Andalucía y la civilización árabe

216
Ibn Hazm de Córdoba.

“Mi nobleza no ha sido arrebatada.

¿Acaso se puede arrebatar la nobleza?”

Al Mutamid, rey poeta de Isbilya (Sevilla),

siglo XI

 

 

Agosto es un mes propio de vacaciones, donde uno se solaza, deja de hacer lo que habitualmente hace durante todo el año. En agosto, también en julio y en setiembre, uno se dedica a leer, a pasear, a conversar con la familia y amigos, a disfrutar de la compañía en la mesa ante un buen vino, y de las puestas de sol en un pueblo marinero, o en un pueblo de la sierra. En esos días de retiro, en la playa o en una casa rural descansamos alejados de la ciudad, o nos relajamos si vivimos en el pueblo, con la visita de algunos parientes. En esos días ociosos dejamos a un lado las tareas habituales, y disfrutamos del verano, porque fuera del pueblo está la Covid y los casos de contagios lejos de disminuir aumentan, con el uso indebido de nuestra libertad, con nuestro egoísmo egocéntrico, y falta de solidaridad, ante el problema más grave que tiene la Humanidad, con excepción del Cambio Climático que ha venido para quedarse. En estos días de calma y de sosiego, en la montaña, o frente al mar, leemos y escribimos sobre Andalucía y la civilización árabe.

Desde el reconocimiento de Tarif en España, en el año 710, hasta la entrada en España de Müsa ibn Nusair, en 712, y el desembarco de Abd ar-Rahman I en Almúñecar, Granada, en el año755, nuestra historia y cultura se asentaron durante 8 siglos bajo la influencia y civilización árabe hasta 1492, cuando se produce la reconquista de Granada por los Reyes Católicos. Antes en 1479 se unirían Castilla y León, tras el casamiento diez años antes,en 1469, de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Luego en 1568 tendría lugar la rebelión de los moriscos en las Alpujarras.

Andalucía seduce a quien la visita. En 1980, yo vine desde Madrid a Andalucía. Tras acabar la licenciatura de periodismo, sacar unas oposiciones en la cadena SER y realizar 9 meses de prácticas en Gran Vía, 32, me destinaron a Granada para hacer prácticas de verano y foguearme ante los micrófonos de la radio, después de mi bautizo en Hora 20 y Hora 25, en Madrid. Cuando acabé en Granada, Iñaki Gabilondo, entonces director de Informativos de la SER, me ofreció trabajar como redactor en Valencia o Sevilla. Opté por Sevilla. Mi idea era estar aquí dos años y regresar a Madrid, pero luego pensé que era mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Y algo con lo que no contaba: que Andalucía te atrapa y te seduce con sus encantos. E. Lévy Provençal lo describe muy bien, en “La civilización árabe en España”:

“La tierra de al-Andalus no pierde nunca su rango de soberana del espíritu, aún subyugada en el mismo seno del Islam, por monarcas africanos, conserva todo su poder de atracción, rápidamente seduce a sus nuevos dueños que se rinden a sus encantos y hacen de ella su residencia predilecta. Más tarde le ocurrirá casi lo mismo con sus rudos conquistadores castellanos. Para los unos, como para los otros, Andalucía será lo que Grecia fue para Roma cuando pasó a ser una provincia del Imperio. Recordad, las palabras del poeta latino: ‘la Grecia conquistada reconquista a su feroz vencedor’”.

Andalucía siempre ha sabido reconquistar a sus vencedores. Se ha dejado ocupar amablemente y ha sabido incorporar las nuevas corrientes dominantes a su acerbo histórico y cultural ancestral. Fenicios, tartessos, griegos, íberos, romanos, visigodos, árabes, castellanos, hasta llegar a la Andalucía actual donde convivimos los nativos, con los inmigrantes venidos de África, América, Europa y Asia, o como en mi caso, que llegué desde Madrid, hace ya 41 años. Y aquí me quedé, aquí conocí a Ángeles, con quien me desposé, y aquí en Sevilla, nació nuestra hija Rita, con quien disfrutamos de la vida.

