Contra el expolio de nuestras ciudades

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La Mundial: lo que pudo ser y no fue (fotografía de Anton I. Ozomek e ilustración del artista visual Jesús Ortiz Morales, dentro de su proyecto "Málaga me duele, Málaga onírica"

Hace unas semanas pudimos ver la odisea que tuvo que vivir una joven para poder alquilar un piso en Málaga, no sólo por el alto precio que cuesta a día de hoy alquilar un piso en la ciudad, sino también por la cantidad de requisitos que se exigen.

Este ‘grito al aire’ no es un caso aislado, sino que comienza a ser la tónica dominante en ciudades como Málaga: frente a las dificultades que se nos presentan a los propios vecinos para vivir en nuestra ciudad (alquileres altos para salarios bajos), las facilidades que se le prestan a los turistas y la proliferación de los alquileres vacacionales.

El origen de este hecho lo encontramos en un proceso que va tomando forma en nuestras ciudades, la conocida como gentrificación o turistificación, proceso por el cual se estructura un centro económico/turístico, que es convertido en una suerte de escaparate (inundados de comercios, ocio, restaurantes, museos, etc. donde únicamente habitan personas con rentas altas y turistas) mientras las capas trabajadoras de la población autóctona son conducidas a la periferia urbana (barrios periféricos, ciudades dormitorio, etc.), desabastecida, sin servicios ni medios, sin áreas de ocio, etc.

El porqué de este suceso no es otro que aquello que afirmaba Robert Park, que “la ciudad no es sólo una unidad geográfica y ecológica: al mismo tiempo es una unidad económica. La organización económica de la ciudad está fundada sobre la división del trabajo” (Park, 2002, pág. 50). En el mismo sentido que Park, David Harvey afirma que “la distribución del ingreso en la sociedad capitalista está, dentro de ciertos límites, estructuralmente determinada. Dado que el mercado autorregulador lleva a los distintos grupos de ingreso a ocupar diferentes localizaciones, podemos considerar los modelos geográficos de la estructura residencial urbana como expresión geográfica tangible de una condición estructural de la economía capitalista” (Harvey, 2007, págs. 284-285).

Por tanto, la geografía urbana se estructura sobre la base de la división del trabajo, es la división del trabajo materializada en el plano físico, y en este caso nos encontramos ante una distribución geográfica de la ciudad que va tomando forma en torno a la especialización turística; distinta de la que se da, por ejemplo, en ciudades de especialización industrial o financiera, o conjunta a ellas, pudiendo ser ciudades especializadas en diversos sectores. Aunque todos los modelos geográficos, sea cual sea su especialización, mantienen elementos comunes: la expulsión de la clase trabajadora de ciertas zonas (centros), reservadas para los estratos con mayor capacidad económica de la población, a otros espacios de la ciudad o del área metropolitana -o incluso fuera de esa área- destinados a las clases trabajadoras (periferias).

Cuando hablamos de periferia en el enclave urbano no necesariamente nos estamos refiriendo a las zonas más alejadas de la ciudad, ya que, como apunta Mariana Chaves (Chaves, 2011, pág. 2), periferia urbana no es igual a “vivir afuera del centro”, así como “centro” no es equivalente a vivir en el centro histórico, y es que “la conformación social de la periferia urbana va a depender de cuál, cuándo, cómo, dónde y por qué se produce el proceso de suburbanización”. Es decir, la periferia es el lugar al que son relegados “los oprimidos por el capitalismo” (Hiernaux & Lidnón, 2004, pág. 11), los espacios a los que migran las capas de la población excluidas del proceso de acumulación derivado de la actividad económica de la urbe -en este caso turística-, que puede, o no, corresponderse con los lugares más alejados del centro geográfico.

En la división geográfica del trabajo, el centro “centraliza -perdonad la redundancia- y concentra las condiciones generales y necesarias para reproducir y acumular el capital” (Carrasco Aquino, 2000), e integra a las periferias, que son los espacios relegados de dicha especialización, a donde se verán expulsadas las capas de la población que ocupan un papel subalterno en dicho proceso, como fuerza de trabajo. En el caso que nos atañe, es una fuerza de trabajo, además, sometida a trabajos de carácter temporal y precario, por la propia temporalidad que conlleva la industria turística, y con unos sueldos que difícilmente garantizan la subsistencia. Así, la periferia urbana queda relegada a un ejército de reserva de camareros, albañiles, peones, limpiadores, etc. Una periferia que carece de todas las comodidades, equipamientos y servicios de los centros.

En la ciudad de especialización turística, ésta se pliega en torno al turismo y los sectores aparejados a éste -restauración, hostelería, inmobiliaria, construcción, oficinas etc.-, convirtiéndose en espacios de la ciudad destinados [casi] exclusivamente a estas actividades, una suerte de, como se mencionaba anteriormente, escaparates, de donde son expulsados los elementos considerados inútiles en sus dinámicas de acumulación, entre los que se encuentran los vecinos de dichas zonas, así como los elementos del patrimonio histórico o cultural no susceptibles de generar un beneficio económico.

