Andaluçê de Instagram

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Jorge Manuel López (@jlr_clavelesytribales)

Tengo Facebook e Instagram y pasa muchas veces, que un contenido concreto se comparte bastante en una red y nada en la otra. Aunque el perfil social de mis contactos es más o menos el mismo, pienso que es porque el perfil generacional varía bastante. Casi todo el mundo comenzó con Facebook y poco a poco la gente más joven se ha ido mudando a Instagram. Y aunque algunos temas de interés parecen comunes, también las perspectivas sobre ellos parecen distintas. Creo que porque las dinámicas también son diferentes. En Instagram se tira mucho más de imágenes e historias rápidas que de formato texto, que como cada vez entrenamos menos, nos cuesta más digerir.

Si algo bueno tiene mantener un ojo en cada red, es que permite advertir que, tanto conflictos como victorias que parecen de primer orden en una de ellas, son absolutamente irrelevantes para la otra. Y algo que me preocupa más: puede que si le damos demasiada importancia, terminemos por creer que esas perspectivas de conflictos o victorias, son referentes de un común o colectivo que va más allá de nuestra cartera de amigxs virtuales. Prometo que más de una vez alguien ha querido sacar la charla “candente” en un bar y se ha topado con que absolutamente nadie sabía del tema: ¿Cómo que no te has enterado? Simplemente, porque no sigo a la persona que publicó en Instagram ese contenido, que probablemente se ha replicado en cuentas asociadas entre sí, creando una falsa sensación de debate colectivo que, fuera de ahí, ni siquiera existe.

Sobre esta cuestión de la representatividad y de los temas que importan, he tenido varios encuentros -y encontronazos- en lo que a Andalucía y andalucismo se refiere, que me han servido para advertir nuevos enfoques y cuestionar certezas propias, y también para decidir alejarme en los últimos meses del ruido que produce la fetichización sin límites de supuestos elementos asociados a una identidad que cada día tengo menos claro qué sentido y significaciones tiene para cada colectivo. Hace unos días, al menos entre mis contactos de Instagram, se viralizó un artículo que hablaba de la incómoda preçencia de un xaubinîmmo andalûh. Muchos de mis contactos compartieron este artículo como si contuviera una reflexión que jamás se había tenido en cuenta y que aportaba novedosas claves para repensar la identidad en Andalucía. Corrí hacia el Facebook para comprobar si el bombazo había resonado por allí, pero ni rastro.

En relación con Andalucía y el andalucismo, he leído opiniones de todo tipo y no siempre estoy de acuerdo con todas, pero prefiero responder generando un contenido que nazca de mi propia reflexión, que cuestionando postulados que otrxs proponen. Me parece un acto valiente intentar aportar con el riesgo que conlleva la exposición en redes, por eso intento ser respetuosa con quienes, más allá de algunas diferencias, entiendo que remamos en el mismo barco. Por eso no me gustaría que estas líneas se interpretaran como una enmienda a la totalidad o un ataque personal al artículo publicado por Jorge Jiménez en Eldiario.es el pasado 31 de mayo. Más bien me sumo al debate porque creo que estoy de acuerdo en su mensaje principal: a estas alturas, probablemente el andalucismo acusa crisis de proyecto –o tal vez matizaría, de proyección y alcance-. Pero si bien sus argumentos conectan con conflictos que muchas veces me he planteado, no puedo estar de acuerdo en que los puntos de partida que sugiere, sean precisamente la causa del actual estado de la cuestión.

En primer lugar, porque me parece paradójico que un texto que cuestiona si es posible que el uso de la identidad por la identidad -entiendo que su cosificación por parte de determinados sectores o colectivos- nos haya precipitado hacia la actual crisis de proyecto en Andalucía, confunda indistintamente su mixtificación política-partidista, con su análisis en el contexto de un campo de estudio -la antropología- que lleva más de sesenta años en nuestra comunidad formando profesionales capaces de detectar singularidades sociales, culturales, asociativas, religiosas, patrimoniales, migratorias, de género y un largo etcétera, que operan en la formación de las diversas realidades socioculturales que existen en Andalucía y que, en efecto, influyen en los modelos relacionales y en los procesos de transformación de manera muy diversa. Tampoco creo que la identidad andaluza haya sido el principal vector por el que ha discurrido la coyuntura política de nuestra comunidad en los últimos años, sino más bien su intento de institucionalización y sistematización (lo cual, por su carácter plural es, sencillamente, imposible).

