Las alarmas han ido saltando en Europa por el ascenso electoral de fuerzas de extrema-derecha. El Frente Nacional (Francia), la Liga Norte (Italia), Ley y Justicia (Polonia), Fidesz (Hungría), el Partido para la Libertad (Países bajos), Vox (España)1… ni siquiera las idílicas y avanzadas sociedades del bienestar escandinavas se han librado, los Verdaderos Finlandeses obtuvieron casi el 18% en las últimas elecciones… Más allá del Viejo Continente, otras figuras también siniestras (Trump, Bolsonaro) completan este paisaje tan inquietante en pleno retroceso de las ideas y proyectos progresistas. Las reminiscencias de la “medianoche del siglo” XX, el miedo a la regresión en derechos y libertades y el instinto de clase han reforzado una natural preocupación democrática y de autodefensa en las clases trabajadoras y los pobres.
En este contexto (ascenso de las derechas radicales, intenso debilitamiento de las izquierdas), la respuesta politico-electoral elegida por las izquierdas se ha reducido a un mantra: “parar a las derechas”. Así ocurrió en el estado español, por ejemplo, en las pasadas elecciones andaluzas (02/12/2018) o en las últimas generales españolas (28/04/2019). Atrás quedaba cualquier impugnación del relato “izquierda” (PSOE) / “derecha” (PP) como dos variantes del partido del orden y del régimen del 78 que sostuvo las movilizaciones del 15M y la irrupción política de Podemos. De golpe, el viraje estratégico y discursivo reinstalaba al PSOE en el campo de la izquierda y lo legitimaba como socio mayor en la afectada tarea ultradefensiva: parar a las derechas2.
El título de este texto se basa en una comparación. En el campo médico, la práctica clínica consiste en tomar nota del malestar que trae la persona (síntomas) y, mediante la formación médica que posee el profesional, llevar cabo el análisis y la interpretación necesarios para determinar (diagnosticar) el significado del malestar (enfermedad). La semiología clínica consiste así en explorar y valorar los síntomas (malestar percibido) y los signos (datos objetivos) y, en su caso, determinar su significación diagnóstica (enfermedad). Bajo este modelo, sin embargo, en el análisis y la semiología política de izquierdas la enfermedad y el signo han desaparecido y sólo queda el síntoma, hipostasiado y desenhebrado de toda lógica política: “Parar a las derechas” como consigna electoral y objetivo político no conlleva ninguna explicación ni relación del ascenso de las derechas radicales con el neoliberalismo como un programa económico radical de las élites.
Y así, mientras las derechas-extremas, aquí y en Europa, siempre hablan de política, lo que queda de o lo que llaman izquierda, aquí y en Europa, sólo emplea una ecolalia: «parar a la derecha«. Cual si el médico tratase la fiebre (mecanismo de defensa del cuerpo) como si fuese la enfermedad (por ejemplo una infección bacteriana). En vez de enfrentar las causas, la desdemocratización ligada a la transferencia de las decisiones políticas hacia instancias no elegidas ni controladas políticamente, como en la arquitectura neoliberal europea (Comisión, BCE, «mercados»), las izquierdas se distraen con el epifenómeno, con el síntoma (el ascenso de las derechas). En la gramática política de las izquierdas está ausente la confrontación del problema primario (corrosión de las soberanías políticas, tratados europeos y todo el armazón juridico-político neoliberal, la reforma del artículo 135 de la C.E., las reformas laborales) y la única la atención se focaliza en la fiebre (la emergencia de las ultraderechas). A las derechas sólo les preocupa la política y al progresismo sólo le interesa el moralismo y el caparazón progre de las gobernanzas neoliberales (feminismo liberal, humanitarismo migratorio, etc.).
Como es lógico, centrarte en el efecto de superficie en lugar de las condiciones estructurales y las causas da lugar a poner el acento en un tipo de política de alianzas políticas y no en otras. Concentrarte en el epifenómeno electoral (emergencia de fuerzas radicales de derecha) resultante de la aplicación de políticas neoliberales te conduce a proponer diques de contención y “gobiernos de izquierda” para reducir la fiebre precisamente con aquellos mismos que estimulan la enfermedad. Un sinsentido y una contradicción que, no sólo no conlleva “parar a las derechas” (véase Andalucía) sino que refuerza y avala al polo “progresista” del bloque neoliberal.
