Una sencilla incursión en las webs oficiales de la Junta de Andalucía hace probable uno o varios encontronazos con propuestas y estrategias ligadas a la promoción de oportunidades para “el emprendimiento y el talento”. Citemos algunos: Ley Andaluza 3/2018, de Fomento del Emprendimiento, Andalucía emprende (Fundación Pública Andaluza), 250 Centros Andaluces de Emprendimiento (CADE), Plan General de Emprendimiento de la Consejería de Transformación Económica, Industria, Conocimiento y Universidades, Programa Retorno del Talento, Emprendimiento – Startup Andalucía, Portal Andaluz del Emprendimiento, Innicia Cultura Emprendedora, Programa Talentia, Convocatoria de ayudas a la captación de talento investigador EMERGIA…
Esta jerga aparentemente moderna y supuestamente ligada a la sociedad del conocimiento instila un sentido común: legitimar la meritocracia como una lógica adecuada para la distribución de los recursos y para la aceptación de las inequidades. El liderazgo andaluz en indicadores de desigualdad social, desvitalización y terciarización económicas, pobreza, desprotección, agresiones medioambientales, fracaso educativo, precariedad laboral, regresión cultural… vuelve intensa la necesidad de emplear un verbalismo meritocrático neoliberal como hoja de parra. La realidad fuertemente jerarquizada y estratificada de la sociedad andaluza es estructural. En Andalucía, tanto la gubernamentalidad actual como la precedente, han fomentado una fraseología hueca, psicologista y mercantilizada sobre el talento individual, la disposición emprendedora y la personalidad autodirigida, conformando con ello un artefactualismo semántico que funciona como velo de la ignorancia para escamotear la naturaleza de las relaciones sociales en las que se ven envueltas las personas y la precarización de los lazos comunitarios y de los servicios públicos.
En sinergia con la literatura de autoayuda y con la semántica laboral neoliberal (trabajo en equipo, flexibilidad) la ideología del emprendimiento prefigura la individualidad descontextualizada y deshistorizada funcional a las necesidades empresariales que se derivan de la caída de las tasas de ganancia y, con ello, las de incrementar la explotación del factor trabajo en la ecuación de lo que Marx llamaba la composición orgánica del capital.
La figura del emprendedor encarna la psicología de la intensa desregulación económica ejecutada por el programa neoliberal, una subjetividad solitaria de alguien que se exhibe ajeno a determinaciones externas y a todas las formas de identidad social, proactivo, innovador, autogestor del tiempo y de los riesgos y buen comunicador. El emprendedor representa la imagen desencuadernada y aislada de una individualidad neoliberal que necesita enterrar otra figura, la del trabajador colectivo, solidario, organizado, fraternal y portador de conciencia de clase. La precariedad y la desprotección del trabajo adquieren la forma individualizada del sujeto autoregulado, motivado y productivo en un contexto económico que define el éxito y el fracaso por las disposiciones internas y el talento de las personas, por su capacidad de esfuerzo, su inteligencia, sus competencias y su implicación emocional con el resultado productivo.
Marx escribió en los Grundisse: «La sociedad no es simplemente un agregado de individuos; es la suma de las relaciones que los individuos mantienen entre sí.». Y en la Tesis sobre Feuerbach afirmó “la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.”
