Aunque a simple vista, la Sevilla del siglo XVI y la Sevilla actual parezcan dos mundos diferentes, hay cosas que siguen inmutables.
La Sevilla del siglo XVI, la puerta de América, núcleo de encuentro de comerciantes de toda Europa, ciudad donde surgía focos de esplendor artístico, y cultural, a la misma vez que, la mayoría de la población malvivía en sus calles en condiciones insalubres mientras unos pocos especulaban con el trigo y el pan.
La Sevilla del siglo XXI donde por un lado, se enmarca como uno de los mejores destinos turísticos mundiales, y por otro, encontramos tres de los cinco barrios más pobres del Estado español, dentro de una Andalucía donde el 41,7% de la población de Andalucía está en riesgo de pobreza y exclusión social. Donde la división social es un hecho, donde hay barrios y familias excluidas sin acceso a los bienes de primera necesidad.
El absolutismo y mezquindad del Conde Duque de Olivares, la intolerancia y la persecución de la Inquisición en el siglo XVI, frente al autoritarismo y dogmatismo de Zoido y Espadas, y una Justicia desigual y tremendamente injusta.
La serie “La Peste”, creada y dirigida por los andaluces Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, nos introduce en las contradicciones de la Sevilla del siglo XVI, y nos muestra la realidad de esas personas incómodas , valientes que indagaban la verdad, que defendía libertades personales y colectivas, en definitiva, quienes resistían y se rebelaban en una sociedad injusta, e inhabitable.
La persecución de quienes se atreven a cuestionar los dogmas sociales, religiosos y políticos impuestos sigue completamente vigente y de plena actualidad. Hoy como ayer, se sigue sin enfrentar los problemas atendiendo a sus causas con medidas sociales a largo plazo, sino que se promueve la represión y el castigo. Transformando un problema político, causado por la desigualdad económica e inseguridad social, en un problema de criminalidad.
Evidenciamos la estigmatización de parte de la a sociedad, en la que se asocia a la pobreza con comportamientos pretendidamente indecentes, dirigiendo la atención a supuestos estilos de vida para explicar la situación de pobreza desde el punto de vista de las conductas individuales, ignorando las condiciones estructurales y sistémicas. Así, se construye la criminalización de la pobreza, mediante discursos y prácticas que tienden a culpabilizar a las pobres, y marginadas de su propia situación de pobreza o exclusión. Persiguiendo a estas personas penalmente por el simple hecho de lo que son y no de lo que hacen.
La criminalización de la pobreza tiene diferentes objetivos políticos claros: la construcción de enemigos simbólicos tanto desde el discurso como desde las políticas penales para que no se cuestionen statu quo y las relaciones de poder vigentes, así como, la de desarmar la resistencia, evitando la unión de las clases populares que pudieran convertirse en agentes del cambio social. Porque frente a la idea de que todas somos clase media, se evidencia la cruda realidad, la incapacidad de muchas familias de cubrir los costes de sus necesidades básicas.
El estigma creado representa un impedimento para la conciencia colectiva, puesto que ninguna persona podría estar orgullosa de pertenecer a un colectivo al que se ofende, demoniza y ridiculiza constantemente, así se impone el discurso dominante y se impone otra criminalidad, social, negándose así el conflicto y de los objetivos de este.
En este contexto se produce la criminalización de los 6 de la macarena, seis personas a quienes se les imponen prisión preventiva por el intento de ocupación de viviendas deshabitadas. Una medida aplicada en condiciones severas y, muchas veces, con trato inhumano. No se puede defender riesgo de fuga, puesto que son personas que carecen de recursos económicos, no hay pruebas a destruir y por supuesto no se puede defender que puedan poner el riesgo a las personas propietarias.
Estamos ante la victoria de la lógica de excepción, absolutamente incompatible con un sistema democrático. Una deriva generalizada, de la acción judicial llena de valores morales y políticos, en que el terreno judicial se convierte en el de la prolongación de la lucha política por otros medios, que nos traslada a una pérdida radical de garantías jurídicas para las clases populares.
Hay que tener una cosa clara, la criminalidad no ha cambiado, sino que ha ido variando la visión que la sociedad tiene de ella. No estamos ante el aumento de los índices de criminalidad, sino de los procesos de criminalización, asegurando que lo que aumenta es el castigo, persiguiéndose los fines políticos y no los hechos en sí.
Las incómodas han existido siempre, por suerte para nosotras, porque si desapareciera el conflicto, se prohibirían las libertades y derechos que disfrutamos. Sin olvidar, que siempre habrá un derecho que no nos podrán quitar, el derecho a soñar un mundo con derechos.
¿Qué tal si deliramos por un ratito?
¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible?
[…]La justicia y la libertad, hermanas siamesas, condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda […]
“Derecho al delirio” Eduardo Galeano