No descubro nada nuevo al afirmar que la música, la expresión musical, es una de las manifestaciones culturales que de manera más conspicua desempeñan el papel de lo que la Antropología denomina “marcadores diacríticos” de la identidad de un pueblo, es decir que mejor y de manera más intensa alimentan el sentimiento de pertenencia de sus componentes a una misma comunidad simbólica. Y además, ello se produce de manera mucho más profunda e intensa en comparación a otros elementos, al apelar de manera directa a la esfera de los sentidos y las sensibilidades que constituyen la materia básica e imprescindible para la construcción de la conciencia.
Se ha señalado, en mi opinión con razón, que uno de los rasgos que caracterizan la cultura andaluza es la relevancia que, en conexión con su condición barroca, tienen en ella las manifestaciones que propician la expresión de las emociones y los sentimientos estéticos como vías a través de las que en buena medida se produce la socialización de las personas y su identificación con el colectivo al que pertenecen. La música es una de esas manifestaciones.
En relación a ello, tampoco es demasiado original destacar al flamenco (cuya naturaleza fundamental, aunque no única, es musical), como una de las creaciones culturales más originales que mejor representan muchos de los rasgos que definen el ethos de Andalucía y de la cultura andaluza. Pero con toda la importancia que tiene el flamenco en la construcción de la identidad colectiva de los andaluces, no es ni mucho menos la única forma de expresión musical generadora de sentimientos de pertenencia, desde las músicas procesionales a la copla andaluza (que no española, como reivindicaba Carlos Cano), o a los cantes carnavalescos, encontramos una amplia gama de estilos y géneros que actúan como marcadores identitarios a diferentes niveles y para distintos colectivos (local, comarcal, regional, andaluz).
Por consiguiente, si aceptamos la importancia que la dimensión musical tiene en la construcción de nuestra identidad como pueblo, la música podría ser una de las líneas de acción que aquellos andaluces conscientes, comprometidos con la extensión y profundización de la conciencia andaluza, deberíamos desarrollar como estrategia eficaz para avanzar en el logro de este objetivo. Destacar y difundir la riqueza de nuestras manifestaciones musicales, señalando los componentes y valores que las hacen únicas y, por lo tanto, expresiones privilegiadas de la especificidad de la cultura andaluza. Y ello, no solo con respecto a las que podríamos considerar de tradición vernacular, sino también con aquellas otras que no son originarias de nuestra tierra, pero que han enraizado en nuestra cultura y, a través de su hibridación con nuestras propias formas musicales, temas y modalidad lingüística, son nuevas vías de expresión particularmente significativas para las generaciones más jóvenes. Hoy, además del flamenco, los verdiales, la música procesional o las coplas de carnaval, nuestra música vive y se expande por los territorios del rock, el pop, el rap, el trap… que más allá de repetir modelos estandarizados, han adquirido rasgos que los convierten en rock andaluz, por andaluz, rap andaluz…
Esta especial capacidad de hibridación de la cultura andaluza, fraguado a lo largo de un prolongado y profundo proceso de mestizaje, se pone claramente de manifiesto en la fusión de músicas, de las que el flamenco es el ejemplo paradigmático, pero ni mucho menos el único. Si centramos nuestra atención en las últimas décadas, vemos fenómenos como el denominado “rock andaluz” que tuvo una primera fase de desarrollo entre los años 60 y 80 del pasado siglo, en coincidencia con la extensión del sentimiento/conciencia andaluza, del que son referencias clave grupos como Smash (Julio Matito), Triana (Jesús de la Rosa), Alameda, Cai, Imán Califato Indepenciente, Silvio,Tabletón,Veneno, Medina Azahara (Kiko Veneno)…, mutuamente estimulados por músicos de filiación flamenca, como Camarón de la Isla, Lole y Manuel… que marcaron una auténtica revolución en la música popular contemporánea enraizada en lo andaluz.
Tras este florecimiento, a partir de finales de los 8º se inicia un largo periodo de obscurecimiento de este movimiento musical, significativamente paralelo a la paulatina desactivación del movimiento de afirmación del pueblo andaluz. La marca “rock andaluz”, creada de manera bastante artificial por parte de las compañías discográficas (ninguna andaluza) con el fin de explotar el éxito de Triana, sufrirá un rápido agotamiento.
No será hasta bien entrado el nuevo siglo cuando el trabajo de Enrique Morente y Lagartija Nick (Omega) va a suponer un nuevo impulso a la música en andalú. A partir de él y de otros grupos consolidados, como Los Planetas (La leyenda del espacio), poco a poco van a ir apareciendo nuevos artistas y nuevos grupos que cada vez de manera más desinhibida darán pasos hacia una nueva música en andalú. La mayoría serán andaluces, como SFDK, Nazión Sur, Haze, Tote King, O’funk’illo, FRAC, Mártires del Compás, Pony Bravo, Quentin Gas & Los Zíngaros, La Banda Morisca, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Califato ¾, Malabriega…, pero también algunos que, no siendo andaluces, alimentan su creatividad bebiendo de las fuentes musicales y culturales andaluzas, no sólo en cuanto a ritmos y estilos, sino también en las formas de expresión lingüística. Es el caso de Rosalía, nacida en Cataluña y enculturada en el contexto de la periferia urbana barcelonesa, pero que, amante y profunda conocedora del flamenco, y sin presentarse como artista flamenca y más allá de absurdas apelaciones a una mal entendida “apropiación cultural”, le está aportando nuevas energías y abriendo su mundo a un público juvenil que de otro modo nunca hubiera tenido la oportunidad de acercarse él; haciéndolo además desde una actitud de profundo respecto y fidelidad, no sólo a los fundamentos de la música flamenca, sino a la lengua en la que se expresa, el andalú, constituyendo la mejor forma de dignificarlo y liberarlo de prejuicios y menosprecios.
Difundir el conocimiento de esta nueva música en andalú, señalando el efecto que la misma puede producir sobre el reconocimiento de la originalidad y especificidad de los componentes culturales de nuestra identidad como pueblo, especialmente con respecto a los más jóvenes, se nos presenta como una oportunidad que debemos aprovechar.