No hace mucho tiempo surgió con gran éxito de crítica y público una nueva estrella: la economía colaborativa. La gente colaboraba con sus coches y los viajes se hacían baratos, fraternos, solidarios. Del mismo modo, por arte de magia, podrías viajar al centro de las grandes y más maravillosas ciudades del mundo por medio de la colaboración.
Estas nuevas prácticas económicas están detrás de algunos de los grandes debates y conflictos que copan los medios de comunicación este verano. Los conflictos del sector de taxi en Sevilla o Málaga, o los problemas que conlleva el crecimiento del sector turístico en determinadas ciudades tienen como nexo de unión algunas de las principales compañías que han utilizado su vinculación con una supuesta nueva economía colaborativa. Uber, Cabify o Airbnb son algunas de las plataformas capitalistas que bajo el nombre estupendo de «economía colaborativa» están acumulando ingentes capitales. Acumulación que genera precariedad y malvivir en colectivos y en barrios y ciudades.
Ahora bien, de qué hablamos cuando se nombra la denominada “economía colaborativa” (sharing economy). Los argumentos de estas nuevas grandes compañía se basan en informes como el realizado por Price Waterhouse Coopers para explicar la realidad en función de sus intereses. El citado think tank neoliberal de “toda esa colaboración social que produce economías más sostenibles y justas”. Ahora bien, en ningún momento se analiza con seriedad si la gestión es más o menos democrática, si se cierran o abren los datos y quién los explota, si se reparte equitativamente la riqueza producida, si se fiscaliza la actividad económica y ni mucho menos conocer el impacto social y territorial de su actividad.
Día tras día se ha relacionado a la “economía colaborativa” o a esas nuevas empresas con “modelos de negocio de ciudadano a ciudadano (peer to peer); con “plataformas digitales que ponen en contacto a personas que a su vez ponen en valor lo que tienen o lo que saben”; con “el derecho a producir de los ciudadanos”; con «alternativas para mantener tu nivel de consumo de manera más eficiente»; o con una alternativa tan maravillosa que «favorece la redistribución de la renta, es un complemento de rentas y genera una economía más participativa», como decía en marzo de 2015 Vicente Fernández, secretario general de Innovación, Industria y Energía de la Junta de Andalucía.
La realidad es, sin embargo, que lo que comenzó como la promesa de cambio o transformación se parece cada vez más a una nueva redefinición del capitalismo. De ahí que sea más apropiado denominarlo “capitalismo colaborativo”, “capitalismo de plataforma” (Sasha Lobo y Martin Kenney) o, incluso, “economía de bolos” (gig economy; se traduce bolos como los realizados por los grupos musicales). Las corporaciones y empresas de este sector utilizan perfectamente las nuevas herramientas tecnológicas de internet y aprovechan los recursos o servicios que producen otros para el enriquecimiento de unos pocos “emprendedores”.
Las consecuencias sociales de este nuevo capitalismo de plataforma es comenzando a generar tremendos problemas. “A la sombra de una mayor comodidad en el acceso a ciertos servicios por parte de una parte de la población, tiene por contrapartida importantes costes sociales para la clase trabajadora, sobre todo la menos cualificada”, dice Trebor Scholz. En realidad, el capitalismo de plataforma está aprovechando la situación creada tras la crisis del 2008, no para repensar el sistema económico hacia uno más justo y estable, sino como estrategia para el desmantelamiento de las condiciones de empleo. En este sentido se acuñó el término “desplumar a la multitud”, mediante la disposición de una reserva mundial de millones de trabajadores en tiempo real.
Comienzan a surgir las primeras formas de protesta y lucha ante esta nueva relación laboral. La empresa de servicios de comida a domicilio Deliveroo no pone la bicicleta ni el smartphone y ni siquiera se hace cargo de los repartidores en el caso de tener un accidente, puesto que no son “empleados” sino freelance (lanzas libres). En Londres, los repartidores de Deliveroo acaban de ganar una huelga motivada por un cambio en la forma de pago de la empresa. Si antes pagaban una cantidad fija por hora, ahora pretendían pagar por pedido realizado, empeorando considerablemente sus ya de por sí malas condiciones laborales. En este tipo de conflictos, como el de Deliveroo, se puede invertir a la llamada “economía colaborativa” y hacer de cada precariedad particular un conflicto colaborativo en la ciudad. Una alianza entre ciudadanía y reivindicación puede elevar el conflicto y enfrentar a la empresa en un terreno donde se le puede ganar: el boicot, dañar su imagen, la complicidad de la ciudadanía y la espiral solidaria que hunde sus beneficios. Se trata, por tanto, de pensar la reivindicación de nuevos derechos disociados del empleo cuando el conflicto no se centraliza en el centro de trabajo.
Por otro lado, el impacto del capitalismo de plataforma en términos de marco regulatorio no es mucho mejor. Scholz califica la ilegalidad en que en cierta medida operan las corporaciones no como un error o algo que se resolverá con el tiempo, sino como un método; una estrategia de creación y consolidación de mercado. Por ello, las corporaciones gastan millones en grupos de presión sobre las instituciones públicas para que realicen cambios regulatorios mínimos o a su favor. En dicho ámbito, pero ya en clave de las denominadas “puertas giratorias”, resulta particularmente llamativo el reciente caso de Neelie Kroes, comisaria europea de la Agenda Digital que tras abrirle las puertas de la Comisión Europea a Uber, ha pasado a trabajar para dicha compañía como asesora.
Trebor Scholz y Nathan Schneider han abierto el debate sobre las verdaderas consecuencias del capitalismo de plataforma. Además, proponen verdaderas plataformas colaborativas a las que denominan “cooperativismo de plataforma” (“Platform Coop”). El “cooperativismo de plataforma” propone una economía colaborativa que combina lo mejor de las plataformas con los principios cooperativos internacionales. Esto es, unir las nuevas tecnologías o herramientas que permite internet con la idea de propiedad compartida, la puesta en marcha de nuevos modelos de gobernanza, la participación del ciudadano-productor de valor en la toma de decisiones en principios de igualdad (frente al control exclusivo del propietario-inversor) y con el reparto de los beneficios entre los usuarios.
Fuente: Documentos Atunomía Sur 07. «La economía colaborativa». http://autonomiasur.org/wp/mdocs-posts/07_documentoautonomiasur07_la-economia_colaborativa/