En el verano del 36, Granada estaba sometida al terror de la Escuadra Negra, sicarios a sueldo del gobernador Civil, José Valdés Guzmán, especializados en dar el “último paseo”. Los pistoleros de Valdés actuaban con total impunidad. Se presentaban en casa de las víctimas, preferentemente en la madrugada, cuando todos dormían. En el silencio de la noche, aporreaban las puertas en busca de los considerados “indeseables”, es decir, trabajadores o campesinos, cuyo único delito era pertenecer a un sindicato, y se los llevaban detenidos a la fuerza, ante el pánico de las familias que pedían inútilmente clemencia y asistían impotentes al secuestro.
El “último paseo” era el método utilizado por los verdugos para deshacerse de sus víctimas, que aparecían en la cuneta de cualquier carretera comarcal, degolladas o con un tiro en la nuca. Si, eso pasó en Granada. En algunos casos, ni se molestaban en dar el “paseo”, mataban a las víctimas a la vuelta de la esquina para que los vecinos y la propia familia escucharan los disparos. Nadie se atrevía a salir para socorrer el moribundo. Miedo y silencio. A la mañana siguiente, nadie preguntaba, nadie investigaba, nadie condenaba el asesinato. Es más, el crimen era publicado por la prensa del régimen para que sirviera de escarmiento y cundiera el pánico: “Esto es lo que hacemos con los rojos”, era el mensaje que enviaban los sicarios de Valdés al aterrorizado pueblo granadino.
Más de 2.000 víctimas de la Escuadra Negra fueron enviadas a La Colonia de Víznar, un antiguo molino que los golpistas utilizaron como prisión. Allí pasaban los detenidos sus últimas horas, antes de acabar con sus vidas en cualquier cuneta de la carretera que comunica Víznar con Alfacar. Entre las víctimas, el poeta Federico García Lorca, el maestro Dióscoro Galindo González y los anarquistas y banderilleros Francisco Galadí Melgar y Juan Arcollas Cabezas, convertidos hoy en símbolo de aquella represión brutal. Subrayo la importancia de La Colonia, un lugar siniestro, que fue testigo de tanta amargura y desesperación. Todas las noches, sobre las cinco de la madrugada, había saca de presos por orden del capitán Nestares. ¿A dónde nos lleváis?, preguntaban los detenidos. “Vamos a dar un paseo”, respondían con sorna los verdugos. Y las víctimas eran “paseadas” por esta carretera de apenas tres kilómetros. De ahí el nombre de nuestra marcha: Último Paseo.
Un año más, hemos caminado desde La Colonia de Víznar hasta Fuente Grande con el colectivo Alfacar y Lorca, Romero y Luna, y otras asociaciones memorialistas. Y hemos comprobado que el viejo molino sigue olvidado por la Junta de Andalucía. Que todavía no existe nada que recuerde a los caminantes lo que sucedió en La Colonia. Por eso, el movimiento memorialista ha colocado una placa informativa como acto reivindicativo, ante la pasividad del gobierno del Partido Popular y Ciudadanos, que han optado, una vez más, por la desmemoria.
Arrancan la placa de La Colonia
Lamentablemente, la placa apenas ha durado dos días. Los enemigos de la memoria democrática la han arrancado. Pretenden ocultar la verdad sobre los graves sucesos que se produjeron en este lugar, durante la represión franquista, pero no lo conseguirán. No quieren que la ciudadanía sepa lo que decía la placa: “Este lugar fue un antiguo molino que durante la República se utilizó como centro de vacaciones para hijos de obreros. En 1936, el fascismo lo convirtió en prisión, en la que pasaron sus últimas horas de vida más de 2.000 víctimas del franquismo, entre las que estuvo Federico García Lorca. Desde aquí les daban el último paseo por la carretera de Víznar a Alfacar, donde eran asesinados por defender la legalidad democrática”.
Por todo ello, es más necesario que nunca que se declare y señalice oficialmente La Colonia como Lugar de Memoria Histórica. Es urgente reactivar el expediente paralizado por la Junta de Andalucía, desde que gobiernan Partido Popular y Ciudadanos, sometidos al chantaje de la ultraderecha. No entendemos el abandono y la desinformación que sufre La Colonia, que forma parte de la geografía del terror. Asimismo, hay que apoyar al proyecto del Ayuntamiento de Víznar que se propone reconstruir este antiguo molino-prisión. Este edificio, patrimonio rural e histórico, fue derribado en los años ochenta, durante el pacto de silencio y olvido de la transición, cuando aún no había despertado la conciencia memorialista.
Caminando por la carretera de la muerte, nos hemos dirigido a los pozos del Barranco de Víznar, donde se encuentra una de las mayores fosas comunes del franquismo. Los verdugos descubrieron en estos pozos la forma más fácil de deshacerse de sus víctimas. Bastaba con un tiro en la nuca y el cuerpo se desplomaba al fondo del pozo, donde era cubierto con cal viva. El pánico se apoderó de los vecinos que escuchaban el eco de las detonaciones en el silencio de la madrugada.
La siguiente parada, en el Parque García Lorca de Alfacar, buscando al poeta y a sus compañeros de muerte. Allí hemos dado nuestro apoyo a Nieves García Catalán, nieta adoptiva del maestro Dióscoro, que lleva años buscando los restos de su abuelo para darle una sepultura digna. Así se lo prometió a su padre. Después de buscar dos veces sin éxito, Nieves vuelve a intentarlo en la zona de la fuente para comprobar esta nueva versión. Aún no hemos encontrado los restos del maestro, que comparte fosa común con el poeta y los dos anarquistas, pero eso no significa ningún fracaso, pues la búsqueda de la verdad es el mayor éxito de una sociedad democrática.
En el parque lorquiano, hemos recordado el compromiso político de Federico, firmando manifiestos de intelectuales antifascistas y participando en las Misiones Pedagógicas de la República. En nuestra memoria, el teatro ambulante La Barraca, que llevaba la cultura a los pueblos. También la labor del maestro Dióscoro, que participó activamente en la creación de la escuela popular y laica, y en las campañas de alfabetización de los jornaleros y sus hijos, cuando las zonas rurales registraban índices de analfabetismo intolerables. Sin olvidar a los banderilleros Galadí y Cabezas, destacados defensores del Albayzín, el único barrio granadino que resistió durante tres días a los golpistas. Tras la rendición del histórico barrio, los dos anarquistas fueron detenidos, maltratados y exhibidos por el centro de Granada para que sirvieran de escarmiento público.
Y nuestro recorrido terminó en el Parque Romero y Luna de Alfacar, cerca de Fuente Grande, con una lectura de poesía lorquiana, abierta a todos los participantes en esta marcha popular. El acordeón de Javier Cuesta interpretó los himnos de Riego y de Andalucía, en honor a las víctimas del fascismo que dieron su vida por la libertad. Fue el momento más emotivo del Último Paseo.