúan formando parte del partido homónimo estatal. Es a este partido al que pertenecen sus figuras con mayor incidencia mediática siendo mayoritario no en el número total de miembros de Adelante, pero sí en el aparato organizativo.
¿Por qué afirmo que la propuesta es una incitación al suicidio y, que, por ello, está fuera de razón? Pues porque en las elecciones generales en Andalucía las circunscripciones son ocho y no solo una, por lo que no presentar lista en siete de ellas equivale a desaparecer como partido, dejando “huérfanos” a los militantes, simpatizantes y votantes (muchos o pocos) de Adelante, que son la base necesaria para el futuro. La mayor parte de los 45.000 votantes a sus candidaturas en las recientes Municipales tendrían que abstenerse o votar a otros partidos: se les cierra la posibilidad de seguir votando a Adelante Andalucía. ¿Es esto razonable? ¿No será percibido como una huida, un reconocimiento de impotencia no ya presente sino también cara al futuro? Ciudadanos no se ha disuelto formalmente, pero su anuncio de no participar en las elecciones generales ha transmitido el mensaje rotundo de que ya no existe. Pues algo equivalente ocurrirá a Adelante en todas las provincias donde su papeleta no esté en los colegios electorales, por mucho que la intención no sea esa.
¿Tendría alguna ventaja eso de “concentrar” las fuerzas en una sola provincia? Rotundamente no, porque más allá de quienes componga la lista, solo podrán votarla los electores de la provincia elegida. Se perderían un número nada despreciable de miles de votos y muchos posibles apoyos para la consolidación del partido: todos, menos los que pudieran mantenerse (o si se quiere ampliarse, aunque esto no parece muy realista) en una concreta provincia. Adelante dejaría de ser, de hecho, Adelante Andalucía y quedaría reducida a Adelante Sevilla o Adelante Cádiz. ¿Qué andalucismo, y no digamos nacionalismo, podría ser ese? Aunque en el comunicado se dice que “la candidatura representará a toda Andalucía aunque concurra en una sola provincia”, esto no pasa de ser una quimera. Puede que algunos de los potenciales electores de la provincia elegida puedan verlo así (aunque me temo que pensarán que hay muchos paracaidistas o cuneros en su lista si hay muchos nombres de fuera de la provincia), pero ¿cómo lo verán en las demás provincias (siete sobre ocho)? Más me parece que el relato esté destinado al interior de Adelante, para conseguir el apoyo a una decisión de la que desconozco sus verdaderas causas. Pero para quienes no pertenecemos a esa burbuja en que desgraciadamente suele desarrollarse la vida de un partido, la percepción muy difícilmente puede ser otra que de lo que se trata es de construir, a prisa y corriendo, una especie de última trinchera para “morir con dignidad”, al modo numantino (siendo lo numantino el polo opuesto de nuestra visión andaluza del mundo).
En el comunicado nada se dice de que la renuncia voluntaria a presentarse en siete de las ocho jurisdicciones sea por debilidad, frustración o falta de medios (desconozco, aunque puedo imaginarme, la situación económica de Adelante, aunque sí conviene decir que el gasto de presentarse en todas las jurisdicciones es mínimo), sino que se justifica “en un ejercicio de responsabilidad para frenar a las derechas en una situación de excepcionalidad”. Un partido soberano, que pretende ser voz de un Pueblo, en nuestro caso el andaluz, no puede utilizar argumentos como este, que quizá pudieran entenderse, aunque no se compartiera, si Adelante se diluyera en Sumar (o como se llame finalmente la artificial sopa de siglas, al mando de los de siempre, con fines exclusivamente electoreros). Por ello me pregunto si esta voluntaria renuncia tendrá que ver con un cierto complejo de culpabilidad por no “ir juntos” con lo que se denomina “la izquierda del PSOE”. Un ir juntos, aunque no se sepa ni adónde, ni para qué, salvo la consabida cuestión de la extrema derecha y el ocultado objetivo de regresar al bipartidismo dinástico y centralista.
Resulta inquietante que en el comunicado no figure la palabra nacionalista, ni soberanista, para autodefinirse, sino solo andalucista, un término que hoy, a menos que se concrete su significado, no sabemos qué contenido político puede tener, ya que se reclaman tales todos los partidos a excepción de Vox. ¿No será el problema principal de Adelante que no haya transmitido un análisis, un diagnóstico y una hoja de ruta adecuados a nuestra situación de pueblo (no solo de territorio) colonizado y se ha dejado llevar, en muchos casos, por los planteamientos y el discurso “clásico” (y fuera de este tiempo) de la izquierda españolista (si es que los partidos autodefinidos de izquierda lo son en realidad)? Y más inquietante aún es que podamos leer que “por desgracia, en estos momentos no existe ninguna posibilidad de tener una voz andaluza autónoma dentro de las opciones estatales actuales, con el mismo poder que otros territorios” (cursivas mías). ¿Es esta desgracia la que explica la existencia de Adelante o es la necesidad de que un pueblo-nación, Andalucía, debe contar con un instrumento político-electoral propio, no subordinado a otras instancias? ¿Si quienes fueron expulsados de Podemos por orden de Pablo Iglesias hubieran conseguido de este la autonomía organizativa que reivindicaban, entre otras cosas para confeccionar las listas electorales, hubiera sido innecesario crear un partido de exclusiva obediencia andaluza? Quizá las respuestas a estas interrogaciones, si son sinceras, pudieran explicar en gran medida la actual situación de Adelante Andalucía y la increíble incitación al suicidio político que ahora hacen desde su cúpula a “las bases”.
Dicho todo lo anterior con mi total respeto a las decisiones colectivas y personales de quienes patrocinan este autocertificado de defunción y, por supuesto, a quienes este fin de semana –según se dice en el comunicado- deben ratificarlo o rechazarlo. Si la consulta se hiciera también a los votantes, mi respuesta sería clara: un No rotundo, porque, más allá de las intenciones (que no estoy en condiciones de juzgar) lo que se pide es poner al partido a un paso de la desaparición. Pienso que esto no sería bueno, aunque ello tampoco supondría la desaparición del nacionalismo andaluz, como tampoco lo significó la desaparición del PA. Porque Andalucía seguiría siendo un sujeto nacional: “una realidad distinta y completa, una unidad espiritual viva, consciente y libre con un ideal que cumplir” (Blas Infante). Un ideal que seguiría totalmente vigente.