Algunas consideraciones sobre el referéndum catalán y la coyuntura actual

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“Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”. Assata Shakur.

“Está en la naturaleza del poder retroceder sólo en presencia de un poder mayor”, Malcolm X.

Cuando las noticias se suceden rápidamente, unas tras otras, no dan lugar a la reflexión ni a plantearnos los términos a largo plazo, más allá de las fechas establecidas, ni a desgranar las consecuencias de tal o cual planteamiento; cuando todo es inmediatez, las vísceras sustituyen al cerebro, y los lugares comunes, el sentido común – esa “concepción del mundo absorbida acríticamente por el hombre medio” que dijera Gramsci- se hace fuerte impidiendo una comprensión del mundo y de lo que pasa autónoma crítica. Sin embargo, ese “sentido común” responde a intereses de clase, como bien apuntaba el mismo Gramsci: “el sentido común dominante es el sentido común de las clases dominantes”. Es imposible concebir la dominación de un grupo o clase social sobre otro, es imposible, en resumen, concebir la explotación del ser humano por el ser humano, sin una dominación ideológica, es decir, sin una serie de marcos de pensamiento previamente establecidos como discurso único y posible, a pesar de variantes, que legitimen, justifiquen y normalicen la explotación y la opresión.

El presente artículo se divide en tres partes, la primera, se trata de ver la cómo ese sentido común –de clase dominante- ha afectado a las posiciones de importantes sectores de la izquierda española respecto al referéndum convocado en Catalunya para el próximo 1 de octubre, en la segunda trataremos de analizar los posibles escenarios, aunque sea esquemáticamente, post 1 de octubre, y, finalmente, poner en relación el referéndum catalán con la coyuntura política andaluza, especialmente con la del espacio político de la izquierda soberanista andaluza.

El sentido común de la clase dominante y la izquierda española
Son dos fundamentalmente los pilares que sostienen la argumentación de sectores de la izquierda española para no apoyar el referéndum de autodeterminación catalán convocado para el próximo 1 de octubre: 1) que es un proceso de autodeterminación instrumentalizado por la burguesía o por las elites catalanas con el que pretenden o bien crear unas instituciones más acordes a sus intereses de clase o bien desviar la atención y crear una cortina de humo ante los muchos casos de corrupción que acuciaban al principal representante político de esa fracción de clase: la antigua CiU, hoy PDCAT; 2) que se trata de un referéndum ilegal y por tanto sin garantías. Cabría señalar un tercer pilar argumentativo que surge de alguna manera del segundo: la inutilidad en el actual contexto de ejercer la soberanía nacional en el espacio de la Unión Europea y de la OTAN.

Sobre la primera cuestión, es decir, sobre el carácter de clase del movimiento nacional catalán, se asume, sin demostrarse con datos o argumentos, que está dirigido por la burguesía catalana. Examinemos, aunque sea brevemente, este argumento. En primer lugar, el término “burguesía catalana” en dichos argumentos es una pura abstracción, esto es, una generalidad sin concreción alguna, ¿toda la burguesía catalana apoya acaso el referéndum y está a favor de la independencia? Evidentemente no. La patronal catalana, Foment del Treball Nacional, donde se agrupa la verdadera elite económica catalana, consideró la ley del referéndum un “golpe de Estado” y se opone radicalmente a la independencia, en esa misma línea se pronunció Miquel Valls presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, aludiendo a la inviabilidad económica de una Catalunya independiente; por otro lado han sido continuas y reiteradas las declaraciones públicas de la gran banca catalana, La Caixa o el Sabadell, contrarias tanto al referéndum como, sobre todo, a la independencia; ambas entidades han dejado claro que ante una hipotética declaración de independencia trasladarían fuera de Catalunya sus respectivas sedes. Sin embargo, diferente ha sido la postura de la PIMEC, entidad que agrupa a la pequeña y mediana empresa catalana, y que se ha mostrado a favor del derecho a decidir, concretamente en una de las últimas declaraciones públicas de esta entidad se defendía la opción de un referéndum acordado con el Gobierno español, con lo cual podemos entender que hay un cierto desmarque respecto al 1 de Octubre; PIMEC, por otro lado, no defiende una posición clara a tomar a favor o no de la independencia, debido, según dicen, a la pluralidad de sus socios.

