Carmen nació durante la monarquÃa de Alfonso XII, el general Primo de Rivera aún no habÃa dado el golpe de Estado en 1923. De niña vivió con su familia numerosa en unas condiciones muy deplorables, buscándose la vida como podÃan. Iban de acá para allá recorriendo los campos andaluces, donde en más de una ocasión su familia fue interceptada por la Guardia Civil. Se dedicaban a recoger cosechas de trigo, cebada o aceituna. PodrÃamos decir que subsistÃan sin pensar más allá del dÃa de mañana. Su penuria económica solo daba para la supervivencia. A veces, cuando la situación lo requerÃa, pedÃan limosna. No pisó ningún colegio, como la inmensa mayorÃa de los niños de la época. La vida se le hacÃa menos cuesta arriba por el cariño que sentÃa de sus abuelos, padres y hermanos. Era la pequeña de la extensa familia.
De joven durante la república pudo trabajar con más asiduidad en la venta ambulante con unas ganancias que les permitieron vivir más holgadamente, e incluso llegaron a habitar un caserón a las afueras del pueblo. El 18 de julio de 1936 era una mujer casada y con su primer hijo. La guerra y la posguerra fueron muy duras para su familia y para ella. El régimen franquista les prohibió la venta ambulante, de la que vivÃan, sufriendo un fuerte acoso por parte de la Guardia Civil. No sólo vio con sus propios ojos los malos tratos a los que sometieron a su padre y hermanos, sino que los padeció en su propia carne en más de una ocasión. El peor momento fue cuando la encarcelaron por el supuesto collar robado en la casa donde servÃa, cargaba con el estigma de ser gitana. Sufrió en la cárcel las vejaciones inherentes a las que eran sometidas las mujeres republicanas, la raparon y a punto estuvieron de quitarle su segundo hijo. Vivió cómo mandaban al paredón a algunas mujeres que compartÃan celda con ella, acusadas de rojas y traidoras de la patria. Mujeres condenadas por el régimen nacionalcatólico al infierno, ya que solo llegarÃan a los altares aquellas mujeres fusiladas por armas no bendecidas por el clero.
Cuando salió de la cárcel, tras nueve meses entre rejas, su etnia gitana habÃa sido incorporada para mayor humillación a la ley franquista de vagos y maleantes. Las autoridades de la época tenÃan controlados todos los movimientos de las personas residentes en España. Las familias gitanas por sus actividades (tratantes de animales, herreros, artistas) eran difÃciles de controlar. Sufrieron tal represión, que no se conocÃa otra mayor desde el reinado de Fernando VI. Dos siglos antes, una real orden del 30 de julio de 1749, pretendÃa exterminar al pueblo gitano. Nueve mil personas fueron encarceladas. Los hombres fueron trasladados, sin juicio alguno, a los arsenales de La Carraca (Cádiz), Cartagena y La Graña (El Ferrol). Las mujeres, junto con sus hijos pequeños, fueron trasladadas principalmente a Málaga, Sevilla, Denia y Ciudad Rodrigo. En Córdoba, durante la Gran Redada, dos niñas de 18 meses y 5 años, respectivamente, murieron mientras sus madres estaban presas en la Torre de La Calahorra, donde según algunas fuentes llevaron a todas las mujeres. La Calahorra fue, durante gran parte del siglo XVIII una prisión y aquella noche varias decenas de gitanas ocuparon sus celdas.
En los años cincuenta, en pleno éxodo poblacional del campo a la ciudad, Carmen se marchó a vivir a Córdoba con su familia. Habitaron en un chozo, de tantos que circundaban la ciudad. En los años sesenta el ministerio de la vivienda le ofertó un albergue provisional en la barriada de las Moreras. Allà fue envejeciendo, ya viuda, con sus hijos y nietos. En 1975, cuando murió Franco, quemó romero para que con él se fuesen los malos espÃritus.
Con muchos achaques llegó a 1980, y el 28 de febrero fue a votar por su gente y por su tierra. Sin entender muy bien el referéndum, intuyó que era algo bueno votar sÃ. El sÃmbolo de la rojigualda, que representa el poder de la monarquÃa y del franquismo, significaba para ella desprecio, humillación, sufrimiento y exclusión. En la verdiblanca, que ondeaba en su pequeñito patio de su casa portátil desde 1977, buscaba la paz duradera y la esperanza de un futuro mejor para los suyos y todo el mundo.
Tuve la suerte de presenciar su voto en el colegio electoral. Llegó al mediodÃa casi sin poder andar, se encontraba muy limitada, con su papeleta del sà en la mano tuvo la mala suerte de que se le olvidó el carnet de identidad. El presidente de la mesa, sintiéndolo mucho, no le permitió votar. A la hora volvÃa, con su identificación, casi sin fuerzas y cuando depositó el voto dijo: ¡por mi AndalucÃa!
Carmen, mujer, gitana y andaluza, fue desde ese momento mi madrina en el andalucismo que ahonda sus raÃces en el pueblo y hace ondear la bandera de las reivindicaciones y de la dignidad.