Hace prácticamente un año, publiqué un artículo en este mismo lugar, titulado “El 8M en Andalucía. ¿Y ahora qué?” Compruebo que en este de hoy podría repetir y señalar algunos aspectos positivos, como lo hice entonces: la empatía, la sororidad, el movimiento feminista como una ola que se lleva por delante, de forma selectiva, a chiringuitos, surfistas y oportunistas de variado pelaje. Y también algunos de los aspectos negativos que señalaba entonces: hemos vuelto a tener la convocatoria de huelga de 24 horas junto a la convocatoria de la huelguita de dos horas, mientras las mujeres que militan en los sindicatos convocantes de nuevo se han llamado al silencio o la justificación de tan escuálida convocatoria. También hemos vuelto a asistir a los intentos de instrumentalización del movimiento feministas por los partidos y hemos vivido intentos de ignorar a algunos grupos de mujeres, sin entender que los feminismos deben ser cada vez más incluyentes e inclusivos, no para crecer, sino por justicia.
En otro orden de cosas, con la pérdida del gobierno de la Junta de Andalucía por parte del PSOE, el feminismo institucionalizado ha ingresado en un espacio gris e inconcreto, sin ideas ni estrategias, en el que debe de estar pensando qué hacer, ahora que no tiene el calor del poder, en cuya cercanía han acabado por olvidar que la tarea de todo feminismo es transformar la realidad que habitamos hombres y mujeres, no aplicarle el “modo belleza” de los móviles para salir favorecidas en los selfies.
Algunas semanas después del 8M, los actuales señores del poder de San Telmo han roto su silencio tímidamente (es un decir) para anunciar una nueva ley de violencia “intrafamiliar”, que sustituya a la actual de violencia de género. Este anuncio ha venido precedido, en un tiempo largo, de algunos movimientos, como si de una coreografía se tratara: primero, se negó la existencia de violencia contra las mujeres; luego, se afirmó, dijeran lo que dijeran los datos, que los hombres también sufren violencia por parte de ellas. Por último, se pretende estirar tanto el concepto que no sirva para identificar y, sobre todo, que no coincida con lo que, desde los feminismos, se viene denunciando y reivindicando contra la violencia machista. Por eso se pretende hablar de violencia “intrafamiliar”, un modo de señalar el lugar donde se produce y no las causas de la misma. En paralelo, se pretende dejar de hablar de las mujeres, para hablar de la familia. (Véase el programa electoral del PP).
Quizás estén pensando que estos cambios no van a costarles mucho, que las mujeres, al final, votaremos a ciertos partidos, digan lo que digan sus programas electorales, y que el próximo 8M queda muy lejos. A no ser que hagamos que todo esto les salga muy caro. Tanto a ellos, los nuevos señores del poder en Andalucía, como a quienes pretenden en sus programas electorales que las mujeres nos contentemos con que prometan poner en marcha leyes o actuaciones que, cuando han estado en el poder, no han acometido; y quienes no han tocado poder, o lo han hecho tangencialmente, es de risa que piensen que con “ promover” medidas etéreas o prometer “la independencia de las mujeres”, sin una renta básica universal y sin condiciones, por ejemplo, nos van a contentar. Los unos se pasan y los otros no llegan.
Al igual que se pretende diluir, hasta borrarlo, el concepto de violencia machista, se pretende que ocurra con el concepto de igualdad. El aviso lo hemos tenido, y así deberíamos interpretarlo las feministas, con el vídeo de marras, que mostraba a hombres de relevancia social y política decididos defensores de la misma. No me parece mal que ciertas personas defiendan la igualdad; lo que ocurre es que no me lo creo. Cuando el presidente de Iberdrola y yo, por ejemplo, hablamos de igualdad, dudo que estemos hablando de lo mismo. Sin embargo, sí que observo cómo la reivindicación de la igualdad, tan necesaria, se empieza a hacer en determinados ámbitos sociales y mediáticos separada del feminismo. Incluso dentro de algunos feminismos parece que se insiste en esta cuestión sin que haya detrás un proceso de análisis, revisión y concreción del principio. Sin preguntarse de qué igualdad hablamos y cómo la reivindicamos.
Por tanto, aunque no debamos renunciar a un cierto optimismo, que nos empuje en nuestras luchas y alimente nuestras reivindicaciones, no nos conviene aceptar sin más el eslogan que presidió la manifestación de Madrid este 8M. No, amigas, no conviene creernos imparables; mejor, preguntémonos hacia dónde caminamos, cómo y con quiénes, porque si no, ser imparables puede resultar dramático. Y pensemos que esta ola, estas sinergias no se van a mantener siempre. Intentemos que la movilización no se convierta en movilidad, que mover a las mujeres, que movernos las mujeres de aquí para allá, no sea una finalidad en sí misma.
Estamos tardando en pedir cuentas a los partidos en liza en las elecciones, tanto generales como municipales, tanto por lo que incluyen en sus programas electorales como por lo que dejan fuera. Aquí no vale pasarse o no llegar. Hay que estar en el punto justo: el de las propuestas y actuaciones que tienen la impronta feminista. Lo demás, son milongas.