Pero hay un hecho especialmente llamativo que determinados sectores de la izquierda española se niegan a tener en cuenta: que a medida que el movimiento nacional por el referéndum y por la independencia ha avanzado, más se ha debilitado el representante político de la “burguesía catalana”: la antigua Convergencia, hoy PDCAT. Pasar por alto algo tan impensable hace escasos años como la ruptura de CiU, enterrando a un partido histórico como UDC –hoy en proceso legal de liquidación- supone una falta de visión política de las clases y sus relaciones de tensión y pugnas internas en Catalunya tremenda. Lo cierto es que la derecha catalana, desde el 2012, viene sufriendo una doble presión: por un lado, la del movimiento popular, que forzó con la Diada del 2012 que la entonces CiU considerase la opción de un referéndum, y por otra, la de Esquerra y la CUP en las instituciones. Está por ver, lanzando una hipótesis que quedará pendiente de demostración en el futuro cercano, si después del 1 de Octubre el espacio político de la derecha catalana, con la persona de Puigdemont a la cabeza, no termina de colapsar.

¿Qué base tiene por tanto el movimiento nacional catalán actualmente? Pues una base popular y obrera; una base de pequeños y medianos empresarios y propietarios, de profesionales liberales, de empleados públicos, y de importante sectores de la clase obrera, unida en una serie de aspiraciones democráticas, republicanas y de justicia social que el régimen postfranquista del 78, en una crisis irremediable, ya es incapaz de solucionar. Al respecto, el ex parlamentario de la CUP, David Fernández, explicaba en una entrevista recientemente: “Negaría el tópico de que la burguesía lidera el proceso. El único medio que va a publicar el anuncio del referéndum es Radio La Mina, barrio obrero de la periferia de Barcelona. Ese tópico de que el obrero no vota independencia creo que es mentira, el 42% de la afiliación de CCOO en una encuesta interna apuesta por la independencia y otro 42% por el federalismo”. En cuanto a la clase obrera, Fernández señalaba como el PSC ha jugado la baza de la división etnicista en el denominado “cinturón rojo”. Cabría señalar que la represión de los últimos días está teniendo como efecto una mayor adhesión no solo al referéndum, sino a la opción independentista dentro del pueblo trabajador.

Resulta que mientras el espacio burgués en Catalunya se fracciona, determinados sectores de la izquierda española esconden las enseñanzas del viejo Lenin en un cajón, y no se atreven a explotar las contradicciones y hacerlas avanzar en un sentido revolucionario más allá de las legítimas aspiraciones democráticas, republicanas y de justicia social.

En cuanto al argumento de las garantías, podemos afirmar que es el argumento donde definitivamente esos sectores de la izquierda española han terminado, metafóricamente, por cubrirse de gloria. Asumiendo argumentos puramente burgueses que tienen al Derecho como algo desvinculado de la sociedad y de la lucha de clases, situando a las leyes por encima de los conflictos sociales y no como lo que realmente son: el fruto de las relaciones de poder y de dominación y de las relaciones de fuerza y tensión entre clases. En estos días, estamos viendo como es el Estado español por la fuerza bruta quien niega las garantías, quien niega el derecho al voto y quien niega el ejercicio real de los derechos. Estamos presenciando la inutilidad de exigir garantías al régimen heredero del 78, poniéndose de relieve las evidentes carencias democráticas de un postfranquismo agotado, y que en esa limitación ha cometido la mayor de las torpezas políticas posibles: trasladar el debate de “independencia sí o no”, donde podía tener espacio político más que suficiente para convencer y seducir a “democracia y derechos civiles sí o no”, terreno en el que se está debilitando y desacreditando ante el pueblo catalán. Como lo resume la diputada de la CUP, Anna Gabriel: “Si el Estado tuviera una fortaleza fundacional y si la idea de España fuera tan fuerte que se pudiera defender a partir de los argumentos, no sería necesaria la fuerza. Su uso es proporcional a la debilidad argumentativa y la debilidad que tiene un Estado que no puede defender derechos y libertades de manera clara”. Hoy ya no se puede negar que hace 40 años se operaron los cambios necesarios para que las relaciones de poder económico y político del franquismo permanecieran, hoy el régimen nacido de la Transición no tiene más remedio que mostrarse tal cual es, sin filtros, militarista, autoritario y ultranacionalista.

