Con la celebración de la Toma, cada 2 de enero, el Ayuntamiento de Granada organiza una exaltación de la cruzada contra el moro, con pendones, espadas y marchas militares, más propia de la dictadura franquista que de la democracia. Y en los últimos años, el alcalde “socialista” Francisco Cuenca ha llamado a la Legión, fundada por el general golpista Millán Astray, en una sangrienta guerra colonial contra los rebeldes rifeños. Este cuerpo de élite del Ejército, que participó con especial entusiasmo en la sublevación militar de Franco, todavía no ha pedido perdón por la masacre de La Desbandá, el mayor crimen de guerra contra población civil indefensa. Por tanto, la Legión es de triste recuerdo para los demócratas y supone un elemento más de discordia en la agria polémica de la Toma.
También algunos municipios granadinos organizan representaciones de moros y cristianos, con diálogos del siglo XIX, que promueven la islamofobia. Los municipios de Quéntar o Ugíjar son un ejemplo de este despropósito: “Quiero defender la fe y mi honor con los filos de mi espada. Bajen ya de esas murallas o pego fuego al castillo. Tú, Felipe, ven conmigo, firmes contra esa canalla…”. La frase forma parte de la representación de moros y cristianos en el municipio granadino de Quéntar. La pronuncia un cristiano, en actitud amenazante, que llama “canallas” a los moros y, tras lograr la rendición de los sarracenos, les obliga a bautizarse sin respetar su religión. Fue el disparatado guión que recuperó el Ayuntamiento de Quéntar para conmemorar el Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos en 2009.
El Ayuntamiento de Ugijar repite esta lamentable iniciativa y, además, lo hace con fondos de la Unión Europea, que deberían servir para promover la convivencia y el diálogo intercultural. Este municipio de la Alpujarra granadina ha puesto en marcha una representación teatral sobre la rebelión de los moriscos, en la Navidad del 25 de diciembre de 1568, que carece de rigor histórico y promueve el odio al moro.
En el vídeo promocional de este teatro callejero, dos vecinos disfrazados de moriscos gritan: «guerra y sangre», mientras la narradora afirma: «Ni siquiera para los pequeños inocentes tuvieron piedad».
«Vamos niño, llama a Mahoma, ¿quieres ser morisco?
A lo que el joven responde: «No señor, moriré cristiano y en nombre de Jesucristo».
«Pues entonces, sacadlo y matadlo como al perro de su padre», vocifera otro morisco contra el joven cristiano.
Y la narradora añade: «Ni siquiera la virgen del Rosario escapó de la ira de los sanguinarios monfíes».
Estamos ante guiones desafortunados que incitan al odio y alimentan los prejuicios racistas. Además, estas recreaciones de moros y cristianos olvidan que la rebelión de los moriscos, capitaneada por Aben Humeya, fue provocada por la violación de las Capitulaciones de Granada, que los Reyes Católicos habían jurado respetar “para siempre jamás”. Un juramento que incumplieron ellos y sus sucesores, los dogmáticos Felipe II y Felipe III.
La historiadora Ángeles Fernández García, de la Universidad de Granada, nos dice: “Felipe II no estaba dispuesto a la tolerancia en materia de fe y la Inquisición redobló su presión sobre los musulmanes granadinos que se negaban a perder su identidad”. Y más dogmático aún Felipe III que decretó, incluso contra la opinión de la Santa Sede y de parte de la nobleza, la deportación general de los moriscos. Es decir, miles de vecinos de Granada, que fueron perseguidos por tener otras creencias y costumbres.
Se calcula que más de 300.000 moriscos fueron desalojados violentamente de sus casas y expulsados al norte de África (Marruecos, Túnez y Argelia), en condiciones infrahumanas. El profesor Francisco Andújar Castillo, de la Universidad de Almería, describe así la expulsión: “El camino del destierro lo hicieron en lastimosas condiciones, soportando los rigores del invierno, mal alimentados, muchos de ellos enfermos, y sin medios para transportar los escasos bagajes que les quedaban. Muchos tuvieron que malvender sus casas y bienes, antes de emprender el éxodo. Numerosos moriscos no pudieron resistir la dureza del camino y murieron antes de llegar a los lugares de destino fijados por la autoridades reales”.
