En estos momentos de minados campos de batallas culturales, el fallecimiento tras un cateterismo cardiaco de Gregorio Esteban Sánchez Fernández, popularmente conocido como Chiquito de la Calzá –que no de la “Calzada”- no se podía quedar fuera de la guerra de posiciones. En estos días que han transcurrido desde el fallecimiento de Chiquito en la madruga del sábado 11 de noviembre, no sé cuántas veces he podido escuchar eso de que sus chistes, su humor, “habían conseguido unir a un país”. Los medios no dan puntá sin hilo… Si en los 90, la época dorada televisiva de Chiquito, sus chistes podían hacer reír a un militante de HB o a un pikoleto, hoy, podría pasar lo mismo con un votante de la CUP o con uno de Ciudadanos. El mensaje no es inocente en absoluto: todos somos españoles, todos nos reímos con los mismos chistes, tenemos, al fin y nal cabo, el mismo sentido del humor…
Creo que no me equivoco mucho si afirmo que Chiquito nunca tuvo propósito alguno de unir nada ni de superar conflictos; más allá de hacer reír y disfrutar a la gente, más intenciones no había, quizá porque Chiquito se crió en un barrio, la Triniá, en un momento, la posguerra, de sentimientos y militancias clandestinas y casi subterráneas, en una época en la que el “no te signifiques” era una advertencia, una ley, cuyo cumplimiento podía ser vital de necesidad ante la brutal represión del régimen; la Triniá en la que Chiquito se crió era un barrio de perdedores de la Guerra Civil, de gente que tenían aún muy presentes la Desbandá y las emisiones radiofónicas de Queipo de Llano, aquél que por cada sorbo de la cerveza que se pensaba tomar en Calle Larios se llevaría por delante a diez “rojos maricones”. Chiquito como muchos malagueños y malagueñas, como mi mismo padre trinitario como él y casi de la misma edad, se educó en el hambre, la miseria, en el miedo y en el trabajo a destajo de lunes a domingo. Si mi padre trabajaba en la fragua, Chiquito, desde pequeño fue un obrero del cante: «Cantaba que era un fenómeno pero comía muy malamente”, decía; o aquella anécdota de cuando el maestro le encargó ir a comprar una barra de pan: cogió el dinero, compró el pan y no volvió a aparecer más por el colegio. El relato de la infancia y juventud de Chiquito no dejaba lugar a dudas: «Eran tiempos muy malos, pasábamos mucha hambre y nosotros estábamos como locos porque saliera algo para poder salir a ganar algunas perras. Pero te pagaban con un pan. Yo he visto a la gente debajo de los escenarios llorando, estábamos como en la guerra… Yo he visto eso, porque yo, menos en comisaría, he trabajado en todos lados».
Con doce años iba de pueblito en pueblito cantando para ganar un dinero y mantener a su familia; “Dormía con un cuchillo porque una vez me robaron la cartera, y era carísimo, una barra de pan costaba como un empaste”, contó en una ocasión. De Los Capullitos Malagueños, grupo artístico del que Chiquito formó parte, pasaría años más tarde a trabajar en el tablao “El Jaleo” de María Guardía Gómez, “Mariquilla”. Era el Torremolinos de los 60 y 70 y los guiris se dejaban maravillar por ese cantar y bailar exótico, por ese Oriente en Occidente extraño que es el flamenco, el Arte de Andalucía. Entre actuación y actuación, Chiquito ya contaba sus chistes. Quizá, si tenemos presente biografías como las de Chiquito podemos entender mejor cómo se ha mercantilizado nuestra cultura y señas de identidad.
Y de Torremolinos a Japón, donde vivió dos años, dos años en los que lo pasó muy mal, alejado de su Pepita del alma y de su Málaga, por mucho que él con su gracia lo contará como si fuera uno más de sus chiste. En Japón tendría lugar la historia de la rata, de aquella rata que se cruzaba por el escenario y con la que Chiquito entabló una extraña e incomprensible conversación…
Siempre en segundo plano, de cantaó con Mariquilla, o con Fosforito o Camarón, hasta que en los 90 le llegó su momento con Tomás Summers y el programa de humor “Genio y figura”. Muy poco tiempo pasó para que expresiones como “fistro”, “pecadorl de la pradera”, “cobarderl”, o aquello de “las ranas con cantimploras” fueran de uso común. Recuerdo que lo mejor de mis primeras reuniones políticas a mediados de los 90 era cuando alguien para superar tensiones recurría a un “jarrll”, seguido de ese gritito agudo tan jodidamente penetrante o a un “no puedorl” mientras hacía el típico gesto de Chiquito poniéndose la mano en la cintura.
Su humor para mí nunca fue surrealista, por mucho recurso al absurdo que tuviera, sus chistes eran puro hiperrealismo, auténticas fotografías de la realidad, de una vida en un barrio como la Triniá, en un tablao de Torremolinos, o de un lejano y extraño Japón, aderezados con toques de cultura de masas televisiva, ¿quién no se acuerda de esos siete caballos que venían de Bonanza? Retratos sin adornos innecesarios de una Andalucía de miseria y opresiones que siempre ha hecho del sentido del humor una bandera de identidad o incluso un arma de resistencia, tanto o más eficaz que un T-34 soviético.
Aquella Triniá obrera y popular, de militancias comunistas de subsuelo, hoy posee una de las rentas per capitas más baja de Málaga junto con otros barrios del arco Norte de la ciudad; la propia Calzá de la Triniá no puede evitar un aspecto desangelao, triste y degradado por el paso del tiempo. Ya no existe aquel hambre extremo de aquellos años, pero si el no llegar a fin de mes – ni siquiera a mitad de mes- el paro, la exclusión y la precariedad más absoluta. Sin embargo, el arte de Chiquito sirve de inspiración para la gente del barrio, porque para la gente de los diferentes barrios de la zona Norte de Málaga, la Triniá fue, es y será el Barrio.
Ellos –los grandes medios- reivindican a Chiquito, yo desde la izquierda y el soberanismo andaluz reivindico su humildad, la de un obrero del arte andaluz, y reivindico un barrio malagueño y andaluz, la Triniá, y a su gente. No lo olvidemos, nos debemos sentir profundamente orgullosos y orgullosas de que nuestro arte, en este caso nuestro humor, sea reconocido mundialmente, pero no por ello deja de ser menos nuestro, menos andaluz, y no por ello nuestras expresiones artísticas tiene que servir de excusa para “unificar a un país”; porque Chiquito solo tiene sentido original en un contexto, en un espacio y en un tiempo, por mucho que lo acabara trascendiendo. Reivindico el humor hiperrealista andaluz de Chiquito como arma de de guerra política contra los que nos quieren en la apatía, la tristeza y la resignación.
Autoría: Antonio Torres.