En demasiadas de sus noticias, los árboles se ponen delante del bosque. Las causas y condicionantes son muchos. La celeridad e inmediatez que la sociedad demanda. Los intereses económicos y políticos. La innegable subjetividad de la presencia de la mano humana. A veces cuesta, no sólo saber, sino deducir, lo que realmente ha pasado tras prestar toda la atención a la lectura, audio o reportaje.
Los sistemas y procedimientos informativos en unos años donde la tecnología y las percepciones evolucionan tan rápido, que están haciendo de esa, una profesión de alto riesgo. Están en grave riesgo de viabilidad canales y cadenas informativas que fueron ayer de masas. A la vez, los índices de audiencia de noticias y medios escritos caen a niveles muy pobres. A la capacidad de acceder a otras fuentes en otros momentos se suma una sombra que flota demasiadas veces en la moral de los periodistas, la merma de credibilidad y confianza.
De los casi 47 millones de españoles, 29 millones utilizan diariamente las redes sociales y pasan casi seis horas al día en Internet. El informativo más visto de televisión no supera los dos millones de televidentes. El programa informativo más oído en la radio tiene 2.640.000 oyentes. El periódico online más leído es deportivo y tiene 1.672.000 visitas diarias. El periódico generalista más leído apenas llega al millón de lectores diarios. Las redes sociales creciendo, los canales informativos, bajando.
Porque en la época de la hiperinformación, todos nos hemos convertido en expertos de mil temas. Esto hace que nuestra capacidad de escucha y empatía se reduzca y, de forma soberbia, ponemos en cuestión la veracidad de todo lo que quieren contarnos e informarnos.
Es necesario encontrar mecanismos que frenen lo que a término es una degradación de nuestra sociedad. Se evidenció hace pocas semanas cuando fue necesario poner un importante dique de contención a los bulos que se hacían superlativos en torno al coronavirus y que vuelve a tener otra forma de expresión con el movimiento negacionista de la enfermedad.
A toda esta cadena lleva contribuyendo desde hace años un abuso que es replicado hasta la saciedad, que se ha implantado como hábito pero que es de esos elementos nocivos que debemos retirar de la cesta del proceso informativo, como las manzanas podridas. Es el momento en que propios y extraños aprovechan que le ponen una “alcachofa” delante para soltar su píldora mitinera, olvidándose del hecho relevante que ha ocasionado la presencia de los medios de comunicación. Pregúntame lo que tu quieras que yo te responderé lo que me dé la gana.
¿Y si suprimiésemos esa parte de las noticias? ¿Y si dejase de ocupar espacio el spitch interesado y se hablase de verdad de lo noticiable? ¿Y si se les cercenara su minuto de oro a los que viven y alimentan sensacionalismos y enfrentamientos? Ya existen en los periódicos y páginas web los espacios de opinión (como este), ya funcionan los programas radiofónicos, televisivos y online de debate. Circunscribamos entonces los formatos y los objetivos y evitemos mezclarlo todo y ofrecerlo en un totum revolutum a la sociedad que acaba originando indigestión, confusión y desapego.
La medida resultaría tan sencilla como contundente. Eliminar las declaraciones de las noticias. Que en el momento en que se les pide a los ciudadanos que presten atención a los hechos predomine el verbo describir en vez del de opinar.
Se revelarían desde luego esa corte de diablillos de tercera división que han hecho de ello su oficio, en realidad portavoces de intereses particulares, pero resultaría un sano ejercicio que fortalecería el papel del periodismo, que defendería, a base de pequeños ladrillos la calidad de la democracia y la convivencia. Es por esto por lo que una de las primeras acciones de todos los regímenes totalitarios es apropiarse de los medios de comunicación, para convertirlos en altavoces de sus discursos, de sus intereses que tratan de convertirlos en dogmas.
La pureza, la objetividad total informativa es una utopía en el horizonte. Pero eso no es un defecto. Sigue siendo bueno que seamos humanos. Lo relevante es ser conscientes de nuestros defectos para intentar corregirlos. Uno de esos dolorosos defectos de hoy son los abusones de la alcachofa, es hora de arrinconarlos.
Hay, en este proceso que compartir la responsabilidad con una creciente madurez de la audiencia que necesita, por su propio bien, ir más allá del espacio morboso, del pan y circo, de la mera distracción. Comprendiendo que una buena información va a mejorar la gestión de su vida personal y profesional.
Apuntalar proyectos informativos solventes en los que puedan desarrollar su trabajo buenos profesionales sólo puede llevarse a cabo con la complicidad y colaboración de sus consumidores y usuarios, entendiendo que es una profesión que necesita ser adecuada y dignamente retribuida, que prestan un necesario servicio público. Aquí propongo una punta del hilo para empezar a hacer madeja: vacío a los voceros, a los charlatanes sectarios, a los vendedores de crecepelo, a los incitadores al odio, a los predicadores de pacotilla, a los que no demuestran el mínimo decoro y respeto por el periodismo, la audiencia y la democracia.