El principio de homeostasis (Claude Bernard) describe la capacidad de mantener dinámicamente estable un medio interno mediante mecanismos reguladores que amortiguan los desequilibrios y las perturbaciones externas. En los albores de 2022, la recuperación de la homeostasis del sistema político español se viene asentando en varias estrategias:
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- La expulsión al exterior de la política democrática de los grandes asuntos que definen la naturaleza económica y social de la vida colectiva. La política española ya no delibera ni aborda en ningún sentido el armazón jurídico-político del programa neoliberal en Europa (la Unión Europea), ni los desorbitados gastos militares, incluso en medio de una pandemia, del presupuesto español, ni la reforma agraria o la necesidad de una banca pública, el derecho a decidir (plurinacionalidad), la Monarquía, la reforma de la Constitución, los privilegios de la Iglesia, las bases militares extranjeras, la OTAN o la calidad democrática de las relaciones internacionales…Todo esta integrado e invisibilizado como sentido común del sistema político.
- La plena recuperación del papel del PSOE como principal amortiguador de masa del sistema político (los amortiguadores de masa son esas grandes bolas de acero que, en el interior de los rascacielos, actúan como péndulos para el control de oscilaciones frente a seísmos o huracanes). Con un PP ultraderechizado a lo Trump, el PSOE encarna la única opción con “sentido de estado” para la restauración y normalización del régimen político.
- La función de ajuste de expectativas y reducción de aspiraciones (véase, por ejemplo, la reforma laboral) mediante el proyecto Miedo, representado por el tándem PP/VOX.
Hablemos de esto último.
Una encuesta de 40dB. para EL PAÍS y la Cadena SER realizada entre el 23 al 30 de diciembre pasados recoge que “el PP ganaría 2,7 puntos y sería segundo, con el 23,5%… El empujón más fuerte en el bloque de la derecha llegaría por el flanco de Vox, que podría escalar hasta el 18,3% de los votos —más de lo que obtuvo el PP en las elecciones de abril de 2019— y sumar otros 14 escaños a los 52 que ya tiene, hasta alcanzar los 66.” El estudio demoscópico recoge que “si se celebrasen hoy elecciones, el PP y un Vox disparado sumarían casi una treintena más de escaños que las dos formaciones del Gobierno de coalición.”
En Andalucía, “en las segundas elecciones generales de 2019, las de noviembre (las ultimas realizadas), Vox obtiene 869.909, 20,61 % y se queda a sólo 7.300 votos de superar al PP… Vox obtiene estos resultados sin necesitar de infraestructura orgánica previa; sin líderes y sin discurso político especifico que sumar a su primario ultraespañolismo ultraderechista social (heredero y beneficiario del trabajo por acción y omisión del Régimen español en Andalucía en las últimas décadas).” Javier Pulido en su muro de facebook
Para el campo político progresista la irrupción incontenible de VOX encarna ahora aquello catastrófico capaz de interrumpir el curso del mundo y con relación a lo cual hay que priorizar estrategias de unidad, abandonar los “narcisismos de las pequeñas diferencias” y concentrar el fuego en “parar a la derecha”. Un gobierno PP/VOX representa el pandemónium de todo lo regresivo, antisocial y antidemocrático. Esta evaluación no es tan reciente, viene ocurriendo ya hace unos pocos años (exceptuando la posición equidistante y de perfil que se mantuvo frente al procés catalán). A pesar de ello, la concentración de la artillería política progresista en las denuncias del peligro y en las tácticas de resistencia no han desvitalizado el ascenso electoral ni la visibilidad y vitalidad comunicativa de este “espectro del fascismo” (Enzo Traverso) que representa, sobre todo, la formación de Abascal.
Sin embargo… ¿y si lo tan fuertemente temido es algo que, en gran medida, ya tuvo lugar?
El pediatra y psicoanalista inglés D.W. Winnicott decía que la catástrofe (psicológica), el breakdown, el miedo al derrumbe que muchas personas o muchos pacientes tanto temen… en realidad, ya ocurrió. Algo acontecido en el pasado, que no encontró un lugar mental en el que registrarse ni fue simbolizado, se proyectaría neuróticamente hacia adelante, en forma de amenaza fantasmática. Entonces, aquello que ya tuvo lugar, pero en un momento en que no pudo ser metabolizado psíquicamente por insuficiencia de recursos afectivos, fragilidad evolutiva o incapacidad para entender lo que estaba pasando, quedó inscrito sin elaborar y con cualidad de trauma, y sus efectos se presentan en el presente como ansiedad ante un futuro en el que algo desbordante y temido va a ocurrir.
