Sobre el ser o/y el poder. Aporte al debate andalucista necesario

341

Escribía Blas Infante, en 1935: “Para unos andalucistas, el que Andalucía llegue a saberse o alcance a ser restaurada en la conciencia de sus hijos esto es lo esencial; para otros, el que Andalucía logre una expresión política que se resuelva en una Entidad de privativo poder, esta debe ser la norma primera regulante de nuestra actividad: para un sector andalucista, nuestro problema inmediato es el de Ser, para otro, el de… Poder político.”

Hoy, casi noventa años después, se mantiene el dilema (que lo es más en el nivel práctico que en el teórico), aunque parece que en estos momentos se tiende a priorizar el segundo polo si bien en una escala menor: la aspiración de que “la expresión política” de Andalucía “se resuelva en una Entidad de privativo poder”, es decir en una República Andaluza o Estado Libre de Andalucía como proponía Infante en 1931, queda reducida a contar con algunos diputados/as en el parlamento autonómico y, si fuera posible, en el del estado. Se insiste en que en estas instituciones Andalucía no tiene voz, contrariamente a lo que ocurre a otras varias Comunidades Autónomas -no solo nacionalidades históricas- e incluso a alguna provincia. Ello es cierto y hace que nuestros problemas, y la propia palabra Andalucía, no se escuchen en las Cortes Generales a pesar de que 61 diputados en el Congreso y varios senadores lo son, formalmente, en representación (?) de las ocho provincias los primeros, y de la Comunidad los segundos. Y es que a lo que representan, realmente, es al partido (o, mejor, a las cúpulas del partido) que los puso en las listas electorales en puestos de salida y no a quienes los votaron.

¿Es positivo que existan parlamentarios que no se deban a las directrices de partidos que tienen sus intereses fuera de Andalucía y su dirección en Madrid o mucho más allá? Sin duda, su presencia es condición necesaria para que, al menos, se aireen los dolores de Andalucía (como los llamaba Infante). Pero no es condición suficiente para comenzar a resolverlos. Entre otras cosas, porque la existencia de esos parlamentarios en el antiguo Hospital de las Cinco Llagas y/o en la Carrera de San Jerónimo no garantiza por sí mismo que se comporten de forma muy diferente a los actuales: según los intereses de su partido y siguiendo los dictados de sus dirigentes en lugar de conforme interese a Andalucía como Pueblo. Que lo uno y lo otro coincidan, o al menos que no sean dos ámbitos alejados, solo podría garantizarlo la existencia de un potente movimiento social, cultural y político, no sometido al partido u organización político-electoral, que tenga la suficiente fuerza social y moral como para echar su aliento en el cogote de quienes entren en las instituciones, y pueda, de hecho, dirigir a estos, presionarles y pedirles cuentas. No tener claro esto lo considero ceguera o un enorme error que llevaría, incluso si se diera un relativo éxito electoral, a repetir negativas experiencias del pasado.

Convendría hacer memoria y preguntarnos si sirvió para consolidar una conciencia andalucista transformadora que el hoy desaparecido PA llegara a tener un grupo parlamentario en Madrid, algunos diputados en sucesivas legislaturas del parlamento autónomo, un buen número de alcaldías (entre ellas la de Sevilla) e incluso alguna consejería en la Junta. La respuesta nos indica que si no existe una sólida fuerza social detrás, los votos van y vienen, inflando o desinflando burbujas, haciendo que el éxito de ayer se convierta en descalabro mañana. Tanto más cuanto -no hay que olvidar nunca esto- al régimen político español que gestiona el Sistema económico-social dominante lo que menos le interesa es que Andalucía tome conciencia de sí misma, alce su voz, se levante y exija Tierra y Libertad, como proclama nuestro himno. Por lo que todo van a ser zancadillas y boicots, como viene ocurriendo desde los tiempos de Infante.

Lo que quiero decir es que sin la existencia de un tejido social de base, sin que la conciencia andalucista impregne la sociedad civil -las organizaciones y asociaciones sociales y culturales de nuestros pueblos, barrios y ciudades-, todo lo que pueda construirse trabajosamente “por arriba”, en reuniones y confluencias de colectivos sin apenas -o ninguna- presencia real en el territorio, será extremadamente frágil y, me temo, pasajero. Las olas, incluso si vienen con ímpetu, rompen en la arena y se retiran sin dejar huella y provocando resaca. Por eso no me parece positivo aplicar la metáfora al andalucismo necesario, aunque las olas sí puedan servir para que se exhiban los surfistas más arriesgados.

