En vísperas del 4 de Diciembre, Día Nacional de Andalucía, creo conveniente plantear algunas reflexiones sobre nuestro sentimiento identitario y las posibles claves futuras del andalucismo.
Al iniciar una reflexión en torno al jabonoso tema de la identidad nacional de los andaluces y andaluzas una pregunta fundamental se nos viene a la mente, ¿posee el pueblo andaluz una identidad indiscutible? Identidad y conciencia nacional son dos conceptos estrechamente vinculados. El sentimiento de identidad implica similitud entre los individuos de un ámbito territorial determinado y diferenciación de ellos frente a los de otros ámbitos territoriales. La conciencia nacional supone, por su parte, un grado elevado de identidad geográfica, cultural, lingüística, social, económica y política; al mismo tiempo que enfatiza el hecho diferencial como vía hacia el autogobierno y, en su caso, a la soberanía. En el caso de Andalucía todo parece indicar que la identidad como similitud es obvia; en cambio, la identidad como diferenciación es vaga y confusa.
Mi objetivo en este artículo es determinar qué factores han concurrido desde el 4 de Diciembre de 1977 hasta le fecha para la disipación de aquel espíritu reivindicativo que nos llevó a ocupar las calles andaluzas y llenarlas de banderas verdiblancas o para el desvanecimiento sistemático de nuestra emergente conciencia nacional.
Primer factor. Todos sabemos que el lenguaje es un constructo humano consecuencia de nuestra sociabilidad pero pocos se han parado a pensar que el lenguaje, a su vez, define y construye el pensamiento social y la realidad política.
Analicemos, pues, el lenguaje del Himno de Andalucía, como constructor de pensamientos y realidades políticas, por su indiscutible carga simbólica.
Blas Infante, como todas saben, compuso la letra del Himno Andaluz en el periodo previo a la Guerra Civil Española. En la primera estrofa de la escueta y profunda literatura del himno, el autor nos advierte que el nacionalismo andaluz vuelve a estar presente en la historia con un mensaje de paz y esperanza y una ausencia total de odio o resentimiento. En la segunda estrofa, se describen los rasgos ideales de los andalucistas, se evoca con nostalgia el esplendor de Al Andalus y se pone en valor el principio de la razón frente al primitivismo emocional. La significación principal del Himno, como comprobarán enseguida, se localiza en el estribillo. Aquí se observa la presencia del término “España” y no es que Infante fuera un fanático de una nación que él calificaba de arcaica, injusta, autoritaria o irracional, pero todavía estaba muy presente en su pensamiento el ideal regeneracionista de Joaquín Costa . Los Himnos de las restantes nacionalidades históricas, por el contrario, omitieron conscientemente el uso de la palabra España para subrayar sus elementos identitarios y diferenciales. Posteriormente Blas Infante cambió España por Iberia e Iberia por los pueblos; en última instancia el término España quedó anclado por muchos años en el relato nacionalista andaluz. Más sugerentes y significativos son estos dos versos: “¡Andaluces, levantaos/ pedid tierra y libertad !” No hace falta ser filósofo para entender que Infante hace un llamamiento a la insurrección popular y a la rebeldía en la lucha milenaria por la tierra y la libertad; reivindicaciones de corte anarquista, en las que se constata la influencia de los libertarios Pedro Vallina, amigo personal del ideólogo, o Fermín Salvoechea, mítico alcalde gaditano. Desconozco si algún retazo de la ideología ácrata está presente en algún otro himno del mundo.
En paralelo, el lema de nuestro escudo “Andalucía por sí, para España y la Humanidad” expresaba fielmente el carácter no hermético y universalista del novedoso andalucismo. Ante ello, muchos nos preguntamos qué atribución causal le asignamos a dicho lema en la emergencia y desarrollo de nuestro nacionalismo y hasta qué punto tiene que ver con el grado de identificación que los andaluces tenemos con nuestro país. En la inmensa mayoría de los sondeos de opinión actuales, entre el 70 y el 75% de nuestros compatriotas se sienten “tan andaluces como españoles”, frente a los porcentajes residuales o minoritarios obtenidos en los ítems “sólo andaluz” o “más andaluz que español”. Siendo evidente la internalización de este mensaje (“Andalucía por sí, para España y la Humanidad”) en los procesos intelectivos, manejamos la hipótesis plausible de que nuestra acción colectiva está enormemente mediatizada por dicho lema. Sin embargo, dada la imposibilidad de cuantificar su nivel de influencia vamos a ignorar su significación estadística; si bien, nadie pone en duda su potencial cualitativo en la explicación de quiénes somos, cómo somos y qué queremos.