Fijémonos en Andalucía. No parece justo atribuir a Vox (ni siquiera al gobierno actual) la intensidad y extensión de algunos de los importantes y cronificados problemas que padece esta tierra (aunque, sin duda, con este bloque ultraderechista, el recrudecimiento de las políticas contra las mayorías sería un hecho asegurado). Pero, en gran medida, lo tan temido ya ocurrió y graves problemas se hicieron estructurales en Andalucía (con las peores cifras de la mayoría del estado español): la cruel pobreza infantil, la degradación de barrios enteros, la desindustrialización, la economía extractivista, de vertidos y empleo precario, las tasas de paro, en particular el juvenil, la erosión de los servicios públicos, la militarización, el abandono educativo precoz, los ataques medioambientales, el exilio laboral de jóvenes cualificados, los estragos de la turistificación descontrolada… Todo aquello tan temido para una sociedad democrática y que se ha venido invocando como justificación para “parar a la derecha”… en realidad, ya ha tenido lugar, ya ocurrió. Y no fue perpetrado por Vox.
Pero, como vimos, paradójicamente el fortalecimiento de la extrema-derecha y la correspondiente “abascalización de los espíritus” (basta para comprobarlo entrar a veces en un bar o montarse en un autobús y escuchar conversaciones) se están dando en un contexto de recuperación homeostática del régimen del 78 (que sufrió una peligrosa desestabilización en la década pasada por la Gran Crisis del 2008, el 15M y el desafío del soberanismo democrático catalán).
También puede parecer paradójica la psicología política progresista actual que compensa su impotencia y desorientación estratégicas, el intenso ajuste de aspiraciones y la resignación “pragmática” (a modo de hiper-realismo depresivo, porque “la correlación de fuerzas no da para más”) mediante un verbalismo y una retórica superlativos (acuerdo histórico, cambio de paradigma, escudo social). Y quizás por ello la exigencia también de expulsar al afuera de su metabolismo orgánico y de su imaginario intelectual las necesarias funciones de disidencia, desobediencia y pensamiento crítico. En la atmósfera progresista predominante se impone a los simpatizantes, como muchas veces a los hijos de padres mal avenidos, una suerte de conflicto de lealtades (teoría de la pinza reloaded) y la necesidad de obtener “permiso emocional” para distanciarse un poco de los procesos de idolatría almibarada de líderes y lideresas y la justificación de las renuncias programáticas y de principios.
Así es el dilema que se planteará a los votantes andaluces, por ejemplo: navegar entre el Escila de una perspectiva “de progreso” (fórmula implícita para la reedición del liderazgo de un PSOE absuelto de toda responsabilidad sobre la situación actual) y el Caribdis de la ultraEspaña y lo políticamente más regresivo. La trampa desmoralizante del mal menor.
Por supuesto que es psicológica y políticamente adaptativo tener miedo a gobiernos de PP/VOX. Representan la versión más psicopática de las pulsiones capitalistas en un contexto de dificultades de recuperación de las tasas de ganancia del capital. Pero, igual que no funcionó el proyecto Miedo a los contrarios al Brexit, no es simplemente señalando a los ultraderechistas, moralizando sobre ellos y advirtiendo del brutalismo salvaje que representan, como se les detiene, eso se está comprobando que no sirve.
La catástrofe ya ocurrió. Salvo que lo que se persiga no sea sólo advertir del fascismo, sino absolver al neoliberalismo “de izquierdas” que encarna el PSOE, lo más útil para “parar a la derecha” no debe ser confrontarla desde el miedo, sino desde la genealogía de sus condiciones de posibilidad. Quizás la tarea no esté relacionada con el miedo sino con la pedagogía de las condiciones que vivifican y nutren a estos “espectros del fascismo”: las políticas y los aparatos orgánicos del régimen del 78 (también el parlamentarismo negro) que han venido cloroformizando la conciencia social, aplicando las políticas neoliberales generadoras de las desigualdades e inseguridades (tan nutritivas para las ultraderechas), legitimando y apoyando a grandes propietarios y élites en detrimento del mundo del trabajo, haciendo del feminismo y del ecologismo una mera retórica sin sustancia material, naturalizando la irrelevancia de Andalucía a través del desprecio a la enseñanza de su cultura y de su identidad política, los hacedores taxidermistas del desencanto democrático, de la mera gestión de lo “posible” y del no hay alternativa.
Hay que parar a las derechas, eso está claro, y a las metástasis de la desdemocratización y la ultraexplotación del trabajo ajeno. Pero no es agitando el miedo a la ultraderecha como se les detendrá y derrotará política y culturalmente, sino mediante la identificación y la pedagogía de aquellas políticas, prácticas y estructuras no democráticas de poder que ya han tenido lugar y a través de las que VOX y todo lo regresivo se retroalimentan. Aquello tan temido ya ha estado ocurriendo, desde hace mucho.