Los derechos democráticos se han conquistado a lo largo de la Historia contraviniendo normas y por tanto sin garantías sobre su ejercicio real, solamente se consiguieron unas garantías después de evidenciar, denunciar y desobedecer las leyes que impedían el ejercicio de los derechos. A estas alturas está claro que si algún día se convoca un referéndum pactado entre las partes será porque, pase lo que pase, ha habido un 1 de Octubre desobediente. Que parte de la izquierda española no entienda esto, solo es explicable por su integración y subsunción en la institucionalidad del régimen, por mucho que de palabra lo denuncien, entre otros motivos, porque una parte importante de la izquierda española siempre ha tenido una visión sesgada y desviada sobre la cuestión nacional, haciendo suyo el centralismo francés y entendiéndolo como progresista, guiado por una visión esquemática, sesgada y sobre todo anti dialéctica e idealista del marxismo. Seamos claro, ni el PSOE ni el PCE, salvo excepciones, apenas han dado intelectuales de altura. Si a esto le sumamos el hecho de que tanto el PSOE como el PCE propiciaron, por dejación de sus principios, el actual régimen español postfranquista, tenemos como resultado una incapacidad manifiesta para hacer frente en términos tanto democráticos como revolucionarios a la cuestión nacional catalana.

Finalmente, aunque sea de forma minoritaria, quedan quienes desde la izquierda asumen plenamente el sentido común dominante español y caen de lleno en la catalanofobia ramplante, en el tópico y el insulto, o en esa especie de argumento supremo y rebosante de sentido común: hay cosas más importantes de las que ocuparse antes de atender a una pelea entre la derecha (española y catalana).

Al final todo queda en esa maldita palabra: la equidistancia, el tan malo son unos como otros, entre sí al referéndum, pero no a este referéndum, planteando escenarios que en el aquí y ahora no son posibles. En el miedo por un lado a ser el centro de las iras de los medios de comunicación de la oligarquía y al coste electoral consiguiente, y por otro, a quedarse sin base social y electoral en Catalunya, está rehaciendo constante su camino la llamada “nueva política”.

Por último, nos hemos encontrado con la reflexión del diputado de Unidos Podemos, Manolo Monereo, que en el debate con el militante de la CUP Pau Llonch argumentaba que el verdadero obstáculo para que Catalunya ejerciera su soberanía no era el Estado español, sino la Unión Europea y la OTAN. Por supuesto que la UE y la OTAN son verdaderos y serios obstáculos para el ejercicio de la soberanía nacional y la democracia, pero negarle el papel de actor político al Estado español, a jueces, fiscales, políticos, banqueros y hombres de negocio, militares y policías españoles es apartarse radicalmente de lo que está sucediendo y de quienes están ejerciendo el poder por la fuerza. Si el Estado español no es soberano, tal y como afirma Monereo, entonces cabría deducir que tampoco el programa político que el propio Monereo insiste en defender con toda legitimidad en ese debate -un proyecto republicano, democrático y federal para España- tampoco sería posible, por tanto habría que esperar a un cambio político o bien en Alemania o bien en el conjunto de la Unión Europea para llevarlo cabo. Estamos pues ante una de las notas características que definen al pensamiento de Manolo Monereo, tenido por un gran intelectual de la izquierda española: el fatalismo. Un fatalismo que termina por paralizar y negar la política, un fatalismo que nos traslada a escenarios como la Grecia de Syriza en el verano del 2015.

