“La historia es siempre contemporánea, es decir política”. A. Gramsci1
El Consejo de ministros aprobó el pasado 15 de septiembre el anteproyecto de Ley de Memoria Democrática. La Vicepresidenta Carmen Calvo expresó que el anteproyecto obedece a los parámetros de defensa y reconocimiento de los derechos humanos, «homologando a nuestra democracia con las de otros países que también han tenido que reconocer situaciones traumáticas parecidas«.2 También señaló que la nueva ley abandona el término «memoria histórica» e incorpora «memoria democrática«. Los dos grandes objetivos del nuevo texto son “la defensa y el conocimiento de la historia democrática de España” y “el reconocimiento, la reparación, la dignidad y la justicia para las víctimas de la dictadura y la represión”.
Sin embargo, unos días antes, en una entrevista en el diario El País, a la pregunta sobre la eventual ilegalización de la Fundación Francisco Franco al amparo de la norma, respondió lo siguiente: “esta ley va a prohibir todos los espacios donde se produzca el enaltecimiento de las dictaduras. No vamos a permitir que haya fundaciones públicas que enaltezcan regímenes totalitarios o figuras dictatoriales. Vamos a tomar muchas medidas”.3 ¿Regímenes totalitarios? ¿Figuras dictatoriales? Esta afirmación despierta las alertas sobre una formulación “universalistamente” comprehensiva de la norma que pudiera servir, paradójicamente, a los partidarios del franquismo para señalar y perseguir a quienes reivindiquen ciertas figuras históricas o ciertas ideas políticas. Porque, bajo la equidistancia liberal, por “regímenes totalitarios o figuras dictatoriales” se contemplan, no sólo a los fascismos, sino al comunismo o al islamismo político, no sólo a Hitler, Mussolini y Franco, sino a Lenin, Fidel Castro, Ben Bella o Hugo Chávez. Esta perversa lógica política no tendría el potencial de invocar, por tanto, a la “memoria democrática” española que históricamente fue violentada sólo por el fascismo, sino a una suerte de tribunal universal para criminalizar a todas las formas de reivindicación y legitimación de tradiciones, experiencias y políticas tachadas de “totalitarias” y no encuadrables en el canon de las democracias liberales occidentales.
Recuerdo, repetición y elaboración
En 1914 Freud escribió un texto llamado así: recuerdo, repetición y elaboración4. Establecía una ligazón dinámica entre el olvido (vía represión de los contenidos conflictivos) y la repetición (en forma de síntomas, inhibiciones, compulsiones, pensamientos, sueños, búsqueda de escenas desagradables…). Donde no hay el recuerdo se instala la (compulsión a la) repetición. El paciente neurótico «no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace«. Al modo de la tarea recurrente de Sísifo, las resistencias frente al recordar nos mantienen atrapados en ciclos interminables de repeticiones, de actuar lo que reprimimos. La compulsión a la repetición, que causa malestar y desajuste, sería el precio y la estrategia (en el presente) para no-saber y mantener sepultados los recuerdos (lo pasado). La elaboración terapéutica consiste entonces en reconocer y entender aquello que fue olvidado (reprimido) para evitar que se repita (que se actúe) inconscientemente en el tiempo actual.
En cierto sentido, el régimen político español del 78 viene repitiendo aquello que decidió olvidar en forma de amnistía (la criminalidad del estado franquista). La resistencia a “recordar” (reconocer a las víctimas, imponer justicia, elaborar democráticamente la ruptura política con el fascismo) ha mantenido al sistema repitiendo compulsivamente (símbología y discursos, impunidad de personajes relacionados con la tortura y los asesinatos, negacionismo histórico, pervivencia en los bajofondos de poderes ligados orgánicamente al franquismo, legitimidad de instituciones heredadas de la dictadura). La tutela orgánica de la transición democrática por las élites y los ámbitos de poder responsables de la gubernamentalidad franquista ha impedido hasta ahora este “trabajo” (elaboración) de memoria histórica y de justicia democrática.
