Ya lo decía Hipócrates, el padre de la medicina, “Las enfermedades no nos llegan de la nada. Se desarrollan a partir de pequeños pecados diarios contra la Naturaleza. Cuando se hayan acumulado suficientes pecados, las enfermedades aparecerán de repente.” Y en un mundo interconectado, globalizado y poco sostenible, los virus llevan varios años siendo una de las principales amenazas de la salud, junto con las bacterias resistentes a antibióticos, la contaminación del aire y el cambio climático.
En los últimos 30 años, el número de brotes de enfermedades infecciosas detectados se ha multiplicado por tres y era algo dentro de lo esperado que un nuevo virus se propagara de los animales a los seres humanos y causara una pandemia. La cuestión era saber cuándo ocurriría.
Y ese día llegó y ahora todos nos lamentamos. Es normal, necesitamos un periodo para lamernos las heridas e infundimos ánimos, pero ya es hora de reflexionar sobre qué no hicimos bien y qué necesitamos cambiar, reforzar o innovar como sociedad, porque este problema no lo solucionaremos actuando como “individuo”.
Necesitamos que los sistemas de salud sean públicos, universales y fuertes, capaces de resistir amenazas masivas para la salud.
Necesitamos que los gobiernos inviertan en sanidad e investigación pública y gestionen mayor cantidad de recursos ante la posible llegada de otras epidemias o pandemias, con políticas preventivas que nazcan del consenso político y social.
Necesitamos una respuesta colectiva a esa demanda de lo público, una respuesta de todos, porque los virus no distinguen de sexos, fronteras, razas, riquezas o religiones y si la sanidad se extiende a todos, unidos podremos salir mejor y más reforzados de cualquier tipo de epidemia o pandemia.
Necesitamos planes de investigación que identifiquen enfermedades y patógenos que puedan ser una emergencia de salud pública, pero de los que actualmente carecemos de tratamientos y vacunas efectivas.
Necesitamos fortalecer los mecanismos de colaboración y coordinación internacionales. Una enfermedad de este tipo no tiene fronteras, por lo que necesitamos crear nuevas formas de colaboración entre países para hacer frente a este tipo de pandemias. No podemos permitir que cada país acumule vacunas, acapare recursos y ejecute su propio plan. España necesita cada vez más ser Europa, no mirarnos en los ombligos nacionalistas, sino ser los que lideremos la solución la próxima vez que ocurra una pandemia. Porque ésta no ha sido la primera y no será la última vez que nos enfrentemos a algo de esta magnitud.
Necesitamos un buen sistema de protección social que destine más recursos a quienes menos medios tienen; necesitamos una educación pública que mejore el futuro de una sociedad que debe ser más solidaria, íntegra, colaboradora y resiliente; necesitamos tener una economía diversificada y neutra para el clima, capaz de sostenerse con energías renovables; necesitamos ser prolíficos en producción científica y ser punteros en investigación tecnológica.
¿Y cómo se financia todo este gasto público? Pues la única opción es que los recursos salgan de los impuestos, no deben depender de donaciones más o menos altruistas, no puede ser que alguien ajeno al sistema decida cuánto y dónde se invierte. Si alguien quiere dar dinero al sistema público, debería hacérselo llegar a los responsables de administrarlo para que ellos lo gestionen en función de criterios públicos.
Muchos cambios que necesitan de una sociedad consciente y responsable, cambios sistémicos que no son sencillos porque necesitaremos repensar nuestro modelo de vida actual, nos forzará a buscar alternativas que nos permitan seguir con nuestras vidas de manera diferente y tendremos que actuar para defender un futuro mejor para nuestros hijos e hijas.
Promover la solidaridad y no el egoísmo; la cooperación y no la desesperación; la unión y no la división y el enfrentamiento; la visión crítica y no el ataque furibundo provocado por la infodemia de rumores, bulos y datos falsos. Éstos y no otros, son y serán valores fundamentales a desarrollar.
En estos días de confinamiento vemos y escuchamos aplausos en los balcones, oímos historias emotivas…, parece que hay un repunte de la responsabilidad social, un empoderamiento ciudadano para el “rescate” de lo público, pero ¿qué ocurrirá cuando acabe el confinamiento? ¿Seguiremos aplaudiendo en los balcones con las mismas ganas y nos moveremos como sociedad para que nuestra sanidad, educación e investigación públicas, sean fuertes, estén bien gestionadas y dotadas con los recursos suficientes?
Ojalá sea así. Entonces, sabremos que esos aplausos eran de verdad, que no eran espejismos de solidaridad, que no eran actos egoístas para limpiar nuestra conciencia y creer que estábamos haciendo algo por el bien común, que no eran por nosotros mismos, por sentirnos arropados por el grupo, por agarrarnos a un rayo de esperanza en la rutina de un confinamiento duro, por sentirnos que no éramos los únicos en esta situación crítica…
Ojalá hayamos aprendido algo en este tiempo de encierro, ojalá hayamos reflexionado sobre el tipo de sociedad que queremos ser, qué podemos hacer para mejorarla y, como individuos, que hábitos tenemos que cambiar para el bien común.
Si lo hacemos, será el cambio social más importante de los últimos siglos y servirá para preservar un futuro más sostenible a nuestros hijos. Habremos sabido que la evolución es el camino. Sin embargo, si elegimos la involución, a lo mejor será tarde para muchas cosas, entre otras, la posibilidad de construir un mundo donde quepamos todos.
Autoría: Cristina García Sarasa, bióloga; Manuel Sánchez Jurado, psicopedagogo y maestro.