Algunos episodios fueron especialmente crueles, ya que los menores de siete años de edad eran separados de sus familias y retenidos contra su voluntad para ser adoctrinados en la fe católica. Estamos hablando de una de las mayores deportaciones que ha conocido la historia de la humanidad. Además, la expulsión de miles de granadinos, acusados de ser moriscos, desencadenó la decadencia moral, social y económica de nuestras ciudades y pueblos, que se vieron despojados de una mano de obra muy cualificada y de muchos de sus hijos más ilustres.
En realidad, las representaciones de moros y cristianos que se organizan en distintos municipios, como si de un juego infantil se tratase y en un ambiente festivo, no reflejan la historia de esta tragedia que más que celebrar, debería hacernos reflexionar, pues se trata de un drama humano, en el que la intolerancia se impuso a la convivencia.
Blas Infante y Carlos Cano hicieron justicia a los moriscos
El padre de la patria andaluza, Blas Infante, nos enseñó a mirar al otro lado del Estrecho para comprender la dimensión histórica del éxodo andalusí. Infante hizo un viaje a Marruecos en 1924 para reunirse con los descendientes de lo que llamó “la diáspora andaluza”. Es decir, los moriscos y judíos que fueron deportados al norte de África por los Reyes Católicos (1502) y por Felipe II (1570).
“Más de un millón de hermanos nuestros –decía Infante-, de andaluces inicuamente expulsados de su solar, hay esparcidos desde Tánger a Damasco. Descubrió entonces que los hijos más ilustres de la Andalucía medieval tuvieron que exiliarse, perseguidos por dos integrismos: almorávide y católico. Sin embargo, apenas se conocen las investigaciones que hizo en este viaje. Asesinado por los franquistas en 1936, la obra de Blas Infante fue silenciada.
Tuvieron que pasar 42 años, en 1978, para que Carlos Cano recuperase el mensaje de Infante con sus Crónicas Granadinas, un disco emblemático que dedicó al rey Boabdil, último sultán de la Alhambra, y a los moriscos expulsados. En ese disco legendario, podemos escuchar una canción titulada El bando, en la que decía:
“Por orden real, la Baja Alpujarra abandonarán, moriscos infieles, infantes, mujeres, cruzarán el mar…”
“Por orden real, escritos de herejes en fuego arderán y aquel que se encuentre fablando morisco a galeras irá”.
Un disco, comprometido y valiente, con el que Carlos quiso rendir homenaje a los granadinos que construyeron la Alhambra y denunciar la injusticia cometida contra ellos. El cantautor granadino recordaba que fueron expulsados ilegalmente, tras la violación de las Capitulaciones, que protegían sus derechos civiles y religiosos.
Los Ayuntamientos que convierten en fiesta el drama de la expulsión de los moriscos deberían recapacitar. Cambiar las peleas entre moros y cristianos, que dividen a los vecinos en dos bandos, por representaciones que promuevan la reconciliación. Cambiar las espadas y el estruendo de los arcabuces, por la poesía y la música. Es más propio de una sociedad plural y democrática, como la nuestra, que estos municipios organicen actos de hermanamiento con ciudades como Chauen, Tetuán, Ashila, Larache o Fez, en las que viven actualmente los descendientes de la comunidad morisca en el exilio. Las representaciones de moros y cristianos, con vencedores y vencidos, fomentan la cultura de la guerra y el choque de civilizaciones en el imaginario popular. En cambio, los hermanamientos favorecen la cultura de la paz y el diálogo entre las dos orillas del Mediterráneo, tan necesario en nuestros días.