Habría de concluir entonces que el lema“por Andalucía y España” de nuestro himno, y de nuestro escudo, es en gran medida responsable de nuestra débil identidad nacional. El lema contiene un oxymoron, una contraposición en los términos, ya que no se puede ser para Andalucía y para España a un tiempo, y menos cuando el sentimiento nacionalista está todavía en la más temprana fase de construcción. Aunque peque de atrevimiento, he de constatar que dicho lema contraviene la razón de ser de los nacionalismos, que existen y han de existir por sí y para sí.
Un segundo factor explicativo del vaciado del andalucismo militante bien podría estar en el discurso y la práctica política de los partidos nacionalistas. De ellos sólo el PSA-Partido Andaluz (más tarde Partido Andalucista) obtuvo una apreciable representación institucional en los niveles estatal, autonómico y municipal. Este partido simbolizaba un nacionalismo descafeinado; tan descafeinado que a base de restarle cafeína al producto, el producto dejó de ser café. El Partido Andalucista era interclasista, moderado, ambiguo y tacticista. Nunca llegó a formar políticamente a su militancia ni a generar una conciencia nacional. Luego desapareció, arrastrado por los vientos potmoderrnos. Tales condicionantes no fueron óbice para que en varios sondeos realizados en los años ochenta el porcentaje de personas que se sentían “más andaluces que españoles” o “sólo andaluces” superara holgadamente el setenta por ciento.
En tercer lugar, yo destacaría el lamentable papel jugado por el gobierno del PSOE en la Junta de Andalucía durante más de treinta años.
Desde la transición democrática hasta la actualidad, el PSOE se marcó como objetivo fundamental destruir el andalucismo mediante tres estrategias; una, venciendo al Partido Andalucista en los procesos electorales; dos, robándole taimadamente su discurso y tres, cooptando sus cuadros intermedios. Los sucesivos presidentes de la Junta fueron borrando del imaginario andaluz las épicas del 4 de Diciembre de 1977 y del 28 de Febrero de 1980, a la par que socavaban los endebles cimientos de la conciencia nacional andaluza a través del “café para todos”. Ya saben ustedes que la mejor estrategia para depreciar un producto es regalarlo, así que neutralizaron desde el gobierno de España las legítimas aspiraciones de las nacionalidades históricas al conceder gratis las competencias del restringido artículo 151 a todas las regiones de España. Luego vendría la institucionalización del nacionalismo andaluz apresándolo en el verbo populista e impostado de sus líderes y en actos institucionales tan pomposos como vacíos.
No hay mayor asombro y vértigo que oír a los parlamentarios del PP, PSOE o Ciudadanos (la Triple Alianza) cantar cínicamente “andaluces, levantaos, pedid tierra y libertad” (¿qué estarán pensando mientras cantan lo contrario de lo que piensan?). Entonces llegamos a deducir que las palabras, la auténticas palabras, han muerto ya que no son más que significantes hueros y estériles. Se fue la movilización rebelde del pueblo andaluz y llegó Susana Díaz. Esta presidenta, que no conoció más trabajo que el de funcionaria del Partido, integró en su discurso la ambivalencia de Escuredo, la mediocridad de Borbolla y el chalaneo de Chaves o de Griñán; incorporando un toque castizo y trasnochado a su soberbia y ambición innatas. Susana que tenía seis años para el 4 de Diciembre y ocho para el 28 de Febrero intenta ahora, con su voz engolada, convencer a los andaluces y andaluzas de que nosotros no luchamos por estar entre las comunidades del 151 sino para la igualdad de todas las regiones. Aunque ella no tenía edad para comprender tales gestas, sus próceres de cabecera, los “obispos” Felipe y Alfonso, sí que la tenían. Y sus confesores le dijeron que bla ,bla, bla, que España es una nación indivisible, que el nacionalismo es una amenaza para la democracia, que la izquierda no existe, que la izquierda y la derecha es lo mismo, que la cultura no es eficaz ni eficiente, que es un gasto inútil, que no sirve para nada; y que cualquier persona (cuanto más incompetente mejor) puede alcanzar un puesto importante en la política pues sólo es necesario obedecer y acatar, y bla, bla, bla. Y ella se creyó este cuento e incorporó nuevas historietas para legitimar el centralismo, el españolismo, el neoliberalismo y la necesaria desideologización de las masas andaluzas.
En cuarto lugar , destacaríamos como determinante del vaciado del sentimiento autonomista la televisión y la radio públicas de Andalucía. Canal Sur, que tantas esperanzas suscitó entre los andalucistas, no tardó mucho en convertirse en la herramienta propagandística más potente de este PSOE jacobino, social- liberal, caciquil y antinacionalista andaluz. El otro nacionalismo, el español, sabía defenderlo mejor que nadie. La programación cutre, insulsa, chabacana, banal, machista y anticuada que presenta nuestra televisión pública está destinada a sus cautivos electorales; es decir, a la tercera edad silenciosa que busca pareja o a las mamás y papás de los niños prodigio del cante, del baile y de la gracia. Así que llegaron a Canal Sur las coplas tradicionales que evocan las mayores glorias y miserias del franquismo, las películas más rancias y zafias del conservadurismo militante, la información sesgada o sectaria y la religiosidad popular con sabor a incienso putrefacto y a nacionalcatolicismo. Así que expulsaron de Canal Sur el debate inteligente, la información objetiva, la música andaluza de calidad, el buen cine autóctono, el flamenco, el teatro, nuestra historia y nuestras señas de identidad. Y ahora díganme ustedes,¿qué canasto podemos hacer con estos mimbres?