Abrimos, por tanto, el primer melón: Como quedó claro hace poco, insultar a la Blanca Paloma es insultar a la totalidad del pueblo andaluz. Si bien quedó claro que el sketch de TV3 fue capaz de calar en diferentes sectores de la población andaluza, realizar esta afirmación sin matices, parece reflejar más el posicionamiento de la derecha y sus socios ultra, amparados en la Fundación de Abogados Cristianos, que la multitud de reacciones que suscitó la parodia. La crítica desde los sectores de izquierda, se sostuvo
principalmente en un rechazo hacia la caricaturización de aspectos relacionados con el acento o las hablas andaluzas y hacia la consideración implícita, una vez más, de Andalucía como región de gente excesiva y exagerada. Algunxs aprovecharon precisamente para clamar contra los sectores más conservadores y realizar el cuestionamiento a la inversa: ¿acaso no ofende a los sentimientos religiosos y al pueblo andaluz que muchos cristos y vírgenes en esta tierra porten elementos de dictadores y genocidas?1 Y a pesar de las críticas, muchos de estos posicionamientos matizaron que su opinión sobre el sketch no debía invalidar la libertad de expresión. Vincular la consideración –ficticia- de que insultar a la Blanca Paloma es insultar a la totalidad del pueblo andaluz, a que en la escuela antropológica sevillana se decidió que las cofradías y las romerías serían las formas esenciales de nuestro estar en el mundo, me parece bastante incomprensivo con los motivos que han llevado a que estos espacios sean considerados, no únicos ni esenciales, pero sí suficientemente importantes como para analizar sus diferentes funciones y el peso que ejercen en el tejido sociocultural andaluz. La antropología se enmarca en el conjunto de las Ciencias Sociales y desarrolla sus trabajos desde metodologías concretas, no es un club de amiguetes que se reúne en la barra de un bar a charlar sobre cosas y tomar decisiones un domingo por la tarde. Si, según el autor, la eclosión de los últimos años los lleva al punto en el que una casa hermandad y una caseta contienen la potencialidad de un soviet, puede que sea precisamente porque nos han sobrado unos cuantos genéricos y esencialismos plasmados en camisetas, pegatinas, ilustraciones y totebags y ha faltado un poco de aproximación a las fuentes –orales y escritas- que hablan de las diferentes dimensiones colectivas, asociativas y de reafirmación identitaria -pero también de los límites- que contiene la ritualidad asociada a las hermandades y las fiestas populares.

Comprender los límites y las constantes tensiones que plantea el hecho cultural e identitario, puede servir también para comprender el simplismo –y un poco el clasismo- de afirmaciones como que “ensalzar a Lola Flores supone blanquear la dictadura franquista”. Solo por aportar un ejemplo de cientos, también aplicables a la de Jerez, otra coplera franquista por excelencia, Gracia Montes, fue capaz de popularizar una de las coplas feministas con mayor trascendencia en la cultura popular: ser una feria, reivindicar la alegría, frente a los celos y el abuso machista. Es posible –y necesario- criticar los conciertos en la Granja de San Ildefonso (creo, siempre, apuntando hacia los abusos del régimen franquista, no así a las propias copleras que, por hallarse inmersas en su propio tiempo y contexto carecían de la perspectiva que nos hoy brinda la historia y los años), pero no es incompatible con la reafirmación de un espacio que, desde su nacimiento, ha convivido con formas de expresión y refugio de disidencias, mucho antes de que existieran lugares seguros para reivindicar identidades diversas. De hecho, creo que este enfoque es una muestra de esos atisbos de amor propio que merecemos, que por supuesto siguen siendo insuficientes pero hacen parte en el camino: reapropiarnos y reconciliarnos con el complejo de haber sido laboratorio para la construcción de una identidad supremacista y cosida a retales, que a efectos prácticos solo opera a modo de marca, la Española. De esta negación de la copla como creación artística eminentemente andaluza, tuvo gran culpa el franquismo, pero no menos responsable fue el desprecio durante años por parte del andalucismo y de los movimientos artísticos de Transición. Solo por estimar la tarea de quienes asumieron el reto de dignificar y resignificar la copla andaluza –principalmente, Carlos Cano- tras medio siglo de expolio y manoseo, deberíamos considerarlo en esta búsqueda de referentes de “nueva ola”.

Segundo melón. Lo mesetariano no existe, la Meseta es un estado mental. Por supuesto que no se trata de advertir como parte de la misma identidad extractiva a Florentino Pérez y a las luchas vecinales del barrio de Orcasur. La meseta es un concepto geográfico, pero al mismo tiempo es un estado de poder. En efecto, no se pueden negar las opresiones de los barrios obreros más allá de Despeñaperros, pero lo que plantea precisamente el concepto de lo mesetariano, es la necesidad de descentralizar el poder concentrado en los grandes centros y en unas pocas manos. Por supuesto que tampoco es nada nuevo que la burguesía terrateniente andaluza se alinee con posicionamientos estatales y con una idea centralista del Estado Español. Pero no es menos cierto que las ideas internacionalistas, marxistas y de clase, ya han sido ampliamente contestadas por sectores que van desde el feminismo a la crítica poscolonial, y que nos llevan a pensar en la clase como una opresión más al interior de una escala de opresiones para la cual no existe una estrategia homogénea de superación, sino el desarrollo de diferentes dinámicas planteadas desde particulares condiciones de posibilidad. “De lo local a lo global” parece ya un argumento bastante consensuado y desde luego, no niega la solidaridad con otros pueblos y barrios obreros.

