«No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación.
Creo que voy a ponerme a construir.»
Marguerite Youcenar
Al inicio de la industrialización en Málaga las familias de la oligarquía burguesa asentada en la ciudad crearán y diversificarán varios sectores económicos como el siderúrgico, el azucarero y el textil algodonero. La modernísima fábrica textil Industria Malagueña S.A. será fundada por el primer Marqués de Larios, Martín, en 1.846, junto a los descendientes de Manuel Agustín Heredia. En ella trabajarán hasta 3.000 personas, la mayoría mujeres, a la que le seguirá La Aurora, de menores dimensiones. También será la familia Larios la que comenzará a adquirir instalaciones industriales para la fabricación de azúcar de caña, que más tarde convertirá en modernas fábricas como San Rafael en Torrox (1.854) y San José en Nerja (1.863). Los trabajadores y trabajadoras de las diferentes fábricas sobrevivirán con míseros salarios, en condiciones de hacinamiento y escasa higiene, fundamentalmente en los corralones del Perchel y La Trinidad, hasta que a finales de siglo el sector textil entra en crisis y la familia Larios irá saliendo de la misma a costa de peores condiciones para los trabajadores: bajadas paulatinas de los salarios y extenuantes horarios de trabajo, “catorce horas menos cuarto” los días laborables.
El día 20 de junio de 1890 en Industria Malagueña S.A. se entrega «un cuartillo menos» por cada pieza tejida a algunas tejedoras de la fábrica, prendiendo la llamada a la huelga entre las trabajadoras. Se produce una primera manifestación y posterior concentración frente a la casa de los Larios en la Alameda, donde los representantes de la familia les comunican que “la empresa se encuentra en una mala situación económica y que su demanda es imposible de satisfacer”. Tras esto, un comité formado por algunas de ellas se dirige a la redacción del periódico Unión Mercantil para denunciar la nueva bajada de los salarios y dando comienzo así a la huelga. Los sucesivos días se producen piquetes a las mujeres que acuden a la fábrica y los operarios mecánicos se ven obligados a parar las máquinas, uniéndose a las mujeres en sus reivindicaciones. En una segunda reunión con el comité de huelguistas, mientras dos mil mujeres aguardan en el exterior, la casa Larios asegura que «la fábrica no se había cerrado ya porque era el sostén de muchas familias y que ya no producía beneficios». A los obreros mecánicos contrarios a la huelga se les dijo que «si querían volver a trabajar tendrían que convencer a las mujeres de que se reincorporasen» y que «si tenían hambre se comieran a las mujeres responsables de la huelga», palabras que encienden la indignación del pueblo trabajador malagueño.
Cada día de los consecutivos, estas mujeres marchan en bloque a hablar con el Gobernador Civil recibiendo cada vez una negativa pero, al conseguir más apoyo por parte de la prensa y de la clase obrera malagueña, algunas tejedoras ya prefieren morir de hambre a volver a la fábrica. «Vivir de esta manera no es vivir», dicen, entre reuniones en su cuartel general de calle Jaboneros, discutiendo las líneas de acción a seguir y repartiendo lo recaudado solidariamente para resistir. Lamentablemente, no estarían suficientemente organizadas para un conflicto laboral mucho más largo. El 28 de julio se celebra una manifestación por la ciudad, a la que acuden 8.000 trabajadores de ambos sexos bajo el lema «Los obreros de Industria Malagueña buscan la protección del pueblo malagueño. La unión es la fuerza.», recibida con vivas al llegar a la Alameda donde la imponente manifestación se disolverá de forma pacífica. A principios de agosto las negociaciones con los Larios siguen estancadas y el Gobernador Civil les comunica que «Los Larios, antes de ceder, prefieren vender o traspasar la fábrica a una empresa catalana con quien ya está en trato».
El 6 de agosto los hombres acuden en bloque a la fábrica para trabajar esperando la incorporación de algunas de las mujeres para poder encender las máquinas y comenzar a producir. Se dijo que «si un número regular de tejedoras se acercaba al jefe indicando su deseo de trabajar se daría comienzo a la producción» y «volver como corderos a decir: Señor Pequé, unos detrás de otros», deplorable comentario que empuja a muchas tejedoras a abandonar definitivamente la fábrica para buscar empleo como criadas o jornaleras del campo. Entonces, el Gobernador Civil detiene a tres hombres que habían luchado en la huelga imponiéndoles 3.000 pesetas de fianza, a lo que le sigue la retirada del permiso de reunión y la carga represiva contra las mujeres que acuden a hablar con el Gobernador Civil para que liberara a los detenidos, represión gubernamental definida por el periódico Unión Mercantil como «censurable atropello». Como hoy en día, nuestras instituciones apoyan al capital y no al pueblo trabajador, criminalizan la protesta y mantienen en vigor la ley mordaza. Finalmente y ante la imposibilidad de continuar la huelga a riesgo de ser expulsadas de la fábrica, represaliadas, heridas o incluso asesinadas, las obreras son derrotadas y enviadas de vuelta al trabajo. El 13 de agosto un tercio de las tejedoras había vuelto a la fábrica y el 14 de agosto ya trabajaban unas 2.000 obreras y 1.200 telares. Unos días después el Gobierno Civil liberará a los trabajadores presos. Las dos grandes empresas de Martín Larios -que luego continuó su hijo Manuel Domingo-, Industria Malagueña y La Aurora, continuaron existiendo hasta 1970 y 1960 respectivamente. A esta primera huelga la sucederán otras como la huelga de las faeneras de la pasa en Málaga en 1918, que se cobraría cuatro vidas, las de dos mujeres y dos hombres, y todas las luchas de mujeres en Andalucía hasta hoy. Historias silenciadas de revolucionarias, sindicalistas y jornaleras que, lejos de tener un papel secundario, han sido fundamentales en la construcción del movimiento obrero andaluz en sus diferentes etapas.
Hace casi 130 años, fueran maestras, canilleras, torneras o simples operarias, nuestras tejedoras demostraron que si ellas paraban, paraba la fábrica, y lo hicieron luchando por su soberanía política pues la lucha de la clase trabajadora por unas condiciones de vida dignas es, sin duda, política. Se trata además de una lucha feminista en tanto el trabajo y el salario están feminizados. Estas obreras mostraron de manera contundente que, desde siempre, las mujeres sabemos y podemos organizarnos para hacernos escuchar, para reivindicar, ejercer nuestra libertad y nuestro derecho a decidir, en cualquier ámbito que nos afecte, no sólo en la lucha obrera, en cuyo discurso masculinizado no estamos reconocidas, sino en cualquier aspecto que pueda afectarnos, política, nacional, social, económica o culturalmente, incluso en un contexto político excluyente y socialmente injusto que nos expulsa a las periferias, como ocurría en 1890 y sigue ocurriendo hoy. Seamos mujeres libres en nuestros centros de trabajo, con nuestras familias y amistades, en los diversos espacios en el que nos encontremos, en nuestras relaciones y nuestros sentires, ocupando el lugar que por derecho nos corresponde en ellos. Arranquemos del olvido las luchas de las mujeres que nos precedieron para así retornarles su lugar en la historia, recuperando sus haceres, dando luz así a nuestras luchas. No es posible un pueblo soberano y libre que no reconozca a sus propias mujeres libres.