El presente texto es un extracto del capítulo Delusions of Heterotopia. Publicado en 2020 en el libro León Casero, Jorge and Urabayen, Julia Differences in the City. Postmetropolitan Heterotopias as Liberal Utopian Dreams. Nova Publishers, New York.
Zizek cita a un tercer autor a propósito de un Yuppie en el metro de París leyendo el libro de Deleuze y Guattari ¿Qué es la filosofía?, lo que para el relator de la anécdota debería conducir al lector a la perplejidad, dado el potente carácter radical y revolucionario de la obra. Por supuesto, Zizek se pregunta hasta qué punto, en lugar de perplejidad, el yuppie no recibe la obra de estos filósofos con entusiasmo, viéndose por completo reflejado en los contenidos de la misma. Hasta qué punto la ya vieja figura yuppie no era el más avanzado ejemplo del acoplamiento del hombre a la máquina. Hasta qué punto el desmoronamiento de los roles fijados, conservadores, no encontraba también su vanguardia en esta figura, con su necesidad de reinventarse a sí mismo de forma constante para no ser devorado por sus pares del mercado, o para adaptarse y disfrutar con el consumo de la última moda. Zizek llega a jugar con la idea de que “el pensamiento de Foucault, Deleuze y Guattari, los filósofos mejor caracterizados por la resistencia de las posiciones marginales aplastadas por el poder hegemónico (…), es efectivamente la ideología de la nueva clase dominante” en el capitalismo contemporáneo.
Si hay razones para hablar de Deluze como filosofo del neoliberalismo, ¿no habría razones similares para pensar en Foucault como ideólogo del urbanismo neoliberal? A pesar de que sus principales y más conocidas obras se centraron en la historia, es indudablemente uno de los filósofos que contribuye al giro espacial en ciencias sociales desde la década de los años ochenta. Sus reflexiones sobre las heterotropías, aunque no son especialmente abundantes en su obra, han tenido una influencia notable en el urbanismo y, sobre todo, en la arquitectura. Sus planteamientos resultan inspiradores para el pensamiento radical, engarzando con la hoy omnipresente crítica a la imposición de la racionalidad de la modernidad europea al mundo. Enlaza asimismo con los aspectos centrales de la crítica posmoderna al urbanismo funcionalista, a los modelos rígidos, a la homogeneización del paisaje y también con el interés por la creación de espacios contestatarios en el aquí y ahora para el activismo urbano. Sin embargo, algunos de estos elementos también resuenan con el ethos neoliberal del fin de la historia y con las prácticas de producción del espacio urbano en este marco, muy distintas de las hegemónicas en la década de los años sesenta.
“Des espacesautre” fue una lectura realizada por Foucault ante el Circulo de Estudios Arquitectónicos en 1967. La fecha no es una cuestión menor. Un año antes de la publicación del Derecho a la Ciudad y de las conocidas revueltas contraculturales de lo estudiantes franceses. Situado al final de los treinta años gloriosos del capitalismo tras la IIa Guerra Mundial, de economías nacionalistas, estados intervencionistas y desarrollo de regímenes del bienestar. En este momento Francia y en general occidente empezaban a asomarse al final de un ciclo, de una manera de pensar la política y la economía y de una forma de organizar el espacio, algo de lo que Foucault parece bastante consciente en la transcripción de la conferencia. Esto, en un estado como el francés, que aún hoy, tras cuatro décadas de neoliberalismo, sigue siendo de los estados europeos más intervencionistas y proteccionistas con su economía y que en esta época era pionero dentro del bloque capitalista en la organización burocrática del espacio y el consumo de masas.
Diría que en el discurso de la heterotopía hay dos elementos claves en relación con lo anterior. El primero, que anticipa el giro espacial en las ciencias sociales, el desplazamiento del interés del tiempo al espacio. El texto comienza de hecho situando la historia como la gran obsesión de la modernidad, relacionada con los temas del desarrollo, crisis, acumulación, etcétera. De modo hipotético, Foucault plantea el mundo que está surgiendo de las tensiones de los años sesenta en occidente y del agotamiento del modelo económico y geopolítico de posguerra, como la época del espacio, una época de simultaneidad, en la que los problemas de localización suplantan a los de la expansión y desarrollo.
En una conocida entrevista, un par de décadas después, Foucault se burlaba de un filósofo sartreano que exponía la historia como revolucionaria y el espacio como reaccionario. Desde luego, este tipo de planteamiento estaba pasando rápidamente de moda en los años ochenta. La historia universal solo puede entenderse hoy día como una imposición de la modernidad Europea al resto del mundo desde una variedad de formas de violencia. Un discurso totalitario que opaca las múltiples historias posibles, de los pueblos, de las mujeres, de las naciones oprimidas, etcétera, y las múltiples modernidades posibles. La crítica del progreso alcanza también al utopismo. En el siglo XX el utopismo había pasado de los proyectos socialistas y proto-ecologistas de Owen y Howard al compromiso con el poder centralizado y el progreso de Le Corbusier. En este sentido, una urbanista liberal como Jane Jacobs equiparaba la ciudad jardín horizontal a una ciudad jardín vertical del funcionalismo, como modelos que atentaban contra la espontaneidad y heterogeneidad de los urbano, contra la propia existencia de la calle y del encuentro fortuito. El utopismo en este momento iba pasando a estar proscrito, incluso entre la izquierda, cada vez más férreamente vinculado al totalitarismo.
