«¿quiénes eran los luchadores que tan gallardamente se batían?; ¿quiénes les habían enseñado sus tácticas de combate?; ¿cómo habían llegado a constituir sus maravillosas organizaciones? (…); ¿cuál era la contextura espiritual de aquellos hombres?».
(J. Díaz del Moral, 1929)
El pasado 18 de mayo, en la ribera del Hozgarganta, se homenajeó a Quico Rebolledo, uno de esos andaluces universales que, de vez en cuando, pare esta tierra nuestra. En la Pasá de Alcalá, en Jimena de la Frontera, concurrieron familiares, compañeros y compañeras del que fue todo un referente social del sur andaluz.
Fue en una de esas mañanas frescas que se abren al sol poco a poco. El grupo crece y se anuda hasta comenzar a andar y estirarse como una serpiente multicolor. La primera parada tiene lugar donde pocos meses antes se arrojaron sus cenizas. Allí, su hermano Andrés agradece las muestras de afecto recibidas y le recuerda -pasa por el corazón- leyendo el texto inspirado en la última crecida del río que le hizo navegar hasta el infinito desde el Guadiaro “escenario de las batallas del trasvase, que ya trae las aguas limpias y serranas del Genal, por el que también luchó (…) y desembocarás en el Mediterráneo, Mare Nostrum, a la altura de los campos de golf (…) y darás la vuelta por todos los océanos y esa será tu auténtica libertad. (…) Estarás siempre presente”.
Los aplausos, las lágrimas y el silencio se suceden con atropello por las gargantas de los lastimados corazones. Un ramillete de flores de la mano de su madre queda en la peña para tostarse con el sol de primavera. Mientras, una niña introduce otro en la grieta hueca que queda bajo su retrato sereno, lleno de vida. El rasgueo de la guitarra acompaña canciones de Labordeta que canta a la Libertad, a la acción inmediata, al presente. Y el grupo avanza acompañando a contracorriente al Hozgarganta. De nuevo se detienen, hasta llegar a una lasca de arenisca que esconde letras labradas que lo recordarán para siempre. Andrés respira hondo y rememora al luchador que nos ha dejado tan joven, glosando sus principios como activista, fue “aquí en Chinchilla, donde hace ya más de treinta años quisieron hacer una urbanización de lujo y nos opusimos (…) Y así estuvo durante toda su vida, en todas las batallas. En la del Trasvase, el Cable de Tarifa, en la del Campo de Golf… en tantísimas luchas donde siempre mantuvo esa integridad, esa coherencia, esas ganas de luchar, en un entorno que siempre hemos defendido a ultranza”.
El río quieto escucha atento, mientras el viento de poniente y el susurro de la arboleda mecen con solemnidad las palabras doloridas de su cómplice y hermano. Luego, recoge el testigo su compañera de AGADEN que le describe con concisión y ternura: “La palabra compromiso le define (…) y la voluntad de transformar y mejorar la realidad de todos. (…)Transformación desde lo local. Vivió toda su vida con la certeza de que solo defendiendo la pervivencia del medio rural, de sus paisajes, de sus oficios tradicionales, de su cotidianidad y de sus gentes se podían conservar y defender sus valores naturales. En la defensa de dichos valores siempre vio con claridad que la especulación, el mercantilismo y las infraestructuras no eran la solución a los problemas de Jimena, ni a los del Campo de Gibraltar, sino sus principales amenazas. Y fue precisamente a luchar contra esos molinos de viento a lo que dedicó su vida. Concienciación es otra palabra que define su trabajo y su vida (…) Fue un hombre de izquierda y toda su vida fue consecuente con ello (…) Sus convicciones republicanas y su compromiso por la causa de la recuperación de la memoria histórica son, solo algunos de los aspectos que definen su forma de pensar y sobre todo de actuar (…) Fue una persona afectuosa y querida”. Y llegan otras palabras hasta sembrar tres árboles para que sus raíces abracen la tierra y la memoria. Al pie de su río transitan desconsolados los besos de sus amigas y compañeros, de sus familiares y corre el pan, el vino y la cerveza; las fotos y el libro de frases escritas para siempre; el agua y el sol; y el cante y la guitarra.
La yegua preñá de la Cueva del Moro relincha en Bolonia al compás de los desconsolados quejíos de sus paisanos camperos a los que tanto mimó. Sus madres silenciadas, y sus hijas, y sus abuelas narran las virtudes, los anhelos, el compromiso, la firmeza, la ternura, los sueños de un hombre que nunca acabará de dejarnos. Voces que recorrerán, a lomos de levanteras indomables, cada rincón de esta tierra huérfana, de esta Andalucía que se resquebraja por su hijo universal, imprescindible, insustituible, eterno…