Olga miraba el ir y venir de los coches en el cruce que desde la pequeña plaza de La casa del Sastre se divisaba. Le encantaba observar lo cotidiano, sin juicios y sin sacar ninguna conclusión…y más hoy, que su madre apenas le había lanzado ningún reproche. ¿O es que sus comentarios con doble intención ya no le afectaban? Sonrió. Fuera lo que fuera, hoy se sentía bien, dispuesta a disfrutar de su capuchino, mientras su hermana llegaba.
Un sonido rítmico, familiar, le hizo girar la cabeza mientras sonreía. Distinguiría esa cadencia característica entre miles de sonidos. Era el preludio de que alguien con fuerza, personalidad y determinación se acercaba. Recordaba ese taconeo desde adolescente. Cinco años de diferencia, o incluso menos, son suficientes para idolatrar a una hermana. No era de extrañar que una niña acomplejada admirara a su estilizada hermana, que aprovechó la recomendación del médico de evitar los zapatos completamente planos debido a su afección en la espalda, para estar subida a unos tacones desde los quince años. No importaba la altura. Ella sabía darle la fuerza suficiente para avisar que llegaba, teniendo en su forma de caminar peculiar por su desviación de columna, un ritmo conocido por todos los que frecuentaban los pasillos de los juzgados. Sus pasos eran el fiel reflejo de su personalidad. Así era Elena.
—Gordita, ¿llevas mucho tiempo esperando? Al final me han entretenido en el bufete. Casi no he comido —relató mientras se sentaba, colocando en la silla de al lado un maletín de cuero y un bolso impecablemente conjuntados—. ¿Eso es lo que estás tomando? —señaló con incredulidad la taza de café—. Yo necesito un gin tonic. Mi vida se merece algo mejor.
Levantó la mano, y con tres movimientos saludó a su antiguo vecino y dueño del bar, le indicó la bebida y cómo de larga quería la copa, acompañando los gestos con un exagerado guiño de complicidad.
—¿Qué tal con mamá?¿Algún culebrón nuevo?—le preguntó mientras le ofrecía tabaco a Olga y encendía su cigarro—. Yo no sé cómo tienes paciencia para escucharla —dijo después de echar la primera bocanada de humo—. Conmigo ni se atreve.
—Todo bien. Hoy no me ha comparado contigo, algo raro— respondió Olga con un gesto de cómica extrañeza.
—Ja, ja, ja. Pues entonces es verdad que está mejor —concluyó Elena.
—Igual si tuviera un nieto estaría más entretenida, pero yo por ahora no se lo voy a poder dar—dijo Olga, con la mirada baja, mientras jugueteaba con la ceniza, temiendo el efecto de esas palabras en su hermana.
Elena saltó como un resorte.
—Para, para el carro —dijo en tono amenazante—. Por ahí no voy a dejar que entres. ¿Eso ha sido un encarguito de mamá para que me lo digas?
Olga levantó la vista sorprendida.
—Elena, tú sabes que siempre dice que quiere ser abuela, pero yo me refería a mí, no a ti —aclaró en tono apaciguante.
Elena continuó.
—Escúchame, Olga: es una pena que queriendo ser madre hayas perdido el bebé, pero ¿no crees que es una oportunidad para que pienses un poco más en tí? ¿Has visto el aspecto que tienes? ¿Te has planteado en la imagen que das en la academia de peluquería donde trabajas? Olga, por favor…
Olga se mordió el labio antes de contestar a su hermana.
—Querer ser madre es también pensar en mí. Y es verdad que ahora no me apetece arreglarme tanto como antes, pero te recuerdo que me estoy recuperando de un momento duro de mi vida.
—Pero cariño, si me parece perfecto —Elena suavizó el tono—, si quieres tener un hijo, pues adelante, pero la vida de las mujeres no se puede limitar a la maternidad. Eso es lo que quiero que comprendas. Estoy cansada de la presión que tenemos que soportar las mujeres con la maternidad. ¿Qué piensas de una mujer que no quiere ser madre?
Olga balbuceó mientras encontraba las palabras adecuadas.
—Bueno, pues es una pena que se quiera perder esa experiencia.
—¿Y la experiencia de subir al Everest, o de hacer el Camino de Santiago? Porque también son experiencias únicas. ¿Por qué no nos presionan a todos a realizarlo, como un requisito para ser una persona completa? ¡Venga, vamos! ¡Todo el mundo tiene que hacer el Camino de Santiago! —Elena abría los brazos y se giraba hacia toda la plaza, como si estuviera en el típico juicio de las películas americanas.
