Parece elemental, pero no lo es. Hace poco decidí posicionarme abiertamente en debates que atraviesan diferentes realidades sobre las mujeres. Esto de realidades sobre las mujeres no es ningún rodeo innecesario del lenguaje, es que no me sale llamar debate feminista a discursos que, primero, trascienden a los espacios propios del movimiento y permean el ámbito de lo político-partidista, académico, mediático, médico, social, virtual etc. Y segundo, que siempre conforman discurso –y en ocasiones, deciden- sobre mujeres, pero no en todos los casos son mujeres las que toman parte en el debate. La sobreexposición de determinados temas en espacios que poco tienen que ver con el marco de seguridad, cuidados y noviolencia que se espera del movimiento feminista, en consecuencia, genera situaciones de exclusión y victimización que para las mujeres, en general, no son nada nuevas.
También digo que decidí posicionarme hace poco, no por una cuestión de arrojo o dudas hasta el momento, sino porque traigo muy integrada la idea de que, en situaciones álgidas de controversia, vale más que sean los propios colectivos que se encuentran atravesados por las situaciones que resultan objeto de juicio, quienes lideren sus propuestas y al resto por un tiempo nos toca escuchar y arropar. Personalmente tomo esta postura como una cuestión de respeto, pero también creo que viene estupendamente como ejercicio para aprender a detectar y controlar el impulso de argumentar desde el individualismo y para bajarle un par de revoluciones a la arrogancia de sentir que conocemos la receta para acabar con opresiones que tenemos el privilegio de no padecer. A algunas nos parece esto muy básico, pero por lo visto, también hay que seguir aclarándolo. El caso es que finalmente tomé esta decisión a raíz de dos acontecimientos fundamentales en los últimos años: la demanda de alianzas por parte de determinados colectivos de mujeres y especialmente, debido a la fuerte proyección mediática de un discurso que en nombre de todas, arremete contra cualquier disidencia.
“La diversidad es un producto del mercado”, puede parecer una afirmación sacada de cualquier delirante campaña de marketing, de esas que acostumbran a apropiarse y vaciar de sentido este y otros conceptos, dándoles forma de objetos que se compran y se venden –no me canso de ejemplificar esto con Carmen Calvo celebrando la victoria electoral vestida entera de rosa con el lema “Yes, I´m a feminist” estampado en la camiseta de una conocida marca-. Lo grave en este caso, es que la autora de esta declaración es la psicóloga, docente e investigadora, referente autodenominada feminista radical, Laura Redondo. La diversidad, esa “técnica de marketing efectiva”, como ella la denomina, “implica además la desarticulación de la defensa de las mujeres y la opresión por sexo”1. Si la diversidad es un producto, desde esta lógica, existiría una naturaleza unívoca del hecho de ser mujer y oprimida, al margen de esta ficción capitalista. Esto, además de patear casi toda la reflexión de las Ciencias Sociales en torno a los conceptos de naturaleza/cultura y sus diferentes imbricaciones, significaciones y críticas, que manifiestan la necesaria deconstrucción de cualquier explicación universalista o esencialista del hecho de ser mujer –en realidad de cualquier hecho social-, supone una burla hacia todos los activismos de mujeres cuyas luchas consisten precisamente en visibilizar las exclusiones de un discurso que no contempla otras razones de opresión que, indudablemente, atraviesan al hecho de ser mujeres. A esto se le ha venido llamado interseccionalidad, pero a raíz de las últimas revisiones, prefiero el concepto de “ensamblaje” propuesto por Jasbir K. Puar, para referirse al mecanismo mediante el cual la homonormatividad, es decir, el discurso de los géneros y las sexualidades consideradas normales –que alinean sexo biológico, identidad de género y roles -, ejerce también dominaciones específicas asociadas a la etnia, la clase, la religión o las capacidades, entre otras. Esta negación de la diversidad –que recuerda mucho al famoso “el multiculturalismo ha muerto” por el que Ángela Merkel anunciaba políticas asimilacionistas en Alemania hace una década, especialmente para la comunidad musulmana-, en el caso de políticas vinculadas a la identidad sexual o de género, incumbe a todas las mujeres, porque niega a unas en tanto establece un dispositivo que afirma a otras. En el caso de las mujeres trans, esta negación es clara desde el argumento biologicista, que además encuentra una garantía histórica en su perpetua alianza con un dispositivo médico empeñado en detectar cuerpos imperfectos o incompletos que, lejos de ser natural, responde a una interpretación moral según la época: lo que antes existía como cuerpo monstruoso, se establece ahora como un trastorno que la ciencia puede curar. En el caso de las mujeres que ejercen una transgresión deliberada de esta norma y a las que no se puede excluir por razones biológicas, el discurso determinista esgrimirá razones sociales para su exclusión mediante el mismo juego de binarios: si no son víctimas, entonces son voceras del sistema patriarcal.
