Las mentiras de la sangre

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Investigadores de la Universidad de Granada, de prestigio incuestionable como genetistas, han publicado un estudio en la revista Scientific Reports en el que, tras analizar el cromosoma Y en 150 varones de Almería, Granada y Málaga, llegan a la conclusión de que apenas mantienen diferencias genéticas con los habitantes de otros pueblos europeos, especialmente del Mediterráneo. El problema surge a la hora de interpretar esta evidencia científica partiendo de la historiografía oficial española. Y es entonces cuando se comete el error al afirmar que “Al Ándalus no dejó huella en la genética del Sur de España”, como titula la noticia el Diario El País del pasado 5 de junio.

Si en un silogismo, una premisa verdadera toma en consideración una premisa falsa, la sentencia final siempre será equivocada. La gravedad de este caso no sólo proviene del halo de certeza que inviste el rango científico del estudio a la conclusión errónea, sino de su uso torticero por otros para consolidar la mentira de la sangre que ingenió el nacionalicatolismo como mito fundacional de la identidad española.

Quienes realizan este estudio son genetistas que aceptan el relato extranjerizante de Al Ándalus. Y lo mismo ocurre con muchos de los periodistas que se acercan a la investigación para difundirla. Al Ándalus fue un período político clave en nuestra historia, pero no un paréntesis protagonizado masiva y exclusivamente por árabes. No es cierto. Por supuesto que habitaron bereberes y árabes la península, como en otro tiempo lo hicieron fenicios, griegos o romanos. Pero la inmensa mayoría de la población siempre la formaron nativos que, en el caso de Al Ándalus, paulatinamente se fueron arabizando en la lengua e islamizando en lo religioso, junto con judíos sefardíes y mozárabes cristianos, tan hispanos y andalusíes como ellos.

Obedece a la misma lógica que la conquista romana: la mayoría de los habitantes de la península no eran romanos que provenían de Roma, sino nativos hispanos que preexistían a la conquista y que progresivamente se fueron romanizando, con mayor rapidez allí donde el sustrato cultural era más alto como en la Bética. Lo mismo cabe decirse de la colonización de América o de cualquier proceso de asimilación cultural de un pueblo, derivada de un proceso de conquista por unas élites. A pesar de la magnitud del genocidio, a nadie se le pasa por la cabeza sostener que Evo Morales es descendiente directo de hidalgos vasco-navarros, y que el desembarco de hispanos en América supuso una absoluta suplantación humana de los nativos precolombinos como si les hubiera caído una bomba atómica.

Así pues, este estudio desmonta el mito fundacional del nacionalcatolicismo español: la población andalusí era tan hispana o más que sus conquistadores. Y por la misma razón que se romanizaron o arabizaron, también se convirtieron al castellano y al catolicismo para sobrevivir. Eso no quita que existiera población (que no repoblación) del norte peninsular durante la progresiva conquista de Al Ándalus, mezclada con la mayoría mudéjar y después conversa, que tenía el mismo color de pelo, de ojos y de piel que sus conquistadores. Y tampoco quita que los no asimilados o sospechosos de no serlo (marranos, moriscos, gitanos y negros) fueran perseguidos y expulsados por la monarquía inquisitorial. Pero la mayoría de la población, idéntica genéticamente a sus conquistadores, ya se había bautizado y cambiado de apellidos, confirmando que la heráldica también forma parte de la maquinaria diseñada para construir la identidad fundacional de España, basado en los mitos de la “reconquista” de un pueblo extranjero y de la “repoblación” de un solar por católicos y blancos exclusivamente del norte.

Eso explica al detalle los resultados de este estudio científico, si no se parte de premisas históricas erróneas. Genéticamente, eran mucho más europeos el judío Maimónides y el musulmán Averroes, ambos cordobeses, que el negro norteafricano pero cristiano San Agustín de Hipona. Porque la religión ni las culturas se heredan por la sangre. Los dioses no tienen patria, por mucho que las patrias se empeñen en tener dioses. Los norteafricanos de Tánger, Cartago o Alejandría fueron cuna civilizatoria de la Europa Mediterránea. Y su genética es tan rica y diversa como la andaluza y la hispana. Se puede ser cristiano del Líbano, judío de Tetuán y musulmán de Burgos. Conozco a descendientes de moriscos desde Marruecos a Estambul que podrían pasar por castellanos según esta investigación genética, sencillamente porque eran hispanos y andalusíes cuando tomaron el camino del exilio.

Asociar el árabe con un árabe es como conceder la nacionalidad española a todo aquel que hable castellano. Y más delirante aún es hacerlo con las confesiones. El alcalde de Londres en musulmán y es británico, como la infinidad de españoles que son musulmanes sin ser árabes, judíos sin ser israelíes o budistas sin ser nepalíes. Sólo al nacionalcatolicismo le interesa hilvanar la condición de español con hablar en castellano y rezar de rodillas. Y el mejor servicio que se le puede hacer a la ultraderecha consiste en ungir de academicismo este relato del Al Ándalus sólo habitado por árabes, que hipócritamente no aplica por igual a la conquista romana o visigoda.

Hace unos días se me clavaron dos puñales en los ojos al comprobar que el autor de un capítulo sobre las inscripciones en árabe y aljamiadas de la Casa de la Alegría de Blas Infante, publicación auspiciada por la Junta de Andalucía, es un arabista que hoy ocupa un escaño en el Congreso por Vox. Esa es la trampa. El control de las fuentes y de los canales de información. Los dragós y los fanjules. Wikipedia está inundada de entradas que extranjerizan Al Ándalus, de la misma manera que a nuestros monumentos andalusíes se les sigue llamando árabes por las rotulaciones oficiales, como si los albañiles y la arena la hubieran traído de Oriente Medio.

Ya es hora de tomar conciencia de la verdadera historia de nuestras sangres. Que la Mezquita de Córdoba la levantaron cordobeses y la Alhambra granadinos. Que nuestros reyes, poetas, filósofos, matemáticos y mujeres de Al Ándalus se merecen estar en los libros de texto por derecho propio. Y reconocer que el mestizaje es nuestro único ADN como pueblo cultural. Que no somos hijos de moros ni de romanos ni de visigodos ni de fenicios ni de griegos: siempre fuimos hijos culturales de la Andalucía de mil leches.