Quo vadis Europa?

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Son numerosos los teóricos del nacionalismo que han subrayado la importancia de la historia en la legitimación del moderno Estado-nación. Tampoco faltan entre ellos quienes han argumentado contra los peligros que supone la instrumentalización de la historia por parte de estas formaciones. A finales del Siglo XIX Ernest Renan afirmaba que “El olvido y, yo diría incluso, el error histórico son un factor esencial de la creación de una nación, y es así como el progreso de los estudios es a menudo un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica, en efecto, vuelve a poner bajo la luz los hechos de violencia que han pasado en el origen de todas las formaciones políticas, hasta de aquellas cuyas consecuencias han sido más benéficas”. [1] Renan desvela la paradoja que existe entre la historia como relato y el análisis riguroso de los hechos históricos que ejerce la historiografía, afirmando que el estudio de estos hechos arroja inexcusablemente un pasado de violencia. Resulta conveniente volver a leer a Renan en un contexto como el actual, en el que el análisis riguroso de los hechos está siendo sustituido por un revisionismo cuyo objetivo último es  recuperar la legitimidad del relato en un contexto en que las tensiones del mercado y de los poderes de la globalización someten a los estados a tensiones insoportables. De este modo se genera una interesante paradoja: aquellos que más denigran el populismo como una amenaza a los valores liberales son quienes más se esfuerzan por construirlo, si bien bajo la vieja coartada del orgullo patrio. Este resurgir del nacionalismo de Estado es patente en el ámbito europeo, sin que falten ejemplos en nuestro ámbito más cercano. En ese sentido, la Unión Europea como constructo político podría haber ejercido un interesante y necesario papel de contrapeso a estos nacionalismos subrayando la importancia de los valores cívicos que inspiraron su carta fundacional, aunque para ello debería haber llevado estos valores a la práctica. Sin embargo, esta práctica demuestra precisamente que lo que tenemos en realidad es un conjunto de Estados que compiten entre sí por imponer sus intereses, y esto implica también sus propios relatos. La dificultad de combinarlos se manifiesta claramente en los complicados intentos de crear una historia común.

Sin embargo, resulta interesante cómo últimamente parece haberse encontrado una fórmula de consenso entre los poderes para construir un relato basado en la equidistancia. Esta visión es tremendamente peligrosa porque a la hora de analizar los hechos de violencia de los que nos hablaba Renan equipara en el mismo plano moral a las víctimas y a los victimarios, velando la objetividad y confundiéndola con una neutralidad que es por definición ahistórica, porque los hechos violentos nunca son ni pueden ser neutrales.

El último ejemplo de esta equidistancia podemos encontrarlo en la historia oficial de la Segunda Guerra Mundial aprobada por el Parlamento Europeo el pasado 18 de septiembre. La moción B9-0100/2019 es un ejemplo de este revisionismo histórico que intenta ser una declaración contra toda forma de extremismo, y si  hay que desvirtuar la historia para construir el relato tampoco será la primera institución, y me temo que tampoco la última en hacerlo.

La equidistancia es en principio complicada de rebatir: ¿cómo no reafirmarnos en los valores de la dignidad y los derechos de los seres humanos, la libertad, la igualdad, la democracia y el imperio de la ley?, ¿cómo oponernos a que se recuerden los terribles crímenes cometidos contra la humanidad y a garantizar que estos hechos horribles no vuelvan a suceder? (estoy citando el texto de la resolución, si bien traduciéndolo de manera libre). El problema es que de ahí se sigue una afirmación que es una distorsión histórica, al equiparar los regímenes nazi y comunista en  sus políticas de exterminio, deportación y falta de libertad, cosa que desde luego es posible desde una posición moral, pero ahistórica, atribuyen a los dos regímenes la misma responsabilidad en el desencadenamiento de la Segunda guerra Mundial, lo que no se compadece con los hechos históricos suficientemente conocidos. Hay expertos en esta época que habrán observado fácilmente los sesgos de esta versión: mientras que el pacto Molotov-Ribbentrop es subrayado como elemento clave para la invasión de Polonia se velan otros pactos y acuerdos con las potencias occidentales, que permitieron por ejemplo vía libre para los nazis en Checoslovaquia. Además se presenta una versión triunfante del bloque demócrata occidental que puede gustar mucho a los amantes de la historia versión Hollywood, pero que oculta la importancia decisiva del ejército rojo en la victoria final. Pero el objetivo de este artículo no es deconstruir el revisionismo histórico, expertos habrá que lo harán mejor. Sino destacar cómo, en contra de lo que el texto expresa, este revisionismo, como todos los que proliferan en la actualidad, no consigue mostrar la historia para que no volvamos a repetirla, pero sí nos muestra cuáles son los miedos de los poderes europeos, y que tienen que ver con que, en un contexto donde las políticas austericidas provocan un sufrimiento indescriptible a las poblaciones de los Estados de la UE, un nuevo fantasma recorra Europa. No será mediante relatos y represión como podrán atajar este miedo.

[1] Ernest Renan ¿Qué es una nación?