El mercado aun siendo un ente abstracto, difuso, carente de cara, tiene personalidad: Es agresivo. Y como suele ser habitual en las más terribles historias, es tanto más cruel como vulnerable es el colectivo víctima de sus tropelías.
La cadena de dominó generada por la sobreexplotación de los recursos, el poder desproporcionado de las multinacionales, el colapso del comercio internacional, la globalización mal entendida y las guerras fratricidas se ha convertido en un desalmado pisotón a las clases trabajadoras donde quiera que se encuentren y a lo que quiera que se dediquen.
Escasez de productos, precarización del empleo, ataques a los servicios públicos básicos y una escalada de precios que, como lento garrote vil, va estrangulando a muchos a pesar de las potentes políticas y medidas financieras y económicas que están desplegando los estados más solventes del mundo.
Ante la imposibilidad de controlar algunas variables, la cuestión radica en cómo intervenir en otras, en cómo poner coto al hambre desmedida e insaciable de “el mercado” que amenaza con engullirlo todo, para, todo hay que decirlo, transformarlo en la acumulación de riqueza de unos pocos.
Proteger a los débiles, esa función y objetivo esencial que provocó la generación de los estados y las políticas públicas tiene que estar siempre en la ecuación de las decisiones. Lograr una vida digna en la que nadie quede excluido pasa por frenar las ineficiencias del sistema que utilizan unos pocos para seguir acumulando riqueza y poder.
Servicios públicos, subsidios son herramientas muy usadas. Durante unas décadas, las caracterizadas por la construcción, la intervención, la regulación del mercado y los sectores ha sido una para esencial de la acción de gobierno. Antes de enjuiciarla, conviene ser honestos, sensatos y calibrar su sentido de oportunidad y sus objetivos. No lo suficiente, pero ha llovido mucho desde Adam Smith, ha llovido mucho incluso desde Keynes.
De la experiencia debemos aprender, pero no puede lastrarnos. Hoy, el consumo de las familias y la actividad de las pequeñas empresas es el motor de la economía del estado. Lograr su viabilidad mediante la generación de empleo digno y la estabilidad de precios es un camino necesario. El tope de esas líneas de acción está en la libre competencia.
Cuando se proponen medidas correctoras, siempre hay resistencia al cambio. A algunos les interesa que todo siga igual, a ellos les va bien. En el caso de la propuesta de Yolanda Diaz de diseñar mecanismos que frenen la escalada del precio de los alimentos, tiene sentido que las grandes cadenas de distribución de alimentos, las que se llenan hoy los bolsillos a espuertas, hagan todo lo posible por bloquearla acudiendo a los argumentos y técnicas que hagan falta. Pero, que los extremos de la cadena de valor alimentaria, los consumidores y el sector primario lo están pasando muy mal es una realidad incontestable.
El 52% de las familias afirma tener dificultades para llegar a final de mes. La inflación de agosto de 2022 se ha situado en el 10,4%. En Andalucía en los últimos días se han sumado 9.955 personas a las listas del paro y ya son 772.494. Las previsiones son malas y eso, en términos empresariales se traduce en bloqueo, y en términos laborales quiere decir precariedad.
Hay que ser valiente para atreverse a realizar un análisis y diagnóstico serio. Mirar dentro de la caja de los truenos puede dejarte petrificado, y que eso te impida contar lo que de verdad hay en el fondo. En el sector alimentario, quizás el precio final de los productos alimentarios sólo sea el síntoma, pero el mal de la cadena de valor de los alimentos es mucho más grave y profundo que eso.
Para abordar la raíz del problema no podemos quedarnos en rascar la superficie, aunque también sea cierto que por algún lado haya que empezar. No consiste en topar precios de los alimentos sino abordar el sistema entero de fijación de los mismos. Restablecer equilibrios negociadores, dar el sitio y la importancia a los productores, evitar los abusos de la distribución, el dumping, la publicidad engañosa, las coacciones, los contratos abusivos, el chantaje.
Ir a la raíz requiere hablar de soberanía alimentaria, hablar de Salud en términos ambiciosos y apostar por la One Health, entendiendo que nuestra salud es la misma que la del suelo, la del agua. Decir las verdades del demoniaco sistema de producción industrial al que nos están abocando. Contar los perjuicios de la especialización de territorios, del inasumible coste del transporte, de las alteraciones derivadas del calentamiento global, la desaparición de las abejas, del derroche alimentario, de lo nocivo de comer tanta carne, de tanta gente pasando hambre como obesos en el mundo.
Destapar las vergüenzas de una cadena de valor alimentaria que dejó de considerarnos consumidores para convertirnos en compradores. No les interesa alimentarnos, solo vendernos.
Replantearse el sistema alimentario, desde la producción hasta la salud, considerando la globalización, la tecnología, la sobreexplotacion de los recursos, la crisis climática, el oligopolio de las multinacionales es urgente y necesario. Mucho más de lo que les interesa que sepamos.