Sin duda la reivindicación posmoderna del espacio no es necesariamente reaccionaria. Sin embargo, en el giro espacial que anticipa Foucault, uno puede ver también el agotamiento del espíritu revolucionario de los siglos XIX y XX, y el triunfo del capitalismo neoliberal. La decepción con el utopismo es la decepción con la propia capacidad política de la humanidad de transformar radicalmente sus formas de socialidad. La crítica a la revolución como un fetiche casi pernicioso se iría expandiendo en el pensamiento político de izquierdas en estas fechas (la popularidad de los trabajos de Laclau y Mouffe son un buen ejemplo de ello). No por casualidad, las utopías aparecen en Foucault caracterizadas esencialmente como lugares sin lugar real, como “espacios irreales”. Frente a esto, las heterotopías son espacios reales y prácticos, utopías realizadas en las cuales todos los lugares posibles que pueden ser encontrados en una cultura son representados simultáneamente, así como enfrentados e invertidos. Las heterotopías dominantes en nuestra sociedad serían lo que denomina heterotopías de desviación. Espacios que escapan de las reglas y la normatividad, al mismo tiempo que resultan necesarios en cualquier tipo de sociedad (es un universal cultural). Las heterotopías implican funciones muy distintas, incluyen distintos tipos de espacialidad y de temporalidad, yuxtaponen muchos lugares distintos aparentemente incompatibles y escaparían a la rígida normativización del espacio.
El otro gran tema dentro del discurso foucaultiano de la heterotopía se dirige contra la uniformización y la zonificación, que puede identificarse con la planificación burocrática del espacio en términos generales. El llamado en su discurso a la “desacralización” del espacio tiene alguna relación con la forma en que los espacios monofuncionales separan y segregan. La diferencia entre el espacio de la familia y el espacio social, el espacio cultural y el espacio útil, el espacio de trabajo y el espacio del placer, etcétera. La crítica a la zonificación es especialmente interesante para el urbanismo feminista preocupado por la superación de los dualismos y en especial aquel que opone espacios productivos y espacios reproductivos. De la crítica a la separación funcional podemos saltar a la crítica a la asignación de roles sociales, que cristalizan en prácticas espaciales. Sin embargo, en la organización neoliberal del espacio también podría interpretarse un compromiso con cierta superación de las oposiciones y separaciones (trabajo-placer, producción-reproduccion). Esto podría ser cierto especialmente para las clases profesionales, para las cuales es cada vez más difícil hacer una diferencia entre el espacio de placer y de trabajo, entre consumo y producción. Cada vez más, trabajamos en cualquier parte: en casa, en las cafeterías, en los parques. Los Starbucks con internet, enchufes y gente de chaqueta trabajando frente a su ordenador portátil tienen su contraparte en espacios de trabajo para los profesionales creativos que permiten saltar rápidamente del trabajo más convencional a jugar a un videojuego, golpear un saco o tocar la guitarra electrica.
El éxito de la noción de heterotopía entre los urbanistas de izquierda tiene que ver con la forma en que critica la uniformización producida supuestamente por el urbanismo capitalista. Sin embargo, la relación entre urbanismo capitalista y homogeneización del espacio se ha vuelto bastante más complicada con posterioridad a los años setenta. Podríamos decir incluso que el capitalismo neoliberal tiene mucho más que ver en la actualidad con la producción de diversidad que con la uniformización, al menos en comparación con el urbanismo típico del periodo fordista. El urbanismo posmoderno como la economía neoliberal, se alimenta de la creatividad, la diferencia y la espontaneidad en su necesidad de renovar constantemente el espectáculo para que continúe la circulación ampliada de capital. Una política que por supuesto renuncia a la utopía como algo que inevitablemente conduce a la barbarie de los derribos y el desplazamiento masivo. Por el contrario, la idea de heterotopía encaja mucho mejor con espacios siempre dispuestos a transformarse, a cambiar, a contener múltiples funciones, múltiples espacialidades, a diferenciarse radicalmente. ¿No es Disneyworld el mejor ejemplo de un espacio heterotópico?
Para Slavoj Zizek, la razón por la que las ideas radicales tipo Deleuze acaban jugando un rol tan ambiguo es porque el capitalismo neoliberal “ha superado ya la lógica de la normalidad totalizadora”. La economía neoliberal no se dirige, como afirmaba ya hace dos décadas Naomi Klein, hacia la centralización, la consolidación y la homogeneización, librando una guerra contra la diversidad. Esta figura del capitalismo tendría los días contados, siendo sustituida por un capitalismo contemporáneo que busca constantemente diversificar, explotar cualquier nicho de producción cultural simbólica que permita revestir una mercancía vulgar como algo novedoso o delegar el poder buscando la autoresponsabilidad del empleado y la autogestión del pobre de su propia miseria.