Recuperar el propio centro

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Primavera de 2019 en el Albaycín. ANA SILVA.

Fui piedra y perdí mi centro

y me arrojaron al mar

y a fuerza de mucho tiempo

mi centro vine a encontrar.

            -Soleá-

La Niña de los Peines

Desde un tiempo a esta parte vengo reflexionando sobre los registros del imaginario femenino andaluz, o dicho de otra manera, he querido identificar -porque no es algo que se encuentre visible- el registro emocional de mi ser mujer andaluza, con la noble intención de conocer de dónde pudiera proceder la llamada -si es que ésta se produce- del sentido libre de lo femenino. Este proceso es una experiencia individual que, al partir hacia afuera, adquiere grandes posibilidades de generar conciencia colectiva.  Es por ello que resulta doloroso averiguar cómo las voces y símbolos de lo femenino andaluz que se anteponen como respuestas son precisamente aquellas que no definen nuestra singular manera de ser mujer.

Como apuntaba la escritora y activista afrodescendiente Audre Lodre, las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo. En efecto, sus palabras llevadas al contexto de Andalucía me conducen de golpe a evidenciar que no es posible la construcción de lo femenino andaluz con las herramientas de este sistema democrático igualitario y centralista que no tiene en cuenta ni respeta nuestra singularidad como mujeres, ni la importancia que en el proceso de formación de la conciencia femenina y feminista adquiere la identidad cultural. Al contrario, las herramientas del amo están orientadas a homologarnos no solo con el hombre sino también con el modelo cultural y político dominante.

Y realmente considero que es importante detenernos y reflexionar especialmente ahora que está en auge hablar de feminismo andaluz. Me parece un avance poderoso que existan espacios en los que se hable de lo que parecía -y no lo era- una obviedad como es la existencia de un feminismo con tintes andaluces. La toma de conciencia colectiva es preámbulo del despertar, no hay duda. Sin embargo, confieso mi temor a que se esté tematizando el feminismo andaluz sin la necesaria introducción de aquello fundamental para hacer una nueva historia, la historia verdadera de las mujeres andaluzas. Y todo ello porque las herramientas del amo también se encargan de simplificar, de etiquetar, de ofrecer sus propios espacios para que las nuevas luchas acaben bajo su control en una suerte de aparente tolerancia y permisibilidad.

Quiero decir que previamente a este alumbramiento colectivo hemos de dar un paso más -o un paso hacia adentro-, hacia la toma de conciencia de nuestra soberanía individual para nombrar quiénes somos en relación a nuestro contexto socio-económico y cultural y por supuesto a nuestro cuerpo. Nombrarla para darle un sentido, y para hacer simbólico desde nuestro propio centro, de la misma manera que hicieron nuestras madres al enseñarnos la lengua materna concediéndonos la primera herramienta para la libertad.

Es ahí donde comienza el camino, la llamada, el encuentro. Y no puede hacerse más que desde las ramas a la raíz. El cómo hacerlo es algo que hemos perdido de vista ante el acoso diario que sufrimos las mujeres en este intento externo por uniformarnos y ante las miles de distracciones impuestas también desde afuera. Pero hemos de volver al lugar del que nunca debimos partir, y que no solo nos pertenece por nuestra historia cultural, tradición y fuentes populares femeninas sino también porque es el espacio en común con nuestro árbol genealógico genético y espiritual. Me refiero al sentir.

El sentir como un alto valor interior que atesora potencia y fuerza frente al silenciamiento de la mujer andaluza, siempre expulsada de la historia. Es precisamente la lúcida pensadora malagueña María Zambrano quien lo vislumbra cuando dice que todo, todo lo que puede ser objeto de conocimiento, todo lo que puede ser pensado o estar sujeto a experiencia, querido o calculado, es previamente sentido de algún modo. El sentir, por tanto, nos constituye más que ninguna otra función psíquica; podríamos decir que las otras las poseemos, mientras que el sentir lo somos. Por eso el sentir ha sido siempre un signo de veracidad, de verdad viva: la fuente última de legitimidad de cuanto el hombre dice, hace y piensa.

Sentir que nos devuelve a la construcción del mejor de los imaginarios femeninos andaluces: al de nuestras madres, abuelas, bisabuelas, hermanas, amigas, cómplices. Y con ello a la posibilidad de tomar partido de nuestro momento actual, y dar un giro en la creación del relato femenino que acontece en Andalucía. Al partir del sentir nos conectamos con nosotras para ir hacia la verdadera política de las mujeres andaluzas; la del día a día y la solidaridad, la relación, la hospitalidad, la creatividad, el conflicto no violento, la empatía, al entendimiento y la continua resiliencia organizada.