Tercer melón. No nos hace falta un pasado mítico, sino un futuro al que mirar. Sin una historia compartida es decir, sin sentido de pertenencia colectivo es imposible apuntar hacia nociones para mirar en común hacia un futuro. Y por supuesto, existen motivos para pensar en la historia andaluza sin necesidad de consideraciones míticas. Aunque, por otra parte, tampoco sería éste el único ni último lugar que contase con mitos fundacionales, forman parte de las estructuras simbólicas que dan sentido a los pueblos. Un buen ejercicio de justicia histórica podría comenzar por reivindicar los postulados que definía ese Ideal Andaluz, más allá de la propia idea del sentimiento autoconsciente de que Andalucía existe, como marcador de unas bases sociales e ideológicas a partir de las cuales reconocernos como pueblo. El trabajo desarrollado por Blas Infante y el Ateneo de Sevilla, facilitó una hoja de ruta para reivindicar nuestro lugar al interior de diferentes procesos, entre otras, las bases para un Estatuto de Autonomía truncado por la guerra civil y la emergencia de la oleada nacionalista en 1977, que consolidó nuestro derecho autonómico por la “vía rápida” de las nacionalidades históricas. La lucha por el reconocimiento de estos derechos, costó vidas y atropellos a la libertad que, lamentablemente, no forman parte de ninguna reconstrucción divanesca ni cuento de la Alhambra.

Cuarto melón. Estar al sur no te hace parte del sur global, obvio, porque ni el sur ni el norte son etiquetas unívocas. Que Andalucía ha sido configurada históricamente como región periférica, con particulares obstáculos al interior del estado-nación no es ningún secreto. La explotación de nuestros recursos naturales, función abastecedora y especialización productiva nos colocan al menos –si se quiere huir de binomios de gran alcance que aclaran poco sobre experiencias localizadas- “en la otra cara”2 del entramado industrial del estado-nación. Esto, como punto de partida en el tejido de un orden que, a estas alturas, viene siendo global. De manera que las afirmaciones que pueden realizarse acerca del papel que juega Andalucía en diversos escenarios de poder, no anulan ni simplifican, por el contrario, complejizan estas relaciones. Sobre el hecho de homogeneizar los componentes gitanos y migrantes en la construcción de relato y proyecto andaluz, sin duda, queda un largo camino de aprendizaje, escucha y de bajadas del “pedestal de la superioridad heredada”, esta última, afirmación de Heredia Maya, profesor de literatura granaíno y primer catedrático gitano en una universidad española.

Pero realizar esta afirmación de expropiación hacia adentro, citando solo a hombres blancos, me parece invisibilizar las aportaciones que personas y colectivos realizan desde hace años para la construcción de este relato en plural: Jornaleras de Huelva en lucha, Colectivo de Trabajadores Africanos, Pastora Filigrana, Sandra Heredia o el colectivo antirracista, afrodescendiente y andaluz Biznegra Málaga, por citar solo unos pocos.

En suma, no se trata de boicotear debates incómodos, menos aun estando de acuerdo en que, con la que nos viene encima, torpedearnos entre nosotrxs sería pegarnos el tiro en el pie. Pero sí me parece de justicia darle a cada espacio su reflexión. Es obvio que existe un auge del elemento –que no de la identidad- andaluz o andalucista, pero eso no siempre significa que formen parte de la construcción de proyecto andaluz. Que hoy haya un mayor número de estrellas tartésicas en instagram que gente votando andalucismo –o simplemente, votando con un pensamiento de izquierdas en Andalucía-, no significa que no exista un buen hilo del que tirar. Quienes se presentan a las elecciones a uno y otro lado del abanico político en Andalucía en algún momento han reproducido, sin excepción, estrategias más propias del anuncio de cerveza –“con mucho assento”- , que de un proyecto político consolidado para nuestra tierra. Pero puede ser tramposo plantearlos como cara de la misma moneda. Quizá lo que no necesitemos son más portales en el tiempo de foto fija, puede que sobren unos pocos likes complacientes con la enésima ilustración de la arbonaida, memes de la tostaíta con aseitito y frases en andalú. O a lo mejor aquí no sobra nada y lo que necesitamos es proyectar –y consumir- todo ese potencial de manera más crítica, para construir referente más allá de nuestras fronteras de internet. Creo, y vengo señalando hace tiempo, que acusamos una grandísima brecha generacional en esto que llamamos “Nuevo Andalucismo”, que al menos en mi pequeño alcance, se materializa en que muchas de las iniciativas y contenidos que se generan de un lado, son absolutamente irrelevantes para el otro, principalmente porque no hemos configurado canal de encuentro o comunicación posible. Podría ser el primer paso para dejar de mirarnos tanto el ombligo y reconocernos entre las mismas caras de siempre. No sé si estamos a tiempo antes del 23J, aunque tampoco creo que sea la única meta necesaria.

1 El profesor de la escuela sevillana de antropología, Isidoro Moreno, en este medio el 11/05/23

2 Tomando prestada la expresión de Manuel Delgado en su muy recomendable obra, “Andalucía, en la otra cara de la globalización”.