Desde La Fuga LibrerÃas queremos recomendar lecturas. Aquà van algunas propuestas.
«Qué hace la policÃa», de Paul Rocher
«Carne apaleada», de Inés Palau Ros
Este es un documento único en la historia de la literatura carcelaria de nuestro paÃs. Las memorias de una presa común de la transición.En mayo de 1968, mientras los estudiantes franceses buscan la playa que se esconde bajo los adoquines de ParÃs, Inés Palou entra en prisión. Condenada por estafa, sus siguientes años serán un calvario que la arrastrará por diferentes cárceles españolas. Unas cárceles anacrónicas y superpobladas de atracadoras, drogadictas, hippies extranjeras y mujeres acusadas de abandono de familia. AllÃ, sobre jergones sucios y bajo la mirada de monjas y guardianas, Inés le da vueltas a la razón de ser de las prisiones, reflexiona sobre su desgracia y se enamora de otra presa. A su salida de prisión escribe esta novela en la que cuenta su experiencia a través de Berta, su alter ego. Con un lenguaje cercano nos muestra el ecosistema carcelario del tardofranquismo. Un mundo oscuro, aplastado por el peso de las contradicciones de una dictadura que se resiste a morir. El resultado es un documento de un valor incalculable, uno de los pocos —puede que el único— libro de memorias carcelarias escrito por una presa común en nuestro paÃs.
«Vuelo doméstico», de Carmen Camacho GarcÃa
ALTA FIDELIDAD (uno de los cuentos que podrás encontrar)
En ese preciso instante lo entendió: albergaba en lo más profundo la esperanza, impronunciable ni ante sà misma, de que en el momento de la pregunta:
—¿Quieres recibir a X como esposa, y prometes serle fiel en las alegrÃas y en las penas, en la salud y en la enfermedad y, asÃ, amarla y respetarla todos los dÃas de tu vida?
Él respondiera súbitamente,
—No, no sé si quiero…
Pero él dio el previsible «sû,
—Sà quiero,
alto, claro, mirándola a los ojos tal cual le habÃan indicado ayer tarde en el ensayo;
ella asintió con la cabeza, purÃsima, y desplegó la sonrisa cómplice y enamorada que puede verse en el rostro de las novias
que entienden
que él también, en ese preciso instante, deseó que ella hiciera el favor de dudar en extremo de aquella certeza que comenzaba a hacerse, por cierto, bastante terca.