Pero no todo vale como memoria
El historiador italiano Enzo Traverso ha señalado que se ha puesto de moda una política de conmemoraciones (Normandía, Hiroshima, Auschwitz…) que uniformiza y oficializa en cada caso el contenido de la memoria, la vacía de debate y conflicto político. Así, se construyen “memorias históricas oficiales5”, normativas, ajenas a la pluralidad democrática, que terjminan patrimonializando y reificando la conciencia del pasado. La memoria del Holocausto, esa “religión civil del mundo occidental”, es paradigmática en este sentido (centrada en un grupo, los judíos, invisibilizando a otros, gitanos, comunistas, revictimizando a las víctimas carentes de toda agencia de resistencia y rebelión). Y en esa cultura de abstracción de la memoria histórica, Traverso identifica la obsesión memorialista por la figura de las víctimas, una visión que las enfoca como entes pasivos, inocentes y dóciles al consenso memorialista (víctimas del Holocausto, víctimas del franquismo, víctimas del machismo, de la dominación racial o colonial…)… las víctimas, entonces, funcionarían como artefactos simbólicos para ocultar a quienes lucharon activamente: antifascistas, feministas, militantes antiracistas, movimientos de liberación nacional… Frente a esa reconstrucción de la historia como una división entre verdugos y víctimas, E. Traverso afirma: «Por supuesto, hay que conmemorar a las víctimas y reparar en lo posible las violencias del pasado, pero el énfasis en ellas ha comportado que se deje de lado a otros actores del siglo XX, en particular a los vencidos: los deportados políticos, los antifascistas que cayeron combatiendo, los que decidieron tomar las armas y que ahora han sido olvidados y hasta criminalizados como una faceta del totalitarismo comunista«.
La memoria histórica es más que la memoria de las víctimas y no debería revictimizarlas.6 En España, la inmensa mayoría fueron luchadores demócratas, republicanos, antifascistas. Hay una manera de «hacer justicia», en el mundo occidental con el Holocausto, en España con la «guerra civil», que opera rememorando a las víctimas, pero escamoteando las causas y las ideas por las que lucharon, evocando su dolor y su sufrimiento, aunque sin dar cuenta de sus esperanzas, sus victorias y heroísmos. Además, la memoria histórica ha de ser también el recuento y la memoria de los verdugos y de sus vínculos con los poderosos. La conciencia del pasado como reconstrucción política no es un terreno consensual, sino conflictivo, un campo, no del humanitarismo, sino de la disputa política. «No es solo que quien controla el pasado controla el futuro, sino que quien controla el pasado, controla quiénes somos«7. En el caso de España, la política progresista de memoria democrática, que llegaría tan injustamente tarde, no puede ser utilizada para definir el antagonismo abstracto de la democracia con los “totalitarismos”, sino para hacer justicia y reivindicar a los antifascistas asesinados, exiliados, torturados, represaliados y a la lucha republicana contra el franquismo.
Haciendo uso de los conceptos freudianos descritos, se diría que el trabajo de elaboración (memoria democrática) es aquel que permita que donde hay repetición sin conciencia (régimen del 78, monarquía, Audiencia Nacional, jueces y prensa neofranquista, cloacas del estado) se restituya el recuerdo de lo reprimido (la criminalidad franquista contra la política democrática y republicana). Es difícil en este momento no recordar la Tesis 6 de Walter Benjamin en su filosofía de la historia: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa apropiarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante de peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante… El don de encender en el pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer.”
En definitiva, la memoria democrática en el estado español ha de inscribirse en el campo del pensamiento crítico, no de la contemplación pasiva de un pasado cainista de “guerra civil” ni de la utilización de una categorízación taxidermista (dictadores, totalitarismos) disponible para judicializar en el presente disidencias políticas en el extrarradio y en el afuera del “constitucionalismo” españolista. Una política verdadera de memoria democrática, con ley y más allá de la ley, ha de ser la memoria política (no religiosa) reparadora de los ideales y las experiencias de republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas y demócratas vencidos, pero no como víctimas pasivas, resignadas, sin agencia de confrontación, sino como luchadores contra la violencia del fascismo español.
1Antonio Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Ediciones Visor, Buenos Aires. 1971
2https://www.lamoncloa.gob.es/consejodeministros/resumenes/Paginas/2020/150920-cministros.aspx
3https://elpais.com/espana/2020-09-05/carmen-calvo-es-secundario-con-quien-salgan-los-presupuestos-el-objetivo-es-sacarlos.html
4 Freud, S.: Recuerdo, repetición y elaboración (1914). Obras Completas. Buenos Aires, S. Rueda, tomo XIV
5https://elpais.com/diario/2007/05/16/catalunya/1179277672_850215.html
6Traverso, E. Melancolía de la izquierda. Después de las utopías. Ed. Galaxia Gutemberg, 2019
7 D. Middelton y D. Edward. Memoria compartida. La naturaleza social del recuerdo y del olvido. Ed. Paidos.