Mientras tanto, el pueblo movilizado estos días es el mayor garante de la soberanía, del poder real y de la democracia.

Los escenarios posibles tras el 1 de Octubre

En este sentido conviene no hacer vanos ejercicios de predicción, lo que va a pasar el 1 de Octubre lo sabremos ese día, pero lo que si está ya claro es que el conflicto se prolongará indefinidamente. Tanto si se vota como si el Estado español impide todas las votaciones en todos los colegios electorales, en Catalunya se dará un choque entre legitimidades; por un lado la del Estado español y el gobierno del PP, por otra, la de las instituciones catalanas, y habría una tercera: la del pueblo movilizado, que previsiblemente y dependiendo de cómo evolucionen los acontecimientos se puede llegar a distinguir o incluso escindir de la de las instituciones catalanas. Entre esas tres legitimidades se situará el conflicto. Una posible declaración unilateral de independencia, así como la aplicación abierta –sin puertas traseras- del artículo 155 de la Constitución española, habría que enmarcarlas dentro de ese conflicto necesariamente, sin olvidarnos tampoco de la huelga general convocada para el 3 de octubre.
Que el 1 de Octubre el gobierno español pretende provocar que se sucedan episodios violentos es ya un hecho. Que esa provocación termine por beneficiarle o desprestigiarle no se puede hoy prever. De momento, caldean el ambiente, lo impregnan todo de un irrespirable aire militarista y bélico, y se toman decisiones judiciales –como el precinto de los colegios- a sabiendas de las consecuencias que va a tener.

Hay un sector de la izquierda estatal que apoyando el referéndum y estando incluso a favor de la proclamación de la República Catalana piensa que se puede exportar mecánicamente la efervescencia social desatada en Catalunya al resto del Estado. Hablan de que la República Catalana puede ser el paso previo a una casi inminente –no exageramos- proclamación de una República española o mejor aún de una Unión de Repúblicas. Esta visión, llena de la mejor de las voluntades posibles, obvia el papel hegemónico que conserva aún la política y la ideología de la oligarquía española en los pueblos del Estado español y no tienen en cuenta como se está movilizando el nacionalcatolicismo español y como se está buscando a toda costa el enfrentamiento entre pueblos. De nuevo, pasar por alto la configuración plurinacional del Estado español con lo que eso significa en cuanto a organización y movilización obrera y popular supone otra vez, aunque no se pretenda, esconder la obra –teórica y práctica- de Lenin en el cajón.

Por último, nos parecen interesantes algunas cuestiones planteadas por el historiador marxista catalán Josep Fontana en una reciente entrevista que consideramos necesarias reproducir y que apuntan a como materializar una posible declaración de independencia: “Hay quien da como prácticamente por hecho que el paso hacia la independencia está al alcance. Hay un elemento decisivo, que es que el Gobierno catalán tiene que pedir al del estado español que haga el favor de retirar de Cataluña sus fuerzas armadas y policiales que, además, sabemos que en estos momentos están multiplicadas, y que se resigne a perder más del 20% de su PIB… Hay quién dice que Europa influirá sobre Madrid. Hasta ahora, Europa no ha mostrado ningún deseo de sumar un problema que podría multiplicar los problemas internos de algunos estados. Esa cosa mágica de pensar que esto se puede conseguir fácilmente no lo entiendo. Además de esto, hay todo un sector de gente joven, preparada, que tienen ante un panorama colapsado, en qué el mejor horizonte es obtener un trabajo de becario mal pagado en una institución financiera. Y quienes no llegan a tanto, trabajar en un supermercado de reponedor de mercancías. Esta gente está angustiada y piensan que peor no puede irle. Yo entiendo la ilusión de la gente y lo que me angustia es pensar, si esto acaba en frustración, en qué efectos puede tener sobre la gente y sus aspiraciones. Pero esto no quiere decir que nos tengamos que resignar. Yo creo que hay que seguir luchando”.
No tenemos la bola cristal, ni sabemos a ciencia cierta qué va a pasar, en todo caso, el futuro dependerá de las fuerzas políticas que más allá de las reivindicaciones democráticas aprovechen éstas para avanzar, de lo contrario, lo único que se podrá garantizar de cara al futuro será la frustración y el recuerdo de lo que se pudo haber hecho y no se hizo que alimentará las narraciones de abuelos a nietos.