En las antípodas ontológicas y éticas de esta visión humana, la libertad neoliberal desencaja y desarraiga a la gente de su ambiente social, descoyunta los vínculos colectivos y erosiona todo imaginario ligado a la idea de fraternidad. La legitimación de las desregulaciones y las privatizaciones capitalistas bajo el programa neoliberal adquiere la forma cultural de una enérgica individualización de los individuos, la producción de un sujeto abstracto y alienado en el interior de relaciones productivas psicologizadas y del animismo también de las categorías económicas (nerviosismo de los mercados, desánimo bursátil). La subjetivación dominante del neoliberalismo acompaña la nueva gramática de la política económica con un catálogo de significantes (competividad, trabajadores autónomos como empresarios de sí, crédito, rendimiento, eficiencia empresarial) en las que la banalidad psicologista de la autoayuda tiene como expresión a este nuevo sujeto económico emprendedor, gestor de un talento autoconstruido, confiado en su autodeterminación interna, autosuficiente en su capacidad de desapego y libre de las presiones de grupo y las coacciones colectivas o estatales. El objetivo oculto de este perfil autoedificado y a la vez cruelmente desamparado es borrar la percepción en los dominados de las jerarquías sociales y culturales y de los mecanismos que reproducen las desigualdades y la fragmentación social, sustentar la desigualdad en la distribución del poder político a través de lo que Miranda Fricke ha llamado injusticia hermenéutica, una modalidad de injusticia epistémica, que dificulta a las víctimas de las inequidades, mediante la promoción de estas categorías mixtificadoras, entender su propia experiencia, su posición en la jerarquía social y provoca la percepción del fracaso como un resultado autoinflingido.
La racionalidad neoliberal y sus prácticas discursivas promueven esta alienación en una subjetividad económica mercantilizada, aunque la colonización del lenguaje se extiende y da comienzo desde mucho antes, en la antesala educativa. El individuo joven en formación es preeminente frente al contexto escolar y su éxito depende de la adquisición de competencias de liderazgo, emprendedurismo, autonomía, iniciativa y autogestión emocional que prefiguran al sujeto-empresa futuro. El talento individual del alumno y la desigualdad de dones definen el éxito o el fracaso, invisibilizando las inflexiones políticas, éticas y del bien común inherentes al proceso universal de enseñanza y aprendizaje. La educación emocional facilita esa gestión de sí que asegurará la falsa conciencia del emprendimiento como una suerte de locus de control interno. En el caso del fracaso y del abandono escolar expresiones como «yo no servía para las matemáticas» o «no se me daba bien estudiar» funcionan retrospectivamente como sentido común de esa internalización y psicologización de los resultados educativos. Claro está que toda esta semántica individualista refuerza la «elección de los elegidos» (Bourdieu) en los sistemas educativos públicos de baja calidad, como es el caso de Andalucía y que además son vampirizados por el drenaje de recursos hacia la educación privado-concertada. El balance finall conlleva ir dejando atrás a los escolares de clases sociales humildes. El lenguaje de la meritocracia y del talento emprendedor refuerza, por tanto, la función que de hecho mantiene la escuela en Andalucía: naturalizar las diferencias sociales y legitimar la reproducción de los privilegios como efectos de destino.
En definitiva y repitiendo lo que venimos diciendo, la autogestión laboral del emprendimiento define la adaptación a la lógica naturalizada del mercado en función de variables internas de los individuos. En esta psicología de la ultraindividualización, del self made man, las competencias personales presagian el éxito o el fracaso, expulsando de la ecuación a todas las variables relacionadas con las políticas, los tejidos comunitarios, los contextos sociales y sus conflictos y las desigualdades de clase, género, etarias o de procedencia étnica. Se connotan los términos de lo común, lo público, lo plebeyo, lo comunitario, lo social, lo fiscal y lo político como imposiciones estatales y barreras a la “libertad de emprendimiento” (noción de libertad asociada a lo individual y a la propiedad).
A lo largo del tiempo, en Andalucía la riqueza de unos pocos se fue acumulando, no a partir de aptitudes y dones especiales de algunos, sino a consecuencia del trabajo esforzado y duro de muchos y de su producto expropiado. La importancia de valorar el esfuerzo y las capacidades individuales se transforma en un reforzador de las estratificaciones sociales cuando se lleva a cabo abstrayendo a las personas de sus orígenes, posiciones y condiciones sociales, económicas y culturales, lo que termina normalizando el darwinismo social. El lenguaje institucional y mediático del talento individual y el emprendimiento son la máscara ideológica predilecta de estos tiempos para invisibilizar las estructuras políticas y económicas profundas y la desigual distribución del poder político entre grupos sociales que en Andalucía nos mantienen anclados en las desigualdades, en la injusticia social y en la regresión cultural.