Cooperativismo con minúscula en el campo andaluz

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La fecha del 1 de Julio como efeméride del cooperativismo nos permite hacer una parada en el camino para revisar el modelo más sólidamente desarrollado en nuestra comunidad autónoma bajo esta forma jurídica, el de las cooperativas agroalimentarias extendidas por toda su geografía.

Cooperativismo entendido como modelo de participación en la res publica (haré un uso específico de este brocardo latino para aplicarlo a todo lo relacionado con lo gestionado dentro de esas estructuras), como vía de enriquecimiento del sentimiento de pertenencia a las mismas y como cauce de crecimiento del factor formativo y  de autogestión de sus miembros, encuentran en la realidad de este modelo de organización cooperativa un serio “contrincante”. Cooperativismo entendido como estructura empresarial a cuya disposición se pone el producto agrario de los agricultores para su posterior comercialización en todo caso, y transformación en algunos, sí y gracias.

El modelo cooperativo agroalimentario cabalga, alentado por los imperativos categóricos de la lógica del mercado que “exige” la concentración de los distintos protagonistas de la teórica cadena, hacia estructuras piramidales cada vez más alejadas del agricultor (la verdadera razón de ser de este modelo) y en las que  la toma de decisiones y la configuración de sus propias realidades quedan peligrosamente cada vez más en manos de menos actores “cooperativos” (predíquese el sustantivo de actor tanto de las supra organizaciones que se diseñan para sostener este modelo como de los profesionales que las regentan y que hacen de su permanencia ilimitada y casi eterna en sus cargos el objetivo estratégico de las mismas en todo lo relacionado con su configuración institucional.

Un breve repaso por la realidad de estas estructuras andaluzas y en concreto en el sector  olivarero, nos muestra la fortaleza de este modelo en el que las sociedades cooperativas que se han venido a llamar de segundo grado ( en las que se concentra la comercialización de los productos de sus cooperativas socias de primer grado ubicadas a lo largo de todo nuestro territorio) han acometido un ambicioso proceso de consolidación de sus estructuras fundamentado en el carácter “personalísimo” de su estructura directiva y en concreto en la cabeza visible de las mismas. Lejos queda en todo este entramado cualquier perspectiva de innovación organizativa que fomente valores tan imbricados en el movimiento cooperativo como los de autogestión, la corresponsabilidad social en la formación e implementación de la toma de decisiones y el sentimiento de pertenencia de sus miembros.

Si todo el entramado empresarial cooperativo existente ha delegado plenamente su función social relativa al avance innovador en el terreno de los procesos y en el del producto alimentario  en la otra realidad empresarial existente en el sector (algo por lo que quizás debiéramos preguntar a aquellos cualificados directivos), no admite justificación alguna que en el campo del desarrollo y enriquecimiento organizacional del sistema cooperativo, los últimos 50 años sólo hayan servido para empobrecer el modelo, dotarlo de oscurantismo, vedarlo a la transparencia y alejarlo del socio agricultor. Deberemos preguntarnos a quién interesa todo ello.

Resulta esclarecedor respecto a la salud del modelo, observar cómo al igual que en la mitología popular africana, este sistema requiere de un cementerio de elefantes al que llevar a pasar sus últimos días a los líderes de esas ejemplares estructuras. Pensemos sobre el modelo, los agricultores cooperativistas/proveedores de productos lo merecen, o quizás por su dejación de funciones al respecto, no…

Autor: Jesús Manuel Cortés Recio.