En las ciudades costeras se agrava dicha situación, pues el proceso de turistificación no se circunscribe exclusivamente al centro histórico de la ciudad, sino que progresivamente ocupa todo el entorno costero, borrando barriadas tradicionales de pescadores o faeneros, que son sustituidas por altos edificios, urbanizaciones o chalés adosados. La vivienda que se construye tiene como destino satisfacer las necesidades del turista, quedando el ciudadano excluido de la posibilidad de vivir en su propia ciudad (la vivienda se va destinando al uso turístico, y los alquileres suben a cotas desorbitadas), naturalizando el proceso de expulsión de las clases trabajadoras a las periferias.

Además, la costa entera queda superpoblada en los meses de verano, con las consecuencias ecológicas tan catastróficas que conlleva dicha superpoblación, por ejemplo, en nuestros recursos hídricos, que se ven devastados, además de por el propio proceso de desertización que sufre Andalucía, por el consumo excesivo de agua que realiza el turista (según el INE «el turista que visita un destino español consume entre 450 litros y 800 litros de agua por cada día que disfruta de sus vacaciones. Sin embargo, un residente en el destino gasta una media de 132 litros de agua diarios»). Así como otros factores, como es que la recogida de basura llega a aumentar hasta un 67% en diversos municipios del litoral andaluz, con un sistema de procesamiento de basuras que ya resulta insuficiente para la población residente.

El desarrollo urbano queda supeditado a la industria turística, pero no sólo en tanto modelo de vivienda (el edificio sustituye a la casa de pescadores, y el trabajador deja de poder vivir en su propia ciudad), o prestación de servicios (limpieza, baldeo, policía, obras, adecentamiento, etc.), sino que también queda supeditado el propio patrimonio histórico y natural a la especulación del mercado e intereses económicos. Algo que hemos visto recientemente en los sucesos del paraje natural del Arraijanal  o el edificio histórico de La Mundial, por desgracia recientemente derribado para construir un hotel que rompe con la estética de un Centro histórico como el malagueño, y que se une a la larga lista de mamotretos que comienzan a inundar la ciudad y son claro ejemplo de una modernidad mal entendida. Estos dos casos se suceden en Málaga, pero podemos ver casos similares de forma continuada a lo largo del tiempo en suelo andaluz.

Esta imagen tan catastrófica del turismo pretende alertar de las consecuencias de este, que ya viven en sus propias carnes miles de andaluces y personas en todo el mundo. No se trata de sentenciar al turismo en sí como algo nocivo e incompatible con el derecho a nuestras ciudades, se trata de ser conscientes de que el modelo turístico al que nos vemos abocados es incompatible con la vida de los ciudadanos, porque condena a los trabajadores a salarios insuficientes para lo más básico de la existencia, a no poder desarrollar su vida en su propia ciudad, a devastar nuestros recursos hídricos, así como nuestros espacios ecológicos, naturales e históricos, a supeditar nuestra vida y nuestra ciudad a intereses que claramente no son los nuestros.

Debemos aspirar a modelos turísticos compatibles con la vida en (y de) nuestras ciudades, que no agudicen los procesos de destrucción de nuestra ciudad y entorno, así como de desertización. Un turismo que sea atraído por las peculiaridades de nuestra Andalucía, sus pueblos y sus ciudades, por nuestras costumbres, nuestras historias, nuestro patrimonio histórico, social y cultural. Un turismo donde lo que se distribuya por nuestros barrios sea la riqueza, y no la pobreza. Que reparta beneficios sociales, en vez de extender la precariedad, explotación y reparto de dividendos para unos pocos. Que respete derecho a vivir en nuestras ciudades, a trabajos y salarios con los cuales podamos garantizarnos una vida digna, derecho a unos servicios y equipamientos en nuestros barrios, al ocio en nuestros barrios, a una ciudad para todos. Donde las condiciones de vida, y hasta la esperanza de vida, no cambien de forma drástica en función del barrio en que nos encontremos. Donde se genere riqueza en el tejido comercial pequeño y tradicional. Un modelo turístico que no expolie nuestras ciudades, y del que todos nos beneficiemos.

Pero igualmente crucial es que aspiremos a que el turismo no sea el único sector del que dependa nuestra economía, pues nos sigue situando como economías dependientes de otras, ajenas a la nuestra, con las consecuencias tan nefastas que eso tiene en periodos de crisis o inestabilidad económica.

Defendamos nuestras ciudades frente a los desmanes de quienes quieren llenarse los bolsillos explotándolas y expoliándolas. Luchemos por modelos turísticos sostenibles y respetuosos, con el medio ambiente, con nuestro patrimonio, y con nuestra ciudad.

Bibliografía
Carrasco Aquino, R. J. (Junio de 2000). Ciudad, Periferia Urbana y Capital. Ambiente Ecológico(71).
Chaves, M. (Septiembre de 2011). Jóvenes entre el centro y la periferia de la ciudad, del Estado y de la academia. Cuadernos de Políticas Sociales Urbanas.
Harvey, D. (2007). Urbanismo y desigualdad social. Madrid: Siglo XXI.
Hiernaux, D., & Lidnón, A. (2004). La periferia: voz y sentido en los estudios urbanos. Pap. poblac [online], 101-123.
Park, R. E. (2002). La ciudad y otros ensayos de ecología urbana. Serbal.