Así las cosas, llama mucho la atención que el mismo discurso que alerta sobre el borrado de mujeres, justifique sus argumentos por oposición de una clase de mujeres frente a otras. Que las voces que señalan los riesgos de normalizar términos como “cuerpos menstruantes” o “cuerpos gestantes”, por la invisibilización de violencias y situaciones específicas que conllevan estos procesos para las mujeres -que trascienden al hecho corporal-, sean las mismas que reduzcan la condición de ser mujer al hecho biológico de los sexos. O que, supuestamente, atendiendo a la necesaria deconstrucción de roles impuesto por el patriarcado, censuren a golpe de estigma a quienes reclaman tener voz propia al interior de un sistema en el que siempre fueron tratadas como víctimas. Curiosa, pero no tanto, esta triple alianza entre una parte del feminismo, las ciencias naturales y una aparente crítica materialista, como forma de perpetuar aquello que aseguran querer abolir. Jasbir K. Puar2, en relación con su concepto de ensamblaje, propone un análisis, a mi parecer muy acertado, sobre la consolidación de determinadas retóricas feministas y LGTB asociadas a EEUU y a las “democracias” europeas. Según la autora, las políticas liberales que incorporan a algunos sujetos que históricamente se mantenían al margen de los intereses de los estados –las mujeres o el colectivo LGTB, por ejemplo-, lo hacen en la medida en que transforman su representación para hacerlos productivos, de manera que éstos pasan a ser sujetos aceptables. Claro está, en la medida en que también les sirve para definir quiénes quedan al margen, lo que la autora llama “cuerpos terroristas”. Esta analogía del cuerpo terrorista, no dista mucho del panorama catastrofista que dibujan quienes arremeten contra la llamada Ley Trans, cuya crítica es tan frágil que se fundamenta principalmente en la emocionalización de terrores sociales asociados a la protección de la infancia, la criminalidad –el problema de los baños públicos o las prisiones- o al hundimiento de los pocos logros obtenidos en espacios aún muy masculinizados –el deporte-.
El feminismo, como movimiento de mujeres, es un movimiento contestatario. Porque es el movimiento de quienes escapamos y transgredimos los dispositivos que normalizan la desigualdad en un sistema que determina maneras concretas de vivir el hecho de ser mujeres. Por tanto, no pueden servirnos las mismas lógicas binarias y unidireccionales que utiliza el patriarcado, que establecen qué mujeres son aptas para su proyecto y cuáles, por el contrario, se configuran como anomalías. Si existe un movimiento que por cada sujeto que “libera”, arremete contra quienes habitan la disidencia, para mí, no puede ser un movimiento feminista, porque éste no nació para ser disciplinario, ni en términos ideológicos, ni discursivos, ni espaciales. Por tanto, no se trata de incluir la diversidad, sino de entender que ésta es nuestro origen, en tanto reclamamos la apertura de espacios que, por norma, nos han sido negados. Por eso decidí posicionarme, porque la base de los movimientos de mujeres debe ser el reconocimiento entre diversas. De otro modo, estaremos reafirmando una manera ejemplarizante de ser mujeres, afirmando que existen mujeres fallidas y, en consecuencia, seguiremos trabajando solo en las conquistas de unas pocas. O en las que solo algunas merecen.
1 https://lahoradigital.com/noticia/30806/igualdad/la-diversidad-es-un-producto-del-mercado-mas-que-implica-la-desarticulacion-de-la-defensa-de-las-mujeres-y-la-opresion-por-sexo.html
2 Puar, Jasbir K. (2017): Ensamblajes terroristas. El homonacionalismo en tiempos queer. Ed. Bellaterra, Barcelona.