En 1936, el maestro Antoni Benaiges prometió a sus alumnos que los llevaría a ver el mar y describieron en sus cuadernos escolares cómo se lo imaginaban. Pero fue asesinado por los falangistas, durante el golpe militar contra la República, y con este crimen pusieron fin al ansiado viaje de los pequeños. Por cierto, aquellos cuadernos acabaron reducidos a cenizas, como en los mejores tiempos de la Inquisición. Sin embargo, 88 años después, el sueño del maestro sigue vivo. La película «El maestro que prometió el mar» ha llenado salas de cine y alumnos del barrio de la Cartuja en Granada, que tampoco conocían el mar, han participado en el proyecto «Misión Antoni Benaiges» para hacer realidad lo que el maestro había prometido.
Este emotivo homenaje a Antoni Benaiges nos recuerda que el franquismo castigó con especial dureza al colectivo de maestros y maestras por haberse convertido en el símbolo de la República. Nunca olvidaremos a Dióscoro Galindo, el maestro cojo fusilado junto a Lorca por enseñar a leer y a escribir a los hijos de los obreros. Tampoco olvidaremos al maestro de Alhendín, Ángel Matarán, que impartió clases nocturnas a los jornaleros y a sus hijos para erradicar el analfabetismo en el campo. Y tantos otros maestros y maestras, vilmente asesinados por defender la escuela popular y laica, inspirada en la Institución Libre de Enseñanza. Todos ellos nos recuerdan que la memoria democrática sigue siendo una asignatura pendiente en el sistema educativo andaluz.
Desde que la derecha gobierna la Junta de Andalucía, la Ley de Memoria se encuentra en un estado de «concordia», es decir, semicongelada. El ejecutivo de Moreno Bonilla todavía no se ha atrevido a derogar esta ley, aprobada por amplia mayoría en el Parlamento andaluz, sin votos en contra, pero la está dejando morir lentamente. Como dicen los colectivos memorialistas: «No desarrollar la ley es como derogarla».
En esta legislatura, Moreno Bonilla no ha declarado ni un sólo Lugar de Memoria de Andalucía. Y muchos de los ya declarados, han sido vandalizados por la extrema derecha o están abandonados, como la antigua prisión de Granada. Pretende que olvidemos las terribles sacas de presos y presas, trasladados de madrugada en los tristemente celebres «camiones de la muerte» para ser asesinados en la tapia del cementerio, pero no la va a conseguir.
Un año más, nos hemos concentrado en el Arco de entrada de la antigua prisión para rendir homenaje a la heroica resistencia antifranquista. También hemos subido a la Tapia del cementerio, declarada lugar de memoria en 2012, después de diez años de lucha. Y cinco años más tarde, en 2017, conseguimos poner un Memorial con los nombres de más de 4000 víctimas de la represión franquista. Fueron importantes exitos de la memoria democratica, de los que nos sentimos orgullosos.
Moreno Bonilla tampoco ha retirado la simbología franquista que aún queda en nuestras calles y plazas, ni ha introducido la memoria democrática en nuestro sistema educativo. Todo lo contrario, organiza charlas con estudiantes para hablar de las víctimas del terrorismo, pero oculta a las víctimas del terror franquista y guarda un silencio cómplice con la dictadura, que dejó más de 100.000 desaparecidos en fosas comunes.
Para los colectivos memorialistas debe ser una prioridad transmitir la memoria democrática a los jóvenes. Nuestros estudiantes deben saber que la guerra civil fue provocada por un golpe militar contra la legalidad democrática de la República. Un golpe ejecutado por una facción fascista del Ejército, que deshonró su juramento de lealtad. Un golpe financiado por la oligarquía y apoyado por la Iglesia católica, que temían perder sus privilegios.
También deben saber que, tras la guerra, no llego la paz, sino un régimen genocida que intentó exterminar a los vencidos. Hay que decirles que cuando los arqueólogos abren las fosas comunes de Pico Reja, Víznar, Nigüelas o Dúrcal, no están haciendo excavaciones arqueológicas, sino que están buscando a miles de desaparecidos, que fueron víctimas de crímenes contra la humanidad. No podremos decir que vivimos en un Estado de Derecho, mientras esos crímenes no sean investigados judicialmente. Una sociedad democrática es incompatible con más de 700 enterramientos ilegales que existen todavía, sólo en Andalucia.
Deben saber, asimismo, que la Transición apostó por la desmemoria en las aulas. En consecuencia, hoy son miles de jóvenes los que están desinformados. Desconocen que Javier Verdejo escribía en una pared «Pan, Trabajo…y cuando iba a escribir «Libertad» fue tiroteado por la Guardia Civil. Que Arturo Ruiz fue víctima de la extrema derecha, cuando pedía Amnistía y Libertad. Y que Manuel García Caparrós, fue asesinado por pedir Autonomia Plena para Andalucía.
Y lo más grave, muchos de ellos se acercan por primera vez a las urnas para votar a partidos de extrema derecha, pues desconocen el riesgo que oculta el discurso populista y los distintos disfraces que utiliza el fascismo. Nuestros estudiantes deben tomar conciencia del peligro que representa el fascismo para la democracia, con el fin de que no se repita nunca más la grave violación de los derechos humanos que sufrieron sus bisabuelos. Incorporar a los más jóvenes a la lucha por la verdad, la justicia y la reparación será sin duda el mayor antídoto contra el virus del fascismo y el gran desafío para los próximos años.
José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 2012, decía y con razón: «Es necesario recuperar, mantener y transmitir la Memoria Histórica, porque de lo contrario, se empieza con el olvido y se termina en la indiferencia»