Veinte años abriendo puertas

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Foto Miguel Ángel Salas.

¿Qué nos está pasando? ¿Nos hemos olvidado de las atrocidades del pasado siglo, de las guerras, del fascismo, del nazismo, de los millones de muertes inocentes? ¿Nos hemos olvidado de nuestros mayores que tuvieron que dejar el país, la familia… para ganarse la vida más allá de nuestras fronteras?

¿Qué está ocurriendo? ¿Cómo mujeres, víctimas de la desigualdad, pueden votar a partidos que las excluyen y les niegan sus derechos? ¿Cómo homosexuales, objeto de persecución por la negación a la libertad sexual, pueden votar a partidos homófobos que han generado tanto sufrimiento por el hecho de enamorarse de alguien del mismo sexo? ¿Cómo una persona de etnia diferente a la blanca puede ser seguidora de hombres blancos xenófobos y negacionistas de todo aquello que difiere de ellos?

¿Qué está fallando? ¿Qué ha fallado? ¿Quién ha encarcelado a los derechos humanos? ¿Quién ha matado el mensaje de la buena noticia de que todos somos hermanos? ¿Dónde está la escuela que enseñe humanidad, solidaridad, justicia, igualdad? ¿Dónde los partidos que den un paso adelante y digan basta ya a tantas muertes provocadas por el hambre, la guerra, las fronteras…?

El terror acaba de matar a 17.000 niños en Gaza, la política inhumana ha dejado a miles de personas en las aguas fronterizas, 6.000 niños migrantes llegados a Canarias son rechazados por las políticas fascistas y cobardes. ¿Cuándo poner fin a este dantesco “calvario” de tantas personas inocentes?

Imaginemos por un momento que por azar nos hubiese tocado nacer en la otra parte del mundo, y que nuestros hijos e hijas, nietos y nietas viviesen ese vía crucis de la ignominia. ¿Qué pensaríamos? ¿Qué sentiríamos? ¿Qué haríamos?

Necesitamos referentes que en lo cotidiano defiendan los derechos humanos con hechos. La Asociaciones Kala este año cumple su vigésimo aniversario, posibilitando en este tiempo acogida a más de 100 jóvenes migrantes sin compañía en Córdoba, jóvenes que huyeron por las guerras, la extrema pobreza, perseguidos por causas religiosas, políticas o por su orientación sexual. Kala los acoge, les da techo, alimento y calor, además de ayudarles a formarse, curarse de enfermedades, conseguir su documentación, buscar un trabajo. Muchos de ellos, tras su paso por la asociación, viven con sus parejas, han formado una familia, tienen trabajo, pagan sus impuestos y se sienten dignificados como cualquier ciudadano.

Son muchas personas, de acá y de allá, dispuestas a acoger, ayudar, colaborar, construir ambientes de fraternidad, como las socias y colaboradoras de la Asociación Kala, pero se necesitan muchas más porque se avecinan malos tiempos como estamos viendo en Estados Unidos y Europa donde la ola reaccionaria está haciendo estragos.

Hace unos días escuché a una médica del hospital de la isla de Hierro, donde llegan centenares de migrantes, contar una experiencia de las que remueven corazones. En sus brazos un chico, que había visto ahogarse a sus dos familiares que le acompañaban, la miraba con unos ojos embargados de tristeza y desesperación, mientras ella le ofrecía la mejor medicina que tenía en ese momento, el calor de su abrazo. En este mundo cada vez más anestesiado y deshumanizado, el afecto y la solidaridad son los mejores antídotos contra todo tipo de exclusión y xenofobia.

Publicado originalmente en Diario de Córdoba.