Han estado desatados recientemente los círculos derechistas aficionados al gatuperio. Los que hacen un arte y un instrumento de agitación A la mentira, la noticia falsa y el doble sentido. La denuncia falsa de una agresión homofóbica que no pretendía otra cosa que ocultar una infidelidad y determinadas prácticas sexuales ha sido la excusa. Como lobos sedientos de sangre se han lanzado a la yugular con “torsidas intensiones”. Con más que torcidas intenciones pienso.
La verdad es que el asunto no hubiera dado más que para un capítulo de una serie de esas que llaman de “vida cotidiana” sino fuera por la actual situación político social. Un contexto que se desliza rápidamente por la pendiente del extremismo de derechas. Llamarlo fascismo en España es una fórmula retórica dado su componente mayoritariamente ígnaro. La mayor modernidad que se les puede atribuir es la renovación medieval (no sé porqué pero me vienen a la mente los talibanes) de la alianza entre la espada y la cruz, la pólvora y el incienso que comenzaron a pergeñar grandes intelectuales y poetas, en opinión de sus devotos, como José María Pemán.
Un ejemplo: hace unos días el informativo nocturno de Canal Sur, la que los ocupantes de la administración andaluza han llamado, con más razón que un santo, siempre la nuestra, abría con un conjunto de informaciones referidas a que, ¡por fin!, habían regresado las procesiones a lo largo y ancho de esta Andalucía “nuestra”. Todo aderezado con imágenes de los máximos dirigentes de la Junta, traje (no aprecié si terno), escudo andaluz con corona real y otros aditamentos propios de la solemnidad del momento, llevando una ofrenda floral a la estatua que los católicos, creo recordar que de Málaga, consideran “patrona de la ciudad”. La emisión no era en blanco y negro pero si se montan en paralelo con imágenes de cualquier acto semejante del No-DO franquista alguno dudaría en fecharla.
Sin embargo, en un primer momento nadie dudó de la veracidad del relato del protagonista. Me refiero al de la agresión no a la ofrenda. Caía en terreno abonado. Por terrible que parezca es verosímil en esta España de finales del 2021 que una persona sea agredida y le graben en su piel la palabra maricón. Tanto es así que, con la sensibilidad a flor de piel, se convocaron actos de protesta y hasta las máximas autoridades del país (salvo ya se sabe la jefatura el Estado que sólo interviene para abroncar a los súbditos díscolos) tocaron a rebato. Hasta la cruz y la espada utilizó las aguas revueltas para decir que aquello parecía ser obra de un grupo de emigrantes. No hay que dejar pasar oportunidad.
Eso es lo más terrible de lo ocurrido. La expresión de hasta donde hemos introducido en nuestra cotidianidad la banalización de conductas y acciones intolerantes por parte de aquellos que buscan un país en el que el olor predominante sea el del agua bendita y el de la cabra de la Legión. Una más que se suma a los espacios públicos ocupados por golpistas, al insulto y el acoso del diferente del tipo que sea. Estamos en el límite de normalizar conductas aberrantes que, más pronto que tarde pasarán a engrosar los cuerpos jurídicos legales que ahora son tachados de ilegítimos o de incumplimiento impune. Baste recordar lo que pasa con las leyes de Memoria Histórica a las que se les da la vuelta para utilizarlas a favor de los verdugos. Ya se sabe que aquí hay víctimas y verdugos del terrorismo de primera y segunda. Y más en Andalucía que han cogido la manta de la Concordia para tapar las vergüenzas y no la sueltan ni en agosto.
Al igual que desde el golpe de Estado de julio de 1936 y durante el franquismo la sociedad andaluza introyectó aquello del “algo habrán hecho” para referirse a la persecución del rojo, del disidente, del que se salía de la normalidad de la anormalidad. ¡Y mira qué había cosas “anormales” para la sacristía y el Movimiento! Al final era normal que los anarquistas fueran seres cuyos ojos inyectados lanzaban rayos desintegradores de maldad y los comunistas tenían cuernos y rabo. Situaciones reales que quien escribe estas líneas vivió personalmente en la Dirección General de Seguridad y tras el regreso de muchos exiliados a la desaparición del Dictador.
La banalidad del mal si queremos ponernos culturetas. Aunque no es un registro que cuadre cuando hablamos del fascismo de sala de banderas y sacristía español. Nunca derrotados, la cotidianidad del mal es algo que sigue impregnando el adn de la sociedad española desde hace más de ochenta años. Al no ponérsele ni soluciones ni diques ahí sigue y se manifiesta más fuerte que nunca como síntoma de que la bestia solo estaba adormilada y despierta. Y ya sabemos hasta donde está dispuesta a llegar si considera que hace falta.