¿Y Andalucía?

De momento la cuestión se debate entre no ser utilizados como carne de cañón del españolismo, como pretenden en estupenda sintonía PP, Ciudadanos y una Susana Díaz, dispuesta incluso a desobedecer las indicaciones de Ferraz de no apoyar la moción de Ciudadanos de apoyo al Gobierno de Rajoy en el Parlamento andaluz, y los intentos con más o menos éxito, bastante desiguales, de hacer frente al discurso reaccionario. Tres actores se están destacando en hacer frente al discurso dominante: el primero de ellos ha sido Podemos Andalucía y su cabeza visible Teresa Rodríguez, con sus contradicciones y ambigüedades, y con cierto desconcierto en las bases, pero distinguiéndose al fin y al cabo de la línea marcada por la dirección estatal respecto al referéndum del 1 de Octubre; el SAT y la CUT que han realizado actos divulgativos en Andalucía y ha participado en actos a favor del sí organizados por la CUP; y finalmente Nación Andaluza que ha desplegado una muy meritoria campaña dentro de sus posibilidades e igualmente ha participado en actos a favor del sí organizados por la CUP. También tendríamos la mucha más modesta contribución de Asamblea de Andalucía, pero que ha contado con la potencia de los argumentos de uno de los más prestigiosos intelectuales de la llamada izquierda soberanista: el antropólogo Isidoro Moreno.

A pesar de los muchos esfuerzos, hay que constatar la dificultad de superar el círculo de hierro compuesto por la militancia y los ya convencidos. Son muchas las razones que motivan esta dificultad, pero hay una que consideramos la principal: la inexistencia de un referente político andaluz de izquierdas, soberanista y popular reconocido ante el pueblo andaluz como tal.

Urge romper con las dinámicas mantenidas hasta ahora, dinámicas que aunque contrapuestas según los diferentes actores políticos no han contribuido a fraguar el referente político. Urge romper con dinámicas voluntaristas, del movimiento por el movimiento sin saber a dónde se quiere llegar, con dinámicas electoralistas que terminan por no construir pueblo trabajador andaluz organizado, y con la funesta manía de sumergirse y liquidarse en opciones estatales, negando cualquier relación de igual a igual; opciones, no lo olvidemos, que solo quieren la voz de la Andalucía trabajadora cuando el momento lo requiere y siempre con sordina. Pero igualmente, urge escapar de las prisiones del ideologismo y del “soy más… que tú”, es urgente hoy más que nunca escapar de los lugares de confort aptos para determinada militancia donde todo ocurre según lo previsto, y también de los oportunismos de izquierdas que finalmente acaban siendo funcionales al régimen en Andalucía.

Porque la soberanía empieza en el barrio, en los centros de trabajo y estudio, en los lugares de ocio… Deja ya de repetir lemas, comprende, analiza. Deja ya de llamar «españolista» a quien no entiende tus propuestas políticas, no insultes, mejora tus argumentos, convence con la palabra y los hechos. Deja ya de concebir la independencia y el socialismo como una abstracción, como ese día del juicio final o como el paraíso a alcanzar; concreta qué significan en la práctica esas grandes palabras, en tu barrio, en tu trabajo, en tu instituto o universidad en lo concreto, en el día a día, y hazlo mejorando la situación de quienes te rodean, dando alternativas políticas, económicas, sociales y culturales, porque el ansiado poder obrero y popular andaluz no va a caer del cielo ni la gente trabajadora se va a convencer de las bondades de la República Andaluza por obra y gracia del espíritu santo.
Nuestra cultura, señas de identidad e Historia no deben ser consideradas piezas de museo, hay que revivirlas y recrearlas a cada segundo.

Y sobre todo, piensa críticamente y rompe con el sentido común.

Autoría: Antonio Torres.