MUJERES. Según un informe del Instituto de Salud Carlos III, elaborado a través de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE), un 76% de lxs profesionales contagiadxs en el estado español son mujeres. ¿Significa esto que somos el “sexo débil”? Obviamente, no. Simplemente, las tareas de cuidados, también a nivel profesional, las siguen desarrollando muy mayoritariamente mujeres. También son mujeres el 71% del personal de farmacia, el 93% del personal de limpieza y el 84% de lxs trabajadorxs de supermercado, principalmente cajeras. A nadie se escapan otras realidades, cuando menos chocantes, del tratamiento a esta crisis, como que a la vez que se impone una distancia social para no contagiar a otras personas, la distancia entre las mujeres víctimas de violencia machista y sus maltratadores se estrecha, viéndose encerradas en sus casas en un infierno difícilmente imaginable.
El impacto de la crisis del coronavirus, por tanto, y de las consecuencias de las medidas para tratarla (confinamiento, cierre de colegios, cierre de industrias del sector servicio, imposibilidad de desarrollar actividades informales…), es mayor en mujeres que en hombres.
MUJERES NEGRAS. Leo estos días que un alto cargo de Amazon de Vancouver dimite tras los despidos de trabajadorxs de la empresa que pedían protección contra el coronavirus. En su carta, entre otras cuestiones, explica los despidos de Emily Cunningham y Maren Costa, dos trabajadoras que habían denunciado la falta de medidas de protección por parte de la empresa para repartidorxs y trabajadorxs de almacenes ante el covid 19. Este alto cargo afirmaba, además, que todas las personas despedidas son negras, mujeres, o ambas cosas. “Seguro que es una coincidencia, ¿no?”, afirmaba.
MUJERES NEGRAS AFRICANAS. En “un continente con nombre de mujer”, del libro El río que desafía al desierto y otras crónicas africanas del periodista canario José Naranjo (2019) leía: “A Garbai Sumo la conocí en circunstancias difíciles. Cuando me la presentaron estaba poniéndose un traje blanco, como de astronauta, con sumo cuidado. Como especialista en Higiene y Desinfección, trabajaba de enfermera en la Cruz Roja liberiana y en noviembre de 2014 se encargaba de tomar muestras a las personas fallecidas en Monrovia para saber si era a causa del virus ébola. Toda precaución era poca. ‘Mis amigos ya no me llaman para salir’, aseguraba con una media sonrisa. Tal era el miedo y la estigmatización de los sanitarios en aquellos días.
Nancy Djoko también era enfermera. En agosto de aquel año la epidemia estaba totalmente descontrolada en Sierra Leona y ella era la responsable del improvisado centro de tratamiento montado en el hospital de Kenema, epicentro del brote. ‘Queda claro que tenemos miedo, han muerto muchas de nuestras compañeras y nadie quiere acercarse a nosotros. Pero esto lo hago por todos ellos, no puedo irme a mi casa y dejar a los enfermos sin atención’, aseguraba. Su amiga y mentora, Mbalu Fonnie, acababa de morir contagiada del virus, igual que el director del hospital y famoso virólogo, Umar Khan. Pero ella allí estaba, doblando turnos, agotada, asustada. Fueron la primera barrera frente al ébola, su labor salvó miles de vidas. Pocas semanas más tarde supimos que Djoko también había caído”.
Todo aquello que describe José Naranjo en esta crónica importó un rábano en esta parte del mundo, por mucho que la tasa de mortalidad del ébola fuese de entre el 50% y el 90% de lxs infectadxs. Garbai Sumo de Liberia, Nancy Kjoko y Mbaulu Fonnie de Sierra Leona… Mujeres. Negras. Africanas. A quién le importa. Ya se encargaron los medios de presentarnos esta terrible epidemia como uno de tantos desastres a los que nos tiene habituado el continente, como una fatalidad endógena más… Las mujeres que se dejaban la vida, literalmente, en el cuidado de lxs otrxs no merecieron ni la más mínima atención de los medios de comunicación de nuestro país.
Aún así, a pesar de todas estas realidades que hemos presentado, se sigue diciendo que los virus afectan a todxs por igual, que no hacen distinciones. Pero si es verdad que el virus no distingue de clases, color o género, el sistema económico capitalista sí.
This is a man’s world, cantaba James Brown en 1966. Hoy, en 2020, seguimos viviendo en un mundo de hombres. Y si todavía hay gente que niega esta obviedad, bien haría en hacérselo mirar.