Andalucía vaciada

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Encuentro de las ex vecinas de La Naya, Huelva. Foto: Juan García.

Hace unos años estuve en verano en Tamies, en pleno mundo rural francés. Me impresionó como con su tradicional activismo y reivindicación los campesinos franceses habían conseguido un mundo culto, desarrollado y cuidado pese a que pertenecen al sector económico, el primario, menos cuidado por el sistema capitalista actual. La España rural, incluida la andaluza, se ha adaptado a la modernidad acorde al proceso que se inició en la década de los sesenta conocido como crisis de la agricultura tradicional. Sin embargo, la Andalucía vaciada o rural cada vez tiene, comparativamente, peores infraestructuras, menos equipamientos y no es tenida en cuenta, salvo en los periodos electorales, por las instituciones estatales y autonómicas. La verdad que no sé si el estado pésimo de los equipamientos e infraestructuras de la Andalucía rural es la causa del subdesarrollo económico o es la consecuencia. En el fondo es igual, son las dos caras de una misma moneda. Son los círculos viciosos que cantaba Sabina en el disco La Mandrágora o aquella pregunta que se respondía así mismo Gila: “¿Por qué la has matado? Es que me ha llamado asesino”.

Elaboración Diario de Sevilla. Departamento de Infografía

Pero en el mundo rural andaluz además de padecer una insuficiencia manifiesta en equipamientos e infraestructuras motivada por la escasa capacidad que tiene para influir en las decisiones de las instituciones está ocurriendo un fenómeno más preocupante todavía. La educación, aunque con matices, se ha generalizado y se ha extendido a todas las capas de la sociedad. Es mentira que de un colegio o IES público y rural no puedan salir futuros médicos, abogados o arquitectos. Trabajo en uno y los datos me confirman que esa tesis es falsa e interesada. Pero si es cierto que las generaciones mejores preparadas de Andalucía luego no tienen posibilidad de ejercer su carrera profesional en sus pueblos, tienen que marcharse a las ciudades, sobre todo a las grandes urbes regionales, nacionales o internacionales. Ni las políticas de la PAC, ni el plan FEDER, ni los fondos de Cohesión… son capaces de fijar a esta población al mundo rural que garantizaría la conservación de su patrimonio natural y cultural. Sergio del Molino se hacía esta pregunta en un artículo publicado en El País: ¿Puede una sociedad democrática permitirse que los habitantes de su interior vivan al margen del propio país, descolgados y despreciados en los debates públicos?”

Resulta que últimamente se ha puesto de moda la reivindicación de los derechos de la España vacía, de la España rural, de la España marginada. Para las recientes elecciones generales, europeas y locales ha sido uno de los caballos de batalla. Me temo que muerto el perro se acabe la rabia. España siempre ha sido un país de contrastes, regiones pobres y otras desarrolladas, regiones secas y otras húmedas, partes nacionalistas españolas y nacionalistas períféricas… y ahora también lo es España poblada y privilegiada y España despoblada y abandonada. Andalucía también es tierra de contrastes. No sé cómo se arregla muy bien esta situación, pero siguiendo a mis admirados franceses, lo que no podemos es seguir callados ni ninguneados. Conozco las carreteras catalanas (también las infraestructuras y equipamientos generales) y no entiendo como en base a los peajes pueden seguir argumentando que España les roba. El mismo caso se le puede aplicar a un madrileño, un sevillano o un malagueño. La centralidad es el mundo lleno y la periferia el mundo rural o vació. No podemos consentir que haya andaluces de primera y de segunda, por más que a estos últimos hayan intentado tranquilizarlos con aquello de que siempre ha habido pobres y ricos, que el campo es muy bonito o que viva la «grasia» de Andalucía, para derramarla en las viñas del Rosellón (cantaba Carlos Cano) antes y en Londres, Alemania, Madrid o Sevilla y Málaga ahora. En la Andalucía rural el problema de la tierra, la mala distribución de esta, la apropiación indebida, la existencia de un latifundismo clásico que impedía la modernización han  posibilitado la extensión del fatalismo que conlleva el conformismo y la inanición. Por eso los privilegiados lo fomentan y los perjudicados lo padecemos. No podemos consentir ni permitir que la Andalucía rural la estén vaciando de las personas más preparadas y les nieguen las infraestructuras y equipamientos necesarios. Menos aún podemos consentir y permitir que intenten que no lo denunciemos.