“El África del Norte y España tuvieron como era lógico y normal relaciones políticas y culturales ordenadas y favorecidas por su misma vecindad geográfica… Una barrera de agua, profunda, pero muy estrecha, los separa; pero cuando se franquea en uno u otro sentido esta barrera -el estrecho de Gibraltar- no deja de sorprender el aspecto casi idéntico de los dos países. Aquí y allá, importantes cadenas montañosas hunden sus últimos repliegues en el Mediterráneo; de una y otra parte encontramos los mismos cultivos, vergeles, naranjales, olivares; y las ricas vegas de Andalucía tienen su parigual en las verdeantes llanuras del Garb marroquí”.

A un lado y al otro del Estrecho, en Marruecos y en Andalucía se cultivan cereales, olivares, naranjos, y se crían ovejas, vacas, cabras. Si en el medio rural de Marruecos se suele usar el burro, en Andalucía se usa la mula, el caballo y en menor medida el burro. Y aquí, en Andalucía, tenemos cerdos ibéricos criados con bellotas en la dehesa, algo de lo que no pueden disfrutar nuestros vecinos africanos por exigencias de su religión.

“Conociendo Marruecos, nos dice E. Lévy Provençal (Argel, 1894-París, 1956), que conserva intacto el reflejo de su civilización medieval y habiendo residido en el sur de España, uno se complace en la sutil atmósfera emocionada que los baña, los monumentos árabes de Sevilla, de Córdoba, de Granada, para sentir verdaderamente que entre aquello que fue y que subsiste no hay más que un simple y vago aire de parentesco”.

Pero ese parentesco al que alude Lévy, es muy notorio en la arquitectura. En el siglo XII se erigió la Giralda, la torre de Sevilla, por más que Pelli quiera apoderarse de ese título en la isla de la Cartuja. Cuando visitas Marraquech o Rabat, notas ese parentesco familiar en la Koutoubia o en la torre Hassan, ambas también erigidas en el siglo XII. Y ese parentesco se palpita también, al visitar el Real Alcázar de Sevilla, la Alhambra de Granada, o la Mezquita de Córdoba, lugares adonde acuden en peregrinación turistas y viajeros de África y de Oriente medio y próximo, para ahondar en sus raíces culturales e históricas.

“Los maestros del arabismo español contemporáneo nos asombran cada día con nuevas noticias sobre el alcance, la profundidad y el brillo de la cultura hispano-musulmana… Siglos antes de que el Renacimiento hiciese brotar de nuevo las fuentes semiexhaustas de la cultura clásica, fluía en Córdoba y corría hacia el resto de Europa, el río caudal de la más rica civilización que conociera el Occidente durante la Edad Media, la civilización que supo conservar las esencias de la vida pretérita del viejo mundo y transmitirlas transformadas al nuevo mundo”.

Y en el nuevo mundo del que hoy formamos parte, quienes hemos pisado el siglo XXI, nos asombramos de todo aquel saber, todo aquel conocimiento que hoy forma parte de nuestro acervo cultural e histórico, y que corre riesgo de quedar en el olvido sino lo rescatamos con frecuencia, sino acudimos a esas fuentes de las que bebieron nuestros antepasados, y de las que seguimos bebiendo quienes creemos en los avances de la civilización, y EN la convivencia entre las diferentes culturas.

“Bendita ha sido la tierra que tú habitas

y benditos los que hay en ella, porque en ella se instaló la felicidad.

Sus piedras son perlas; rosas sus cardos;

sus aguas, miel; su polvo, ámbar gris”.

Ibn Hazm de Córdoba, “El Collar de la paloma” (S.X-XI)

Y desde Persia le contesta otro grandísimo poeta, filósofo, astrónomo y sabio, Omar Kayyám (Nishapur, 1040-1124), en sus excelsas ”Rubaiyát”:

“Si la secta de abstemios del amor y del vino

Sola es llamada al goce del Edén del Profeta,

¡Ay! Temo que el Edén, con su encanto divino,

Vaya a quedar desierto, sin fieles ni destino.”

De la mano de E. Lévy Provençal, de Ibn Hazam, de Al Motamid y de Omar Kayyám, he tratado de acercaros a una pequeña parte de la historia de Andalucía, en este verano abierto de par en par ante nosotros. Disfrutad de la estación, de los amigos y de la familia. ¡Feliz verano!