Abordaremos ahora el quinto factor explicativo. La postmodernidad y la hipermodernidad, teorizadas por Baumann y Lipovetsky, se refieren al periodo histórico que abarca desde los años noventa del pasado siglo hasta nuestros días; periodo caracterizado por el avance inexorable de las nuevas tecnologías, el individualismo, la discontinuidad, la búsqueda incesante del placer, el hiperconsumismo, la provisionalidad, el movimiento o la flexibilidad. Los individuos hipermodernos se han disociado de las grandes creencias o los grandes valores tradicionales y en el lugar de la acción colectiva liberadora han situado la inacción, así como un miedo o una angustia permanentes ante a un futuro incierto. Las imágenes reales son captadas como diapositivas aisladas sin ningún vínculo entre ellas y por esta razón poco o nada interesa el argumento del film de la vida, de cualquier vida. Los hombres y mujeres de esta época viven, o sobreviven, aislados en sus celdas de internet consumiendo productos virtuales incesantemente y desechando aquello que no sirve para su autocomplacencia. Por último, la postmodernidad se caracteriza, según Richard Sennett, por la precarización del trabajo, la flexibilidad del despido y la incertidumbre; desde la perspectiva de que es imposible plantear una carrera laboral previsible y continua. En definitiva, el hipermodernismo difumina, hasta su desaparición, el sentimiento de pertenencia a una clase social o a un país, enajenando al individuo en un mundo virtual, inaccesible y caótico.
En el presente estadio histórico, la ideología postmoderna y su correlato, la globalización económica y cultural, suponen una gran amenaza para todos los soberanismos y nacionalismos. Tan sólo el 15-M (la Spanish revolution) o la enorme movilización asociada al procès catalán han hecho historia al enfrentarse con valentía a estos riesgos evidentes; en uno y otro caso se lucha por la soberanía; la soberanía del individuo o la comunidad en el 15-M, la soberanía de una nación en el procès.
El país andaluz frente a la amenaza postmoderna y desde su raquítica posición en economía, política y sociedad no puede quedarse callado ni desarmado políticamente por más tiempo. Ciertamente existen algunas organizaciones, sindicales y políticas, que desde la izquierda radical defienden un soberanismo andaluz coherente y comprometido ( cuestión que demuestra palmariamente el carácter de clase de muestro nacionalismo) pero necesitamos urgentemente mayor representación política directa en todas las esferas institucionales. Es verdad que han pasado por el Congreso cientos de diputados andaluces pero más verdad es que, salvo honrosas excepciones, ninguno de ellos centró su discurso en nuestra tierra, ni siquiera introdujeron la perspectiva andalucista en sus análisis o discursos ; justificarán su quietismo con el “no podía hacer otra cosa”. En efecto, no se podía hacer otra cosa desde la militancia en partidos franquiciados con sede en Madrid.
Para fortalecer la identidad y la conciencia nacional del pueblo andaluz será preciso reforzar nuestro compromiso social y político con Andalucía desde la puesta en valor de nuestros derechos y necesidades como ejes prioritarios de la acción, y en el mejor marco posible: nuestro Estatuto de Autonomía, que, no lo olvidemos, nos define como nacionalidad y como realidad nacional. Actualmente, la Globalización nos exige, más que nunca, la interlocución directa de Andalucía con la UE y evitar intermediarios que favorecen nuestra alienación y dependencia seculares.
En base a lo expuesto a lo largo de este artículo, se llena de razones el “Andalucía por sí y para sí” , ya que “ o somos por sí y para sí, o no seremos”. Ante el nuevo reto histórico cabe una opción “interesante y atractiva”: la imperturbabilidad estoica que Manuel Machado refleja fielmente en este poema: “Tengo el alma de nardo del árabe español./ Mi voluntad se ha muerto una noche de luna/ en que era muy hermoso/ no pensar ni querer…” Y cabe otra opción, menos divertida pero mucho más responsable y coherente: el compromiso con el soberanismo andaluz ( “Andaluces levantaos, /pedid tierra y libertad,/ sea por Andalucía libre,/ los pueblos y la Humanidad”). Aún queda una tercera opción para los andaluces y andaluzas. Saquen la bandera monárquica, o la franquista, y peleen por una España grande y libre mientras Andalucía se nos muere de inanición. Elijan ustedes mismos.
Diego Martín Díaz, sociólogo y profesor.