Se me podrá decir que no es incompatible la tarea de activar la conciencia de Pueblo en las andaluzas y andaluces con la tarea de conseguir entrar en las instituciones políticas. Y ciertamente no lo es, pero solo en teoría. Porque en la práctica habrá que priorizar lo uno o lo otro, ya que se trata de dos tareas ingentes que requieren, cada una de ellas, esfuerzos y dedicación sin límites. Lo veía así quien todos los andalucistas consideramos -y también cínicamente quienes no lo son pero están interesados en disfrazarse de tales tres o cuatro días al año- como el Padre de la Patria (mejor, Matria) Andaluza cuando escribía: “Creo que el saberse Andalucía, es lo principal, el fundamento indeclinable”. Sin desdeñar que “es indudable que la acción de un Estado político, correspondiente a Andalucía, llegaría a acelerar este resultado de contribuir eficazmente a que nuestro Pueblo alcanzase a recuperar su Espíritu, siempre que a esta finalidad conspirase principalmente el poder de aquel Estado; y, naturalmente, siempre que la constitución y organización del mismo, viniese a responder a nuestra propia Historia”.

De lo que escribió don Blas acerca del dilema convendría extraer al menos tres enseñanzas aplicables a nuestro presente. La primera es que la prioridad, “el fundamento indeclinable”, debe ser la activación de la conciencia de Pueblo, que es el único camino para que Andalucía llegue a “saberse”, es decir, a considerarse a sí misma como sujeto político, cultural e histórico pleno, con derecho, por ello, a decidir libremente sobre su presente y su futuro. La segunda deriva de esta: el objetivo no debería ser fabricar “la herramienta que dé voz a nuestra tierra”, o sea un partido que se instale en las instituciones y hable en nombre del pueblo andaluz, sino trabajar para que “nuestra tierra” (supongo que se refieren a nuestro pueblo-nación) tome conciencia de sí misma y hable por sí. Al respecto, es importante no considerar que una herramienta partidista pueda ser el sujeto político central. Ello sería, a mi entender, un gravísimo error porque el sujeto político no puede ser otro que Andalucía como Pueblo y de lo que se trata es de convencer de ello a quienes integran ese Pueblo. Y la tercera enseñanza es que sin una fuerte impregnación andalucista en el conjunto de la sociedad -en los movimientos sociales, en el feminismo, el ecopacifismo, la educación, las asociaciones de diverso tipo…- los esfuerzos por llegar a las instituciones y actuar en ellas no solo para “gestionarlas” sino políticamente, conducirán muy probablemente, como ya ocurrió en el pasado, al fracaso o la nostalgia. Serán aventuras en las que se quemarán muchas aspiraciones y voluntades.

Pensar lo anterior, y exponerlo con claridad, no debe entenderse como menosprecio a quienes están hoy empeñados en flotar (o reflotar) un partido o una confluencia de colectivos andalucistas para crearlo, ni significa rehusar por principio al aprovechamiento de palancas institucionales para favorecer la toma de conciencia a la que venimos haciendo referencia. Pero la cuestión del método es fundamental: hay que trabajar, sobre todo, en lo próximo, en lo local y con los de abajo, desde el nivel municipal -en nuestros pueblos, barrios y movimientos sociales asentados en el territorio- para construir cimientos sólidos: para crear tejido social andalucista. Y solo más tarde, cuando se alcance un razonable nivel de consolidación, plantearse acudir a convocatorias autonómicas o incluso generales. Hacerlo a la inversa es poner el carro delante de los bueyes y no puede funcionar o lo hará solo fugazmente. Las prisas electorales son siempre malas consejeras y suelen terminar en decepciones, cuando no en luchas intestinas en busca de culpables de los fracasos, cuando se trata de un error de método, de un fallo en la estrategia.

Y dos últimas consideraciones, sin otro objetivo que aportar a un debate que entiendo importante para el andalucismo de hoy y del futuro: es preciso empeñarse en superar el presentismo, que es una de las características del pensamiento individualista y neoliberal que impregna profundamente hoy todas las mentalidades. Presentismo significa que todo debe poder conseguirse aquí y ahora, y si ello no se logra estamos ante un gran fracaso y tiramos la toalla. El presentismo es estéril porque impide laborar para el medio y largo plazo. Contra él es preciso levantar las banderas de la fuerza de las convicciones y de la constancia. Y también considero que es preciso insistir en que crear conciencia es una tarea eminentemente política. Quizá me atrevería a afirmar que es la más importante de todas. Quienes hacen equivalente el ámbito de la política con el espacio partidista-electoral están equivocados, porque la política no se restringe a las “instituciones políticas”. Incluso estas, en la democracia de muy baja intensidad en que vivimos, son, la mayoría de las veces, un freno más que un cauce para las transformaciones necesarias. Si se pretende preparar estas, lo primero es convencer a las mayorías sociales de su necesidad. Realizar esfuerzos de pedagogía para que entiendan las raíces de los problemas y no solo sientan sus efectos. Explicar la colonialidad que ha sufrido y sufre nuestro Pueblo. Plantear que es necesario actuar con otra lógica muy diferente a la dominante, activando valores que se encuentran en nuestra cultura pero que están hoy adormecidos. Me temo que esta labor no es posible en la vorágine de las urgencias y disputas electorales. En todo caso, la política -que Infante aspiraba a que fuera “arte de educación”- posee numerosos frentes y actúa por caminos y expresiones diversos. Lo electoral es solo una dimensión, entre otras.