Clásicas aventuras veraniegas: Robinson Crusoe

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Robinson Crusoe. (1719)
Daniel Defoe.
(Londres, 10 de octubre de 1660? – Londres, 24 de abril de 1731)

 

 

 

Daniel Defoe con la historia de Robinson Crusoe, relatada en pasado en forma de autobiografía de unos sucesos supuestamente reales, con un estilo narrativo sencillo, directo, principalmente centrado en describir los hechos acaecidos -propio de su condición de periodista y experto panfletista-, se convirtió en el autor de la considerada primera novela inglesa y primera novela de aventuras.

Robinson Crusoe es su obra más famosa -de la que escribiría dos partes más que no tuvieron especial éxito-, que nos cuenta las peripecias de un náufrago, probablemente inspirada en dos marinos que pasaron por dicha experiencia: el escocés, Alexander Selkirk, y el español, Pedro Serrano.

Sin duda, la sinopsis más clara y concisa de la obra, sea el título original de la primera edición de 1719: «La Vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe, de York, marinero, quien vivió veintiocho años completamente solo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco; habiendo sido arrastrado a la orilla tras un naufragio, en el cual todos los hombres murieron menos él. Con una explicación de cómo al final fué insólitamente liberado por piratas. Escrito por él mismo».

El joven Robinson comete su pecado original de no aceptar la «vida tranquila» que su padre le ofrecía para el resto de sus días: «el grado superior de la vida modesta». Sus ansias de aventura no eran propias de su posición, clase «media» acomodada. Pero tras luchar contra la cordura y la sensatez «como se lucha contra una enfermedad» (…) «logré una victoria sobre mi conciencia», y se embarcó. Desde ese momento, como un castigo, se encaminó hacia el infortunio. Y en cada embate del destino «aunque creí oír la enérgica voz de la razón y el buen sentido, aconsejándome que regresara a mi hogar, me sentía impotente para obedecerla» (…) «existe como un decreto superior e inexplicable que nos impulsa a ser los instrumentos de nuestra propia perdición». (…) «Como agente voluntario de mis desgracias (…) obedecí ciegamente los dictados de mi fantasía (…) seguí la disparatada inclinación a correr mundo».

Tras varias aventuras y peripecias en la «costa mauritana», el joven Crusoe consigue escapar de la esclavitud y guiado por el miedo de encontrarse con moriscos en su camino de vuelta a casa, decide no poner rumbo a Cádiz -Defoe la había visitado en 1704 siendo comerciante de vinos-. A partir de ahí, la fatalidad y sus decisiones, le llevará, finalmente, a tener que sobrevivir solo en una isla alejada de las vías marítimas comerciales. Robinson Crusoe -cual actual urbanita de los que huyen al entorno rural- tendrá que enfrentarse a la naturaleza, a su falta de conocimientos prácticos y su poca destreza en el manejo de las herramientas, a sus miedos -que influirán y determinarán muchas de sus acciones y decisiones- y a la soledad. Por contra contará con una isla llena de tiempo, con su constancia y empeño en las empresas que emprendía y con el favor de la «Divina Providencia» que le era siempre favorable en «el debe y haber, de los consuelos de que gozaba frente a las desgracias que sufría».

La Providencia llevó a la isla una Biblia, cuya lectura haría vencer a la religiosidad la batalla contra la razón. Su conversión le facilitará entender su situación y dar una explicación espiritual a cada suceso acontecido, así como será el medio que le permitirá controlar sus miedos y temores continuos. Para librarse, entre otros, del «Diablo (…) que tiene una entrada secreta a nuestras pasiones y a nuestros afectos (…) y hace que corramos por voluntad propia hacia nuestra perdición».

Robinson Crusoe no solo tendrá tiempo para ingeniárselas hábilmente para sobrevivir, sino que también para «celebrar consejo con sus propios pensamientos» sobre multitud de cuestiones humanas: el valor del dinero, la felicidad y la soledad, la avaricia y la envidia, el origen del descontento humano, el cambio de los deseos, etc.

Mucho se ha interpretado la obra de Defoe, desde distintas ópticas y escuelas filosóficas y políticas. Hay quienes han visto en Crusoe la representación del Homo Economicus propio de la era capitalista que nace en el S. XVIII: espíritu aventurero y emprendedor, movido siempre por el interés personal de mejora individual, de toma de decisiones prácticas, capaz de vender a su compañero de huida de la esclavitud o de cambiar de religión por intereses patrimoniales… Aparecerá hasta en el Capital; Carlos Marx lo pondrá como ejemplo de productor pre-capitalista.

También será interpretado como símbolo del Colonialismo Británico, reuniendo entre sus valores y actitudes los principios de la «supremacía» de su civilización frente a lo indígena. Su colonialismo cultural y religioso son evidenciados en su relación con el indígena Viernes al que considerará un criado, su concepto de la mujer como objeto, su autoconcepto de dueño y señor de la isla, la supremacía de lo Inglés por encima de otras nacionalidades. De los españoles Crusoe diría: «los españoles, cuyas crueldades en América se habían difundido por todos los países (…) una auténtica matanza, un sangriento e inhumano ejemplo de crueldad, injustificable tanto ante Dios como ante los hombres; (…) el reino de España se distingue por engendrar una raza de hombres sin sentimiento». (De dónde sacaría tanta imaginación sesgada!!)

Daniel Defoe pasó muchas penurias económicas producidas por negocios fallidos y deudas que le llevaron a la cárcel. Se piensa que cuando le llegó la muerte, vivía casi clandestinamente para evitar a sus acreedores. Su novela no le produjo los beneficios que daría a sus descendientes. A finales del S. XIX era el libro más leído, después de la Biblia, y el más traducido y editado.

Robinson Crusoe supuso la apertura de la literatura a nuevos lectores más populares, gracias a su estilo vitalista, rasgo propio de la narrativa moderna. Más allá del «tratado de edificación cristiana» pretendido por Defoe, Robinson Crusoe es un clásico de la novela de aventuras.
«(…) me había alejado de todas las iniquidades de este mundo. No tenía ni la concupiscencia de la carne, ni la de los ojos, ni la vanidad de la vida. No tenía nada que envidiar, porque tenía todo de lo que era capaz de disfrutar (…) y podía titularme emperador de todo aquel país del que había tomado posesión».

Robinson Crusoe, de cómo el miedo al naufragio de la soledad nos hace navegar sin rumbo hasta la isla que somos, la que debemos explorar, aceptar y amar.

Autoría: Miguel Rodríguez. Biblioteca Social El Adoquín, Cádiz.

 

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