—No es lo mismo, Elena —contestó Olga en un tono más bajo, con la esperanza de que su hermana moderara el tono.
—Claro que no es lo mismo, pero exagero para que veas la incongruencia de tu planteamiento. Lo absurdo es que no ser madre no sea una opción y se entienda que es debido a alguna disfunción física, o porque no se tiene una pareja para tenerlo. No, eso no es así. Yo estoy casada y con empleo estable, y no quiero tener hijos. No queremos tener hijos—rectificó—, y todos los días parece que tengo que explicarlo, escuchando frases absurdas de jardines sin flores y arroces pasados. No le voy a dar a mamá un nieto para que esté entretenida— sentenció bebiendo de forma decidida su gin tonic.
—Entiéndeme. No lo digo por entretener a mamá —se explicó Olga— Elena, si no los tienes, te puedes arrepentir en un futuro.
—¿Arrepentirme? ¿Y qué me dices de las madres que se arrepienten de haber tenido hijos? ¿Crees que mamá es una madre convencida? —su mirada se clavó en la de Olga, que no pudo mantenerla— No digo que no nos quiera —matizó al percatarse de que se movía en terreno pantanoso—, digo que simplemente no tuvo más opciones que casarse y traer hijos al mundo.
Olga se quedó pensativa, con la mirada baja.
Elena le cogió la mano con suavidad, buscando la complicidad en su mirada.
—Olga, no se es más mujer por ser madre.
—Yo no he dicho eso, Elena.
—Ya lo sé, gordi —el tono de su hermana se volvió más dulce y conciliador— Yo lo único que quiero es que te plantees si tu deseo de ser madre, y que yo también lo sea —dijo torciendo la boca de forma cómica, haciendo sonreir a su hermana— es fruto de la presión social o de una decisión personal. No tienes que seguir el caminito marcado.
Elena tomó un sorbo de su bebida mientras le hacía el ademán a Olga de que iba a continuar hablando.
—¿Sabes? En el bufete estamos llevando la demanda de una chica a la Sanidad Pública, que había solicitado una esterilización voluntaria y se la han denegado. Es curioso como no ha habido ningún problema para llevar a cabo campañas de esterilización masiva en India y África y sin embargo hay reparos para poder llevar a cabo una decisión personal.
Olga sonrió levemente moviendo la cabeza. Era increíble cómo su hermana podía llevar los temas de un extremo a otro. No quiso entrar en lo exagerado de esa comparación. Suspiró.
—Yo tomé la decisión de continuar el embarazo aunque Germán me propuso abortar. Yo quería tener ese bebé. La pena es que el embarazo no continuó. No sé si seré madre en un futuro, pero no lo descarto —dijo Olga con determinación.
—Pues yo te reto a que no te lo plantees, Olga. Vive, vive para ti, disfruta de la soledad. ¿Cuándo vas a dejar de vivir con tu amiga Rosa? ¿Cuándo vas a vivir tu vida? Mira a la soledad de frente y verás que no es tan grave. Yo estuve cinco años viviendo sola, tres de ellos sin pareja, y creo que fue de las mejores épocas de mi vida. Todo un ejercicio de autoconocimiento.
Olga bajó la mirada y suspiró.
—En estos momentos no estoy preparada para vivir sola. Rosa lo sabe y también le puedo echar una mano con su padre. Ya me encuentro mejor: estoy abriéndome a hacer cosas. Estoy haciendo un voluntariado, en fin, cosas que me ayudan a relacionarme, y a afrontar mi nueva situación, pero vivir sola…—Olga negó con la cabeza una y otra vez.
—Olga, vive. Haz lo que quieras, pero haz lo que te apetezca. Que no sea ni porque te sientas en deuda con nadie, ni porque a mamá le haga ilusión tener un nieto, ni porque necesites la aprobación de los demás.
Elena tomó el último sorbo de su copa mientras sacaba de su monedero dinero suficiente para pagar las dos consumiciones.
—Piénsalo. Yo prefiero que se me pase el arroz a que se me pase la vida sin vivirla— miró su reloj— ¡Uy, qué tarde! Tú ya te vas ¿no? Adiós, gordita, cuídate—sin dejarle hablar le dio un beso—.
La última frase de Elena quedó flotando mientras Olga escuchó alejarse a su hermana, con su redoble familiar, una banda sonora que retumbó en su cabeza, acompañando a toda la conversación que, como era habitual, nunca la dejaba impasible.
Autoría: Eva Braojos.
Fragmento de la novela “Un té de esperanza”, de Eva Braojos, publicado por eirene editorial. www.eireneditorial.com