Nancy Fraser3 da cuenta muy bien de la retroalimentación entre las políticas neoliberales, incluyendo a las que llama “progresistas”, y la emergencia y el refuerzo de las derechas y los populismos de derechas. Dice así: «La particularidad del “neoliberalismo progresista” (el Nuevo laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia y los gobiernos recientes del Congreso de la India) es que combina políticas económicas regresivas y liberalizantes con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas. Su política económica se centra en el “libre comercio” (lo que significa, en realidad, el libre movimiento del capital) y en la desregulación de las finanzas (que empodera a inversores, bancos centrales e instituciones financieras globales para dictar políticas de austeridad al estado por decreto y mediante el arma de la deuda). Mientras tanto, su vertiente de reconocimiento se centra en la comprensión liberal del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos de mujeres y LGBTQ [lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, queer]. Plenamente compatibles con la financiarización neoliberal, estas comprensiones son meritocráticas, esto es, no igualitarias. Orientando la discriminación, tratan de asegurar que unos cuantos individuos “con talento” de “grupos infrarrepresentados” puedan llegar a la cima de la jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por los que les paguen como a los hombres blancos heterosexuales de su misma clase! Lo que no se dice, en cambio, es que mientras esta minoría “rompe el techo de cristal”, todos los demás siguen atrapados en el sótano. Así, el neoliberalismo progresista articula una política económicamente regresiva con una política de reconocimiento aparentemente progresista. La vertiente del reconocimiento ha funcionado como coartada del lado económicamente regresivo. Ha facilitado que el neoliberalismo se presente como cosmopolita, emancipatorio, progresista y moralmente avanzado, en oposición a unas aparentemente provincianas, retrógradas e ignorantes clases obreras. El neoliberalismo progresista fue hegemónico durante un par de décadas. Presidiendo grandes incrementos de la desigualdad, entregó gran prosperidad principalmente al 1%, pero también al estrato de los estrato profesional directivo. Quienes fueron atropelladas fueron las clases trabajadoras del norte, que se habían beneficiado de la socialdemocracia; los campesinos del sur, que sufrieron un renovado desposeimiento por medio de deudas a escala masiva; y una creciente precariedad urbana en todo el mundo. Lo que se ha llamado populismo es una revuelta de estos estratos contra el neoliberalismo progresista. Votando a Trump, el Brexit, a Modi o al Movimiento Cinco Estrellas en Italia han manifestado su negativa a continuar con su papel asignado de corderos sacrificados en un régimen que no tiene nada que ofrecerles.»
Y es difícil encontrar un espacio político más ilustrativo de esta realidad que Andalucía. La combinación de décadas de gobernanza neoliberal más retórica progre (enfermedad), a lo que sumar también una izquierda con psicología subalterna y de ayudante de campo con relación al PSOE, este mejunje ha dado lugar a la actual hegemonía institucional y cultural de un espectro político de derechas (síntoma) que encarna lo más regresivo, españolista, postfranquista y neoliberal del estado español. Por eso, proponer una política de alianzas con quienes hacen las políticas estructurales neoliberales y arrasadoras de las soberanías políticas4, con quienes promueven la enfermedad, no sólo no sirve para “parar a la derecha”, sino que la invoca y la estimula (a la par que te disipa como izquierda alternativa a nada). Hay que repetirlo: miren a Andalucía.
Pero como seguimos viendo, las izquierdas andaluza y española realmente existentes mantienen su apuesta por ocultar su desvitalización estratégica y su creciente despolitización (política sin política: es casi imposible ya oír hablar a sus dirigentes en la tele o en una entrevuista de Tratados europeos o moneda común, del 135, de la OTAN, de política internacional, sea Palestina o Venezuela, de Cataluña o de republicanismo) y siguen por la senda de la disipación ideológica y el estúpido autoinmolarse en el mantra del “parar a la derecha” mediante “gobiernos de izquierdas” con… el PSOE!!!!!!! (y, todo ello patéticamente condimentado con retórica banal basada en simplezas y abstracciones del tipo “cambiar la vida de la gente” o “construir un nuevo país”). Esta autolítica política de alianzas (en realidad, política de subordinación al neoliberalismo), mientras refuerza al ala “progresista” del partido del orden, termina secretando una lógica de izquierda fractal, es decir, la misma estructura sin sustancia orgánica y diluida ideológicamente, fragmentándose una y otra vez y recapitulándose a diferentes escalas.
1Aunque las otras derechas españolas, PP y C,s pasarían también por extrema-derecha en cualquier país europeo.
2Especialmente sangrante fue la campaña electoral de la izquierda andaluza en 2018 que, más allá de dedicarse a declaraciones pseudopoéticas (ganar con la risa, reivindicar la alegría), centró su discurso en “parar a la derecha”, como si aquí las 4 décadas anteriores de políticas neoliberales y de promoción de las desigualdades socioeconómicas y los privilegios de los de siempre hubiesen transcurrido bajo gobiernos del llamado trifachito.
3http://www.sinpermiso.info/textos/podemos-entender-el-populismo-sin-llamarlo-fascista-entrevista
4Esta función de pilar “progresista” del PSOE atraviesa las distintas escalas, Andalucía, España (135, reformas laborales) y Europa (Tratados Europeos y toda la arquietectura jurídico-política que ha edificado la UE neoliberal)