Hacia una (re)interpretación de los mitos

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La palabra mito viene del griego μῦθος – mythos, «relato», «cuento», y describe unos relatos fantasiosos, extraordinarios y sobrenaturales que cuentan la vida y los actos de deidades, héroes, monstruos o personajes fantásticos. Los mitos de una cultura, por tanto, son parte de un sistema de creencias que sirven como referencias para que las personas puedan afrontar la realidad y sus problemas. La función del mito es dar una explicación a un hecho o a un fenómeno. La forma fantástica permite la transmisión de la memoria mediante la metáfora, la alegoría, etc., pero es la interpretación que ofrece un aprendizaje. Por tanto, la interpretación es fundamental para la transmisión de los valores de una cultura.

La tradición mitológica de la cultura occidental procede de la mitología griega. Los mitos griegos son muy entretenidos y siempre me han llamado la atención. En particular, me suscitaba curiosidad que la mayoría de los hombres heroicos eran fuertes o astutos y las mujeres eran histéricas o personas débiles e instables que se volvían «locas». Es así que se conoce el mito de un Zeus poderoso padre y protector de las deidades, que amaba a las mujeres y ese “amor” le hacía encontrar formas creativas para seducirlas y enamorarlas, mientras que el mito de Circe cuenta de una bruja muy mala que transformaba a los hombres en animales cuando se cansaba de ellos, es decir uno era un amante pasional, la otra era una ninfómana malvada. Hera, la madre de lxs diosxs, era la diosa de la fertilidad y protectora de los vínculos familiares, pero se narra de ella solo como una deidad violenta y vengativa que odiaba a lxs amantes por sus celos. Por otro lado, Apolo, que era el dios más temido por representar la “luz de la verdad” y lanzaba plagas y enfermedades para purificar los pecados (solo su madre y su padre Hera y Zeus podían contener su ira), se describe principalmente como el dios del sol y de las artes. Apolo era también el “jefe” de las musas. ¿Y Las musas?

Las musas eran criaturas divinas, las inspiradoras y protectoras de las artes. Cada una de ella representaba una rama artística o de conocimiento. ¿Alguien se acuerda de la madre de las musas? Era Mnemósine, una Titánide poderosa que era la personificación de la memoria. No existe arte sin memoria.

La interpretación de los mitos nos cuenta mucho sobre los valores culturales de una sociedad. Ya no se cree más en los mitos griegos, sin embargo, en el pensamiento occidental se ha quedado impregnada la idea de que las mujeres inspiran con sus figuras delicadas y los hombres son los músicos extraordinarios, pintores excelentes, escritores prodigiosos. Olvidamos la parte de la historia donde se debería decir que en la realidad a las mujeres se prohibió ser artistas por muchos siglos y todavía en la actualidad para ellas las artes son de difícil acceso. Y no es casualidad que el canon ideal de belleza femenina es la idea gordofóbica de una mujer con una figura fina (talla 38) y agraciada (= frágil y educada, y no “picajosa”).

¿Y si empezáramos a reivindicar la interpretación alternativa de los mitos? Por ejemplo, podríamos decir que las musas no son estos seres lascivos que están ahí pasivamente para inspirar. Podríamos re-interpretar el mito de las musas como la necesidad de despertar el lado femenino para que la creatividad salga a la luz.

Lo de masculino y femenino confunde mucho, porque en la lógica occidental se contraponen dando importancia y connotación positiva a uno e invisibilización y sentido negativo a lo otro. Además, como explicó la antropóloga Margaret Mead, asignando la calidad de la masculinidad a un sexo y de la feminidad a otro, se construyeron muchas variedades de cultura basadas en una división biológica del trabajo legitimada. En otras palabras, se ha hecho corresponder lo masculino con el hombre y lo femenino con la mujer. Pero si miramos a tras, antes de esta división dual de los sexos, la feminidad y la masculinidad eran consideradas complementarias y ambas fundamentales, reconociendo la necesidad de balancear las dos partes para desarrollar las calidades humanas. Si reivindicamos unos mitos no patriarcales e interpretamos la figura de las musas de otra forma, podemos pensar que en lugar de ser mujeres divinas y guapas que inspiran a los hombres, representan a la feminidad, es decir el lado creativo y sensible que se precisa sacar para dar vida a la belleza y a las artes, es decir la fuerza inspiradora femenina que permite el despertar de la capacidad de inventar, en hombres y mujeres cis y trans. De esta forma el cuento cambia. Sería decir que toda persona necesita equilibrar el lado masculino y el lado femenino. Y el lado femenino no es solamente debilidad y vulnerabilidad, es también creatividad y sensibilidad.

La interpretación de una masculinidad positiva y una feminidad negativa no se aplica sólo a la mitología griega, sino a las narrativas occidentales que han inspirado el romanticismo hasta llegar a la actualidad. En la tragedia muy conocida de Romeo y Julieta, sólo por dar un ejemplo, William Shakespeare describe la belleza y sinceridad del sol y el resentimiento de la luna: «Es el Oriente y Julieta, ¡el sol! ¡Surge esplendente sol y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, eres más hermosa que ella!».

En las culturas campesinas, que eran muy conectadas con la observación de los astros, antes de la interpretación occidental, sol y luna representaban dos elementos esenciales para la agricultura: el sol era la estabilidad y la luna la ciclicidad, fundamentales ambas para las cosechas, al contrario de una visión negativa de una luna mujer caprichosa e irracional, que permanece en la actualidad, de hecho la palabra lunática se usa para ofender e indicar especialmente a mujeres, junto con decir que son irritables por tener la regla (que también es cíclica).

En la tradición pre-occidental en la que el sol y la luna se complementaban, el sol alimentaba a la tierra y la luna permitía conocer los momentos exactos para sembrar o recolectar. En esta tradición mitológica, el sol representa al padre, la energía masculina, la luz interior y el ego que define la conciencia, voluntad y realización personal. La luna representa a la diosa madre, la fecundidad, la reina del cielo, y la psique, es expresión de lo emocional y el conocimiento interior. Además, en la realidad, la luna tiene un papel regulador de las mareas, lluvias, aguas, y estaciones, por ello venía considerada una mediadora entre el Cielo y la Tierra.

Para cambiar los valores patriarcales de la sociedad, además de llevar a cabo prácticas feministas diarias, necesitamos cambiar los imaginarios colectivos basados en relatos que se han colado de forma inadvertida, construyendo claves de lectura de la realidad machistas y sexistas. Por tanto, si por ejemplo hay pocas mujeres que se dedican a la música a nivel profesional, para abatir la idea de que “esto ocurre porque son menos dotadas”, hay que revertir la idea de que las mujeres son los ángeles inspiradores, las musas, y dejar de pensar en que las que lo consiguen se parecen a hombres, o son «capaces como los hombres”.

Para el cambio social, además de pretender la igualdad formal (las políticas y las leyes para la facilitación del acceso a cualquier actividad) y real (las mujeres que deciden dedicarse a esto) necesitamos una igualdad radical, es decir que vaya a la raíz de los imaginarios colectivos y cambie la retórica del mito de la «mujer perfecta» que inspira, que espera, etc. (que también coincide con el mito del amor romántico), enriqueciéndola de personajes femeninos y también no heteronormativos, no pasivos, ni locos, y visibilizando muchos más matizas de los que se han contado hasta ahora.