“Volver,
con las sienes marchitas,
las nieves del tiempo
poblaron mi sien»
Cuando entré en el despacho, a Kutxi solo se le escuchaba un hilo de voz…”y mientras mi cuerpo se balanceaba de un lado a otro debido a los golpes, el que llamábamos Billy el niño me preguntaba si había quemado la multicopista, me pedía a gritos el nombre de mis compañeros de célula y me insultaba continuamente…” . La agente judicial que le estaba tomando la declaración en el Juzgado de lo penal número 5 de Buenos Aires, en Argentina, donde se juzga la única causa penal que hay en el mundo contra los crímenes franquistas, me había pedido que entrase para acompañar a mi amiga. La tomé de la mano y le dije que estuviera tranquila, que respirara y hablara poco a poco.
Eran muchos los años transcurridos desde que el expolicia condecorado en la actualidad por el estado español, Antonio González Pacheco, conocido como Billy el niño, la había torturado en el otoño del año 1974, en las dependencias de la Dirección General de Seguridad del estado, en la Plaza del Sol de Madrid. Era mucho el dolor que acumulaban los 71 años de Felisa Echegoyen (conocida como Kutxi) y eran muchas las ansias de justicia que tenazmente, Kutxi había guardado como un tesoro en el fondo de la conciencia de clase que aun hoy enarbola mi amiga.
Ambas somos compañeras en la conocida Querella argentina. Yo había declarado hace apenas 6 años, y sabia de los nervios y la tensión que una declaración de este tipo provoca. Y es que las víctimas de los crímenes del franquismo hemos tenido que cruzar de nuevo, en pleno siglo XXI el Atlántico, frente a la impunidad del estado español, que sigue mirando para otro lado. Kutxi tenía pendiente declaran frente a la jueza María Servini de Cubría y esa mañana, a pesar de lo doloroso de los recuerdos, lo estaba haciendo. A estas alturas de mi vida, ustedes no saben lo orgullosa que me siento de seguir rodeada de gente tan valiente.
Pero no solo cruzaba esta vez ese océano para acompañar a Kutxi. La película “El Silencio de otros” se estrenaba en los cines de Buenos Aires y mi amiga y yo íbamos a estar presente en los debates que después de la proyección de la película se organizaba con los espectadores, en una sala donde afortunadamente el boca a boca iba llenado cada día de más gente.
En estos potentes debates con el público asistente, hemos agradecido profundamente a la sociedad argentina su apoyo incondicional a nuestra causa y hemos buscado entre esos grandes luchadores y luchadoras la energía que me temo vamos a necesitar en estos tiempos que se avecinan, en que los derechos cívicos van a alcanzar en nuestro país un retroceso nunca imaginado. El pueblo argentino es pionero en la lucha contra la impunidad y en el establecimiento a nivel estatal de una política pública de MEMORIA que les caracteriza y enorgullece, a pesar de los tiempos oscuros que también ellos están viviendo, con Macri al frente de un ejecutivo que mediante la aplicación de duras políticas neoliberales están hundiéndolos en la miseria. Queríamos mirarnos en ese espejo de luchas y conquistas.
En esa larga y agotadora semana también hemos tenido tiempo para hacer la ronda con las madres y abuelas en la Plaza de Mayo, lugar simbólico en la lucha contra la impunidad del estado argentino, con sus más de 30.000 detenidos/desparecidos y templo laico para los activistas de los Derechos Humanos. Allí hemos gritado que ni olvidamos, ni perdonamos ni nos vamos a reconciliar. Que los nuestros están presentes aun hoy y que venceremos. Allí hemos recibido tantos besos, tantos abrazos, tantas miradas de complicidad y aliento, que tardaremos tiempo en repartirlos entre la buena gente que aquí en el estado los espera.
Con nosotras ha viajado también la memoria viva de Carlos Slepoy, el abogado argentino víctima de la dictadura cívico militar de Videla y victima también de un policía que en el estado español le pegó un tiro por la espalda, condenándolo a una vida en silla de ruedas. Su prematura muerte en abril del año 2018 nos sumergió en una tristeza infinita, superada solo por esa sonrisa seductora y picara que nuestro Carli tenía y que aparece una vez y otra en la película “El Silencio de otros”. Esa sonrisa ha conseguido reconciliarnos poco a poco con esa ruleta a veces amarga que es la vida.
Apenas una semana después de nuestro regreso, la muerte de Ascensión Mendieta Vargas nos ha vuelto a sacudir. Las imágenes de su entierro estremecen a cualquiera. Su féretro cubierto con la bandera republicana se mezcla en mis recuerdos con su rostro bondadoso y agradecido. Ascensión nos acompañó en el viaje a Buenos Aires del año 2013, cuando pidió a la jueza argentina “aunque sea un hueso de mi con padre que está en una fosa común, para morir en paz y ser enterrada con él”.
Malditos aquellos que vuelven la espalda.
Cruzaremos el atlántico cuantas veces sean necesarias en pos de la JUSTICIA. Con las sienes ya plateadas por el paso de los años, como dice el hermoso tango argentino. Con la tenacidad de Kutxi como bandera, esperando que ese hilo de voz con el que mi compañera declaraba ante la justicia argentina se convierta en un torrente de poderosas voces que sean escuchadas por la justicia española más temprano que tarde.
Salú y memoria.
Autoría: Paqui Maqueda Fernández. Familiar de víctima del franquismo. Presidenta de la Asociación de Memoria Histórica «Nuestra Memoria». Portavoz de la «Pataforma Andaluza